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Más allá de sus gestualidades extravagantes, asertivas y enjundiosas, Javier Milei es un presidente vacilante. Teóricamente vacilante y peligrosamente confuso. No nos interesa detenernos en los aspectos singulares de su personalidad ni en la relación que consiguió con una masa variopinta que lo vota y (hasta ahora) lo sostiene.
La irrupción rotunda y disruptiva de Javier Milei a la presidencia argentina ha habilitado un sinfín de calificativos sobre su ideología, caracterizada de las maneras más desmañadas e imprecisas que puedan imaginarse. Desde neofascismo, a “noemenemismo”, desde ser asumido como un 'déjà vu' de los 90, hasta un anuncio de la reedición de los parámetros políticos de Martínez de Hoz durante la última dictadura cívica militar que devastó al país.
Algo inesperado y de dimensiones desconocidas profundiza y acelera la debilidad de las democracias occidentales. Las formas de esas amenazas ni siquiera se limitan a los cinco tradicionales pasos de los golpes blandos de Gene Sharp.
El miedo no puede ser caracterizado como una sensación que avanza solamente sobre gente pusilánime o medrosa. La historia de la humanidad, por el contrario, es capaz de mostrarnos un hilo conductor donde el miedo se expresa en función de ciertos elementos de control social y disciplinamiento que perturban la vida de los habitantes del planeta y articulan las distintas formas de organización social.
El triunfo de Sergio Massa en las elecciones significó mucho más que un resultado absolutamente insurrecto frente a una multiplicidad de encuestas que volvieron a equivocarse. El peronismo, y el pueblo argentino, le han puesto un límite a una expresión neofascista intolerable, que iba por las más sensibles conquistas obtenidas durante cuarenta años de democracia.
Argentina ha afrontado este domingo sus cruciales elecciones generales. El país atraviesa una situación muy compleja ante la acuciante falta de divisas producto de la combinación explosiva de una estructura económica desequilibrada, la deuda inexplicable contraída por el ex presidente Macri con el FMI, una grave sequía que afectó sensiblemente las exportaciones del agro, la pandemia y errores propios del actual gobierno peronista.
República Dominicana y Haití vuelven a vivir el recalentamiento cíclico de sus fronteras. La particularidad de este diferendo radica en que agricultores haitianos decidieron unilateralmente crear un canal destinado a regar sus tierras, para mitigar la sequía en las pobres explotaciones agrícolas Maribaroux, afectando el curso natural del agua del río Masacre (también conocido como Dajabón) y las lagunas y humedales dominicanas cercanas a la obra.
"Una cosa se llama necesaria o por razón de su esencia o por razón de la causa. En efecto, la existencia de una cosa se sigue necesariamente o bien de su misma esencia y definición o bien de una causa eficiente dada. Y por estas razones se dice también que una cosa es imposible, a saber, o bien porque su esencia o definición implica contradicción, o bien porque no se da ninguna causa externa que esté determinada a producir tal cosa", dice Spinoza en su Ética.
Me causa una entrañable y cálida nostalgia la lectura solitaria de aquellos teóricos magníficos de la denominada “izquierda nacional” que abundaban en los años sesenta y setenta, cuyos libros nos despertaban las pasiones más alegres y nos iluminaban respecto de las contradicciones fundamentales de un país semicolonial.
Una confesión introductoria: siento que escribo a tientas, sin brújulas ni estrellas que me orienten, sin escatimar riesgos ni yerros. Estoy escribiendo desde la mera conjetura, porque las certidumbres escasean en estos tiempos y porque tal vez sea cierto que las expresiones artísticas se han fortalecido y socializado tanto que quizás se hayan convertido en un vallado difícil de sortear por el avance arrollador y espectral del neoliberalismo.
La literatura es una actividad que responde a una multiplicidad de motivaciones que nunca alcanzarán a ser enunciadas por nuestra vocación totalizante. Es una pulsión de vida, un intersticio exquisito de soledad que nos permite jugar tan armónicamente como nos resulte posible con las palabras, un ejercicio de arqueología del lenguaje, un intento de comunicarnos con nuestros semejantes desde la pausa prolífica de la imaginación.
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