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La pasión como profesión

Lara Franco Andrés
lunes, 18 de junio de 2012, 07:28 h (CET)
Los últimos días estamos viviendo un clima de euforia en España, eso sí, en lo estrictamente deportivo. Y con tanto evento que encima termina de forma favorable ya no sabemos ni a qué atender, nos presentamos en la misma duda de siempre. Rafa Nadal  una vez más ha batido, fulminado y machacado todos sus límites. Con siete Roland Garros acumulados ha vuelto a dejar claro quién es el rey de la tierra batida y todo un número uno aunque las estadísticas actuales no lo consideren así. Ejemplo de superioridad y de compromiso, de pasión por profesión. De la misma manera que Rafa lo hace en el tenis, Manolo Preciado lo ejecutaba en el fútbol y por qué no, también en su vida personal. Porque para ser una persona así de íntegra, de disciplinada y de enérgica hay que saber complementar muy bien tanto el lado profesional como el privado. Y él lo ha sabido hacer mejor que nadie.

Muchos traspiés se han colocado en su camino. Tristes acontecimientos y duros momentos que han ido marcando su vida poco a poco y que fueron haciendo de él uno de los entrenadores más entregados y más profesionales con los que el fútbol español ha contado. Todos conocemos su más que inesperado final, de modo que no incidiré demasiado en eso. Desde estas líneas simplemente me gustaría hacer un cariñoso “homenaje” si se puede llamar así a una gran persona que por más que luchó, no consiguió eludir al destino.

Cantabria amaneció triste la madrugada del pasado 7 de junio. Justo un día después de anunciar que Preciado capitanearía la siguiente temporada al Villarreal en su lucha por el ascenso a Primera División, la trágica noticia conmocionó a todo el mundo del deporte. Sin muchos llegar a creérnoslo, yo misma me pongo como ejemplo tuve que contrastarlo en varios medios, la noticia se hizo eco en Twitter y poco tardaron los tabloides en anunciarlo en su edición digital. La realidad superó a la ficción y el sueño de Preciado de sacar a un equipo más del pozo y luchar por ellos, se vio frustrado de un plumazo.

Atrás quedan ya todos sus logros como técnico que no pasan desapercibidos para nadie. Su paso por el fútbol como jugador fue significativo, pero donde realmente ha disfrutado y ha hecho de su pasión su profesión es en el terreno de juego como técnico. Todo lo aprendido a lo largo de su carrera deportiva lo invirtió en beneficio de los clubes que ha dirigido. Desde El Gimnástica de Torrelavega, donde concluyó su carrera como jugador en el año 1992, pasando por dos categorías del Racing de Santander, el Murcia, el Levante y el Sporting de Gijón donde dirigió a los rojiblancos en 232 partidos oficiales. Una extensa trayectoria donde consiguió sacar todo lo mejor de cada uno de los equipos que entrenó, llegándosele a conocer incluso como el entrenador de  “los ascensos”. Ahora era el momento de hacer lo mismo con el Villarreal, de concluir seguramente su carrera profesional en un club que le quería y que necesitaba con urgencia “de sus servicios”, de su saber hacer y de todo un referente.

Porque si algo ha sido y será Manolo Preciado, es un referente. Un hombre del que todo el mundo que ha tratado con él no tiene más que buenas y amables palabras. Una persona íntegra que ha sabido reponerse de todos sus malos momentos y luchar y pelear por seguir disfrutando y haciendo disfrutar de su pasión, el mundo del fútbol. Un cariñoso abrazo, Manolo. 

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Corría el mes de abril de 1994 cuando un grupo de malagueños celebramos la Semana Santa en el lejano cantón Valais de Suiza. Por aquellos tiempos dedicaba buena parte de mi tiempo a transmitir, en la medida de mis posibilidades, el Evangelio. Estaba totalmente involucrado en las tareas de evangelización del Cursillo de Cristiandad. Una tarea gestionada por seglares.

Al referirnos a las expresiones del habla cotidiana, las quejas son las principales protagonistas. Independientemente de cómo se exprese cada cual, somos muy perspicaces en la crítica dirigida a los demás y poco propensos al examen del escaparate propio. Sin embargo, no es tan sencillo pronunciarse al respecto, debido a las imprecisiones propias, las tretas ajenas y los muchos factores implicados.

Los que desde muy pronto y ya sin interrupción hemos tenido un contacto frecuente con los libros sentimos cierta incomodidad al oír consejos y expresiones como “leer es bueno”, “un libro es un amigo” o “lee lo que quieras, pero lee”. Es como si alguien dijera: “¡viva la comida!, da igual qué comas, lo importante es que comas”, o “beber es vivir, sea lo que sea que bebas, bebe”.

 
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