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¿Qué pasará el 2-O?

La cuestión decisiva no radica en este fin de semana
Marcos Carrascal Castillo
lunes, 2 de octubre de 2017, 08:15 h (CET)
30 de septiembre. Cientos de ayuntamientos concentra a lo largo y ancho de España a decenas de personas —en algunos casos centenas y en otros, unidades— que reclaman la unidad patria, con especial énfasis en la cuestión catalana. Las ventanas y los balcones de mi barrio, súbitamente, se han disfrazado con las banderas rojas y gualdas.

1 de octubre. ¿Qué pasará? Unos dicen que habrá referéndum. Otros dicen que no. Todos dicen que ganará el “sí”. Nadie dice que ganará el “no”. Muchos dicen que es ilegal. Pocos dicen que es legal. No pocos dicen que es legítimo. Hay quien dice que es ilegítimo. Todo lo sabremos mañana.

La cuestión decisiva no radica en este fin de semana; sino en el 2 de octubre. Mientras Madrid inaugura una Plaza Mayor herbácea —con fecha de caducidad—, Cataluña es lugar de lucha entre varios ejércitos —nacionalistas, independentistas, antisistemas, confederalistas, federalistas, autonomistas, centralistas…— cuya batalla no vislumbra final alguno.

El 2 de octubre será similar al 29 de septiembre, con todo el escrutinio al que está sometida Cataluña por parte de la prensa española. Si el 2 es igual que el 29, habrá otro 1-O. Y así sucesivamente: en el día de la marmota. Otra vez. La única solución posible es que, antes de que termine el año del 2017, se convoquen nuevas elecciones.

La mayoría absoluta independentista que reside en el Parlament se quebrará. ERC vencerá, y esbozará a Junqueras como más que posible president. La segunda posición la jugarán Ciudadanos y el PSC. Inés Arrimadas vive en tensión, en la que pretende no ofender al estabishment, y que solo mengua votos, en un anhelo de convertirse en la voz catalanista —pese al centralismo que enarbolan en Madrid— que lidere el Parlament. Iceta es también víctima de las guerras intestinas del PSOE; pero ha renacido, por la inercia del PSOE o por la decepción que provocan el resto de sus componentes. La cuarta posición será para el PDeCAT, que solo reducirá sus apoyos con el paso de los años: la gran víctima del procés. La quinta posición la ocuparán Els Comuns, CSQP… Ese espacio que lidera Colau y en el que se inscriben Domènech y Pisarello, y en el que Iglesias apenas habla. Sobre este espacio pesa su decisión de no militar en ninguno de los frentes —constitucionalista e independentista— y erguirse como la formación bisagra. La sexta posición la ocupará el PP, con su marcada tradición de convertirse en residual. El PP sigue con su táctica de enfrentar Cataluña al resto de España, cuyos resultados son patentes en el resto del Estado. La última posición parlamentaria, y con un leve retroceso, será para la CUP, que ya no es la única alternativa independentista de izquierdas, al disolverse JxSÍ.

Eso es el 2-O. Una Cataluña en la que la mayoría quiere votar sus destinos, pero no con tanta suficiencia. Una Cataluña en la que un porcentaje imprescindible anhela la fractura con España, pero que no la mayoría quiere la independencia. Una Cataluña en la que ningún president va a contar con gran apoyo. Posiblemente, el más votado será Junqueras; pero no concentrará el apoyo que Puigdemont logró —o que la CUP determinó—.

Esto es Cataluña. Un territorio de abundante pluralidad en la que las soluciones han de ser iluminadas por el diálogo, la negociación y la tolerancia. En ningún caso se podrá traspasar esa delgada línea que limita la democracia. Sino, perdemos todos: Cataluña… y el resto del Estado.

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