El “complejo de víctima” –relacionado con lo que antaño los psiquiatras llamaban “manía persecutoria”- es algo en lo que los independentistas han rizado el rizo, convirtiéndose en verdaderos maestros a la hora de explotarlo. Podrían ponerse muchos ejemplos, pero quizá sea el que más nos insulta al resto –“España nos roba”- aquel que resume o, por mejor decir, compendia todos los demás.
En mi artículo anterior comentaba que una de las características del nacionalismo independentista es la de situarse frente a un imaginario estado opresor (o explotador) Sólo hay que repasar un poco la Historia para vez qué falaz resulta tal afirmación. Por ejemplo, cuando el “Estado opresor” desarrolló una política arancelaria que protegía a la industria textil catalana (base entonces de su economía) frente a las importaciones, en especial de Gran Bretaña, cuyo producto manufacturado resultaba más barato e incluso de mejor calidad. Cualquier persona interesada en la génesis del “procés” debería leer algunos libros (Uno de mis favoritos aunque de temática más general, Contra las patrias, de Fernando Savater) que desvelan las sinrazones de este victimismo; una forma como otra cualquiera de salirse siempre con la suya a costa del erario público. Dicen que España les roba, pero a día de hoy tienen una deuda con el “Estado opresor” que supera los 70.000 millones de euros, y hasta el ínclito Puigdemont y sus comparsas cuentan con él para embolsarse sus nada despreciables sueldos. Por no hablar de las archimillonarias partidas presupuestarias que cada año salen de las arcas públicas para sufragar, por ejemplo, los gastos catalanes en educación, pensiones y obras públicas.
Los medios de comunicación y las redes sociales nos ilustran cada día sobre lo fácil que resulta manipular a las masas. La psicolingüística interviene de modo decisivo en el proceso de mesmerización que conduce a enajenar la voluntad individual y a que la víctima –aquí sí que la hay- actúe en contra de sus intereses. Nadie escapa del todo a ese influjo: muchos de los prejuicios que todos en mayor o menor grado tenemos, se basan en conceptos o ideas que no son tales, entre otras razones porque no son nuestros, sino que los hemos ido adquiriendo por repetición. Por eso es tan importante que la manipulación se ejerza desde la infancia para que sea de verdad eficaz.
Me voy a permitir contar una anécdota; algo que me ocurrió hace más de veinte años: Caminaba yo en solitario por los pedregosos y empinados senderos que rodean el Annapurna, en Nepal, cuando me pareció escuchar no muy lejos algo que me sonaba a unas personas hablando español. Comoquiera que íbamos en sentido contrario, acabé encontrándome con ellas al cabo de, digamos, medio minuto. Se trataba de una pareja de jóvenes –ella y él- cargados, como yo, con sus pesadas mochilas. Al cruzarnos, les saludé con un “hola” y les pregunté “¿Sois españoles?”. Su respuesta (que no reproduzco, dado que no hablo catalán ni en la intimidad) fue: “No. Somos de los países catalanes” Y pasaron de largo sin tan siquiera darme los “buenos días”. Ni qué decir tiene que les deseé que el próximo con quien se encontraran en el camino fuera el mismísimo Yeti, a ser posible con hambre. Pues bien, esas personas calculo que rondarán ahora los cincuenta años y no creo que hayan vuelto a la cordura y mucho menos que hayan educado a sus hijos en otra cosa que no sea el más pedestre y cateto catalanismo.
Esta anécdota indica que, hace más de una generación, esa maquinaria perversa de la ingeniería social ya estaba en marcha y funcionaba perfectamente. Lo único que ha hecho desde entonces es perfeccionarse.
En 1992, España fue el país encargado de organizar los Juegos Olímpicos y la ciudad elegida para su celebración fue Barcelona. Nadie dudaba que la Ciudad Condal se hallaba (y se halla) en España, pero la empresa Bassat Ogilvy & Matter llevó a cabo una curiosa campaña publicitaria internacional en la que se desplegaban dos carteles (si figuraba en vallas) o dos páginas completas (cuando aparecía en prensa) en los que podía verse lo siguiente:
Primera página (o cartel): “Olympic Games / Barcelona ´92
Segunda página (o cartel) en la que se veía toda la Península Ibérica sombreada en gris y a las provincias catalanas resaltadas en color, acaso rojo o amarillo: “Do you know where Barcelona is?” Y debajo figuraba la respuesta: “IN CATALONIA, OF COURSE!”
Mientras la familia Pujol llevaba más de una década “haciendo hucha” y formaba una generación de desnortados, el “Estado opresor” creaba las infraestructuras del estadio y la Villa Olímpica y financiaba una campaña inverosímil. ¿Por qué?
Muchos de los políticos independentistas (Junqueras, Forcadell, los Jordis, Puigdemont, Mas etc.) pertenecen a la misma generación de aquellos montañeros del Himalaya; es decir, eran relativamente jóvenes cuando comenzó el “procés” de manipulación de la realidad, a comienzos de los ochenta. Otros, en cambio, ya no lo eran tanto –caso de Tardá o del periclitado Lluis Llach- y sería curioso averiguar el origen de su colmillo retorcido… Unos y otros han parido la hornada de “jóvenes airados” (Anna Gabriel, Rufián etc.) que darían risa si no fuera porque han convertido la ignorancia, la necedad y la provocación en su modo de vida y, la verdad, da coraje pensar que el trabajador de un supermercado no llegue a los 1.000 euros al mes o que un profesor universitario no llegue a los 3.000, mientras ellos se embolsan cada treinta días a cuenta del “Estado opresor” no menos de 6.000 (de media)
Existe un avieso concepto en Cataluña que es el de “charnego agradecido”. Se trata de aquellos que se sienten catalanes y no españoles, aun cuando ni uno solo de sus ancestros provenga de esa parte del país. Son como los mamelucos; aquellos esclavos islamizados por los turcos que fueron utilizados por el Imperio de la Gran Puerta en sus campañas guerreras: carne de cañón (otra vez Rufián vuelve a ser un buen ejemplo).
Lo que ignoran estos “charnegos agradecidos” es que los oligarcas (sí, los de los diez apellidos catalanes y eso) los desprecian y jamás les darán acceso al club exclusivo de los jerarcas en la sombra. Memos.
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