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Del conflicto que hay entre Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, y los dirigentes nacionales del Partido Popular, se siguen conociendo nuevos detalles y supongo que surgirán más en los próximos días. Por lo pronto, y salvo aclaraciones posteriores, creo que el presidente Casado no ha estado acertado en los comentarios que hizo en la cadena Cope.
Todo plan estratégico tiene un objetivo. Y es ahí donde debemos colocar el foco para atar cabos en la guerra del Partido Popular. Para sorpresa de nadie, el de Pablo Casado es la Moncloa. Como cualquier otro político voraz e insaciable de poder, todo sacrificio sería poco para lograr su ansiado propósito. La instauración del noísmo por antonomasia hacia el gobierno y un discurso cada vez más al borde del precipicio derecho lo constatan.
La larga historia de un partido, como es la del Partido Popular, que viene prestando relevantes servicios a España con el esfuerzo, el tesón y la generosidad de millones de votantes y simpatizantes y miles de cargos públicos honestos y leales, no puede verse mancillada por una infantil y esperpéntica lucha interna de poder.
Debo confesar que nunca he pertenecido a ningún partido político, ni he tenido apetencias de participar activamente en política. Sin embargo, sí he estado (y estoy) interesado en lo que ocurre políticamente en España y en el resto del mundo, igual que me interesan los deportes, las reuniones con mis amigos y las tertulias con grupos afines.
Las discrepancias internas entre los distintos sectores del PP cada día se han estado haciendo más evidentes y, pese a lo que nos pueda doler a los que siempre hemos votado por dicha formación, no podemos alegar sorpresa ante lo que acaba de venírsenos encima. Es la maldición de la derecha, su talón de Aquiles: en cada ocasión en la que se le ponen las cosas a huevo, encuentra el medio más eficaz para echarlo todo a perder.
Isabel Díaz Ayuso ha destrozado al cavernario Partido Popular de «Génova» por mentiroso, mafioso y trapacero. Hacía tiempo que en el PP habían encargado una investigación sobre ella, pero siempre lo negaron. La sombra de la presidenta madrileña era excesivamente alargada y eso un líder, sobre todo un líder torpe, no es capaz de asumirlo.
Tras el fiasco del PP en las elecciones en Castilla León, el liderazgo de Pablo Casado estaría en entredicho por lo que en el laboratorio de la Fundación FAES se estaría gestando una operación para defenestrarlo con el objetivo inequívoco de lograr que la nueva estrella del firmamento neoliberal español, la Presidenta de la Comunidad de Madrid Isabel Díaz Ayuso sea investida Presidenta del Gobierno en las próximas Elecciones Generales.
Las urnas nos dirán si Fernández Mañueco acertó convocando elecciones o se precipitó. Si tenemos en cuenta las posibilidades de traición y cuanto se estaba cociendo, entonces egoístamente sí hizo bien, pero desde mi punto de vista y dado el momento de pandemia, no fue lo más acertado. Voy más allá: pensando en la ciudadanía de la comunidad, nunca debió hacerlo tan a la ligera, pero si sólo pensaba en su partido y en creerse como Díaz Ayuso, la metedura de pata es incorregible.
Dicen que la vida es una serie de sorpresas. Imprevistas, predecibles o incluso premeditadas, nos marcan un camino confuso a causa de vaivenes sociopolíticos. Curtidos en sorpresas infames, las positivas nos conducen al escepticismo. Fascinación por ser los primeros en recibir las ayudas europeas, a la par que consternación por la posible incapacidad de ejecución de los mismos. No se extrañen, somos reincidentes.
Pablo Casado tiene un problema, incluso voy más lejos: Pablo Casado es el problema. En estos momentos, el binomio Díaz Ayuso-Miguel Ángel Rodríguez acapara todas las miradas, los parabienes, la ilusión, la esperanza y los deseos de que la «Gaviota» se pose en Moncloa con ella como presidenta nacional.
No sabes, Pablo, lo contentos que están contigo tus votantes y simpatizantes. Hace un rato he tenido ocasión de comprobar el poco atractivo que tienes para ellos y lo mucho que creen en Isabel. Te sorprenderías si supieras el gancho que la presidenta tiene, incluso, para gente como Martínez-Almeida, Núñez Feijoó, Cayetana, Fernández Mañueco, Herrera Campo… Te aseguro que has caído en el despropósito.
Mientras Pablo Casado y Teodoro García Egea encienden la mecha y se cargan las esperanzas de millones de afiliados y simpatizantes, Díaz Ayuso hace gala de la madurez que le caracteriza y lanza un mensaje de unidad, concordia y diálogo. Lo que esta mujer cosechó con trabajo, esfuerzo y sacrificio, esa pareja de celosos y codiciosos ha estado a punto de dilapidarlo por envidia, mala fe e inmadurez.
Lo marcado en los Estatutos del PP, más que definir, limitan, con una redacción tan difusa que apenas es compatible con la libertad que impone la Constitución. Por el mero hecho de solicitar la afiliación, los populares aceptan los principios que cimientan el pensamiento político y los programas de gobierno.
¿Qué sucede cuando se tiene la posibilidad de avanzar e irle comiendo terreno al adversario político y, de pronto, por un simple movimiento erróneo, por un mal cálculo político, dejar perder toda la ventaja que tanto esfuerzo ha costado conseguir y volver a situarse en la posición de salida, mientras el partido en el Gobierno se vale de la mala decisión del partido de la oposición, para afianzarse y conseguir volver a situar la perspectiva electoral a su favor?
La presidenta de la Comunidad de Madrid debe ser quien presida el Partido Popular en esa. No se entendería lo contrario, como no lo entienden el presidente gallego, Cristina Cifuentes o Esperanza Aguirre. Díaz Ayuso ha salvado al partido de la abulia, la desgana y el encefalograma plano. Es por ello por lo que la nueva torpeza de Pablo Casado, muy mal asesorado por Teo García Egea como principal actor de la crisis, no ha gustado nada a sus afiliados, simpatizantes y votantes.
Cada día estoy más convencido de que el presidente del PP tiene que mover ficha aprovechando el desconcierto inicial de las ocho caras nuevas del Gobierno. Debe hacerlo con contundencia y sentido común porque no estamos para fuegos de artificio. Ha de tener en cuenta que no es suyo el éxito del varapalo del Tribunal Constitucional por el estado de alarma, porque el Partido Popular avaló las tres primeras prórrogas. Y eso se lo pueden echar en cara en cualquier momento.
El camino iniciado por el actual Gobierno --indultos injustos y amenazas incluidas—es muy peligroso, no sólo por las personas que hacen el mal sino por las que se sientan a ver lo que pasa sin evitarlo. Por mucho que se empeñe este Gobierno, nunca podrá normalizar, y mucho menos blanquear, las amenazas permanentes o los pactos con proetarras, nacionalistas de vía estrecha, independentistas de calcetín polvoriento o golpistas de tartera penitenciaria.
Esta semana pasa la cúpula del PP por la Audiencia Nacional. Sin embargo, el partido sigue gobernando desde el “Tamayazo”, el día que el PP corrompió a miembros del PS para hacerse con la Comunidad.
Llevamos mucho tiempo en España con unos políticos que no dan la talla. Estamos hartos de sobresaltos. Valen para hacer chistes, insultar al contrario y aventar chascarrillos, pero para nada de provecho. Decía Newman que el cálculo nunca hace al héroe, pero sin saber calcular, el político está desnortado y en la más absoluta perdición.
De la misma forma que supo de la liberación de Ortega Lara antes que el propio Aznar, incluso tenía preparada la comunicación cuando el presidente popular se puso en contacto con él, estoy convencido que su bien ganada fama de lince le ha llevado a ir por delante de esta izquierda ratonera que elevó recurso al TSJM con ánimo de torpedear y ganar tiempo, incluso para entorpecer el funcionamiento del tribunal. El susto no lo han digerido aún.
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