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Alberto Juárez Vivas
Alberto Juárez Vivas, (1964. León, Nicaragua) poeta, escritor, promotor cultural y fundador del grupo Espjo (Escritores y poetas jóvenes de la ciudad de León), creador, director y fundador del programa cultural en radio y televisión «Noche Inolvidable». Promotor de la lectura y la escritura creativa. Integró el equipo de escritores de Acic para la implementación de la metodología Leo, comento, imagino y creo en asocio con VISION MUNDIAL. Libros: INFIERNO CLANDESTINO (editorial universitaria 2012) SOMBRAS DE LA GUADAÑA (Tres novelas cortas, editorial PENSAR 2017), YUREN Y OTROS CUENTOS (Narrativa infantil), HORA QUEBRADA (Poesía). Su obra se contempla en dos antologías del grupo espjo realizadas por la editorial universitaria, en 18 voces de la narrativa contemporánea nicaragüense, Revista HILO AZUL. Ha publicado en revistas y periódicos nacionales e internacionales y brindado conferencias y charlas motivacionales de lectura y escritura creativa en instituciones educativas del país, así como recitales a nivel nacional e internacional. Su obra INFIERNO CLANDESTINO fue motivo de ponencia en la universidad de Colorado, PONENCIA ECOLOGICA EN LA POESIA CONTEMPORANEA NICARAGUENSE. |
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“Debajo del Escalpelo”, una novela de ficción del escritor Nicaragüense Alberto Juárez, que promete capturar la atención de los lectores desde la primera página. Disponible ahora en Amazon Kindle en formato tapa blanda y e-books, esta obra nos sumerge en la vida de la doctora Clara Martínez, una cirujana brillante cuya vida personal y profesional está marcada por la infidelidad, el desorden y la constante sombra de la muerte.
Tenía que esperarte una hora, contando las sombras que pasaban a mi lado, analizando los rostros, diversificando semblantes. En la esquina del coyol y la cuajada, de los tricicleros hambrientos y de goma. Mientras una cantilena de clamor y de venta pretendía a cada instante invadir el espacio de los compradores y también de los ladrones que siempre al acecho de la presa buscaban realizar su gestión del día.
Acariciaba su guitarra con tal delicadeza que los pájaros se acercaban a escucharlo. Pero una noche sin luna descubrió que lo que más amaba en este mundo lo había traicionado. Solo pensaba en la manera de desaparecer de la faz de la tierra. Y ya decidido al viaje sin retorno, con la fe marchita, el cantor apagó su voz.
El rumor golpeó con fuerza la vivienda de José. Se levantó de inmediato y abrió la puerta. Se trataba de un muchacho huele pega de las inmediaciones de la estación del ferrocarril.
No son necesarios los detalles, cada uno se desvanece en la oscuridad del cementerio. En bolsas negras se marchan los cuerpos, con soledad y silencio de espantos. Sin el adiós ni la lágrima que refresque el ataúd, donde se van los sueños.
Al final, decidí entrar a la Casa del Café. Segundo piso de Metrocentro. Esperé a una dama que desconocía por completo. Me ubiqué frente a las paredes de vidrio de dicho local, por donde miraba transitar a la gente. Los negocios, a lo largo del pasillo, esperaban a sus clientes, mientras la multitud avanzaba en distintas direcciones. Estaba a la deriva, convertido en mitad hombre y mitad celular, no había término medio.
Hace mucho tiempo que no venía a este lugar, donde tantos artistas y escritores debutamos, con nuestros primeros recitales, bajo la complicidad de los amantes de la cultura. Era un desfile interminable de personas que llenaban los pasillos. Murmullos, música, pisadas, el ir y venir, todos los días se intercambiaban los rostros en un marasmo de sensaciones.
Un hombre pequeño, como por arte de magia, apareció y se dirigió hacia acá, donde aún servimos al orden: —No puedo más señor, debe escucharme. Vengo desde muy lejos y he tenido que dormir en las calles y probar alimentos hasta de los botes de basura. Pero aquí estoy.
Viajar al mar un día martes es algo extraño, claro que no es normal. Pero eso sucedió. Decidimos aventurarnos a las playas de Poneloya, para ser más precisos, a la bocana. El calor intenso de semana santa nos obligó y todos, de alguna manera, nos pusimos de acuerdo. Y zarpamos.
«¡Podéis ir en paz!», dijo finalmente el cura Jesús, despidiéndose de los feligreses. La iglesia el Nuevo Rosario volvió a su antigua condición de silencio, incienso de sándalo y oscuridad.
Si esta biblioteca pudiera hablar y contara todos los acontecimientos misteriosos que han ocurrido en ella, en sus pasillos anchos y retorcidos, en los estantes de libros, donde en muchas ocasiones se vio reflejada en el piso, la sombra de alguien que no estaba. O las mesas y las sillas ordenadas deliberadamente en cruz, sin que nadie pudiera brindar una explicación de lo sucedido.
Tenía que esperarte una hora, contando las sombras que pasaban a mi lado, analizando los rostros, diversificando semblantes. En la esquina del coyol y la cuajada, de los tricicleros hambrientos y de goma. Mientras una cantilena de clamor y de venta pretendía a cada instante invadir el espacio de los compradores y también de los ladrones que siempre al acecho de la presa buscaban realizar su gestión del día.
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