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Ana Rodríguez
Bajo la influencia
Ana Rodríguez (Barcelona, 1981) estudió guión en la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña. Desde entonces, trabaja como guionista en el sector audiovisual en Madrid, habiendo escrito para televisión, teatro y desarrollado nuevos formatos para el mercado digital, además de haber colaborado en diversos documentales y en audiovisuales para el ámbito museográfico.
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Dark Light Voyage, de Tin Dirdamal, es un tránsito hipnótico que nos sumerge en un cruce muy personal entre documental en primera persona e historia de crímenes, como si reformulara desde la realidad los códigos de un Orient Express para trabajar con las cenizas del género y volver a prender el fuego íntimo del misterio.
Lost boys empieza sin rodeos, directa al grano, o a la vena: una aguja entra en un brazo, la sangre sale, la droga entra. A lo largo del metraje lo veremos decenas de veces, los brazos de Jani y Antti son los paisajes de piel blanca y tatuajes que nos guiarán por esta historia de placer y muerte, que empieza y acaba en el cuerpo como portal entre realidades.
En el corazón del cine de Vinterberg, desde Festen hasta La caza, pasando por Otra ronda —recién galardonada con el Óscar a mejor película extranjera—, late el dilema de la Europa crepuscular contemporánea que encuentra en la sociedad danesa el apogeo de sus perversiones: la autocomplacencia del bienestar y la corrección política friccionan con el deseo (consciente o no) de sus habitantes de sentirse vivos, ancestrales y hasta violentos.
Si en Upstream color era el jugo de un gusano el agente capaz de propagar la locura —que podía ser utilizada por terceros para dominar al sujeto emponzoñado—, en She dies tomorrow es, en cierta manera, el relato de la angustia el que desencadena su propagación. La protagonista (Kate Lyn Sheil), convencida de que morirá mañana, lo cuenta a una amiga, quien, poco después, está segura de que mañana también será su último día.
La inestable frontera entre lo humano y lo inhumano, entre lo familiar y lo unheimlich —o siniestro—, permite transitar de una película que arranca con el drama familiar en el centro hacia otra que culmina con el terror de casa encantada fermentado en las podredumbres generacionales de un lugar cuyos habitantes y paredes parecen vibrar bajo el influjo de la misma piedra de locura.
Ese mismo refinamiento encuentra su eco en las imágenes de Cronemberg, elegantes y sobrias, atravesadas por algo salvaje que manifiesta explosiones transitorias a través del gore y brutales sacudidas en la dimensión moral de las acciones de los personajes.
Este año, los enmascarillados no están tanto en las películas como en las salas de cine o en las colas previas a la entrada, y el enemigo invisible carece de efectos especiales para ser sugerido</b>, basta con inspirar a fondo cerca de cualquier rostro ajeno u oír estornudar a alguien para experimentar nuevos matices del terror cotidiano.
El Afganistán de finales de los años 90, dominado por el régimen absolutista talibán, forma parte del imaginario visual occidental en forma de imágenes de telediario con fundamentalistas armados, sangre y burkas azules.
¿Están los indígenas provistos de alma? ¿O carecen de ella, como el resto de bestias a cuyo género pertenecen? Los conquistadores del Nuevo Mundo y los representantes de la Iglesia se planteaban muy en serio esta cuestión unos pocos siglos atrás.
Aterrizo en el cine de Santiago Loza con su objeto visual no identificado: Breve historia del planeta verde. La "entidad fílmica" irradia ternura, una honda tristeza, un extrañamiento hacia los seres humanos que la convierte en algo análogo al ser extraterrestre que es transportado en una maleta a lo largo de esta road movie argentina: algo entrañable y raro de verdad al mismo tiempo.
La violencia extrae la verdad del actor. La violencia obliga a la verdad al espectador. Lux Aeterna. Gaspar Noé. Cine que alcanza su cénit de ataque visual reformulando lo que en su filmografía entendíamos como imagen violenta. Esta vez no son los planos secuencia acrobáticos que hacen bascular a personajes sumidos en lo peor de sus delirios hacia el infierno de sus almas (Clímax).
Desde la hacinada habitación de la fiesta sin fin de El ángel exterminador (Luis Buñuel), en la que fermentaban los bajos instintos de una burguesía ensimismada en sus relatos de clase; pasando por el extraño y delirante espacio cúbico de reverberaciones metafísicas en el que Vincenzo Natali encerraba a sus personajes en su opera prima Cube.
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