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Si acaso tratamos de asimilar nuestro aterrizaje en el mundo, ha de destacar a la fuerza el carácter menesteroso del hallazgo; ni sabemos de dónde, ni a donde, ni el porqué. Por lo tanto, es lógico que vayamos a remolque de cuantas impresiones percibimos, en un contraste sucesivo con la chispa interior de entrañables condiciones.
Precisamente en estos ambientes de tanta fanfarria, crispación y desconsideraciones de toda laña, se echa de menos la posibilidad de algunas alternativas tranquilizadoras. Aunque la misma dinámica de los comportamientos comunitarios no permite la mínima pausa reflexiva; que además, quizá serviría de poco, porque se fueron destruyendo cualquiera de los lazos conceptuales encaminados a una existencia satisfactoria.
El enfoque machadiano de ponernos juntos a buscarla, reúne a la vez, el acuciante anhelo por obtenerla, la necesitamos, y las evidentes dificultades por encontrarla. Son tantas las facetas a tener en cuenta, tan enrevesadas, se mire por donde se mire, que accedemos únicamente a verdades segmentarias y momentáneas.
En los tiempos actuales disponemos como nunca de adelantos sensacionales, impensables en épocas anteriores. No damos abasto para la comprensión de todos sus posibles efectos. Esta tarea ya nos plantea requerimientos importantes y nos mantiene ocupados. Sin embargo, y de forma simultánea, la congoja también impera con fuerza inusitada en amplias zonas del orbe, afectando a gran número de personas.
El diálogo resulta básico para cualquier pretensión de vida comunitaria; para encauzar los agonismos y antagonismos es un procedimiento necesario. Cuando no se practica, los entendimientos se tornan muy problemáticos. Exige unas mínimas cualidades de franqueza, respeto, tenacidad, y naturalmente, voluntad de dialogar. Y de por sí, cuesta lo suyo reunir estas condiciones.
Hoy me refiero a ese verdadero halo que acompaña a las situaciones de cada momento y condición. En muchas ocasiones, la obra realizada, por muy relevante que sea, no es lo principal, a su vera se generan variadas repercusiones de mayor repercusión sobre la sociedad en general o las personas en particular. De hecho, una actuación, una obra determinada, puede verse superada por sus irradiaciones poco controlables.
Los modos de actuar adoptan rasgos de diferentes procedencias, aunque su configuración final presente un aspecto determinado; a la hora de su valoración es evidente la complejidad. El mérito del protagonista, los resultados obtenidos y los entresijos de los procedimientos empleados, en gran parte de las ocasiones no aparecen a la vista de los observadores.
Nos asentamos sobre una inestabilidad manifiesta, en la cual, los puntos fijos son una auténtica rareza, si es que llega alguno a perfilarse. Conocemos las funciones de partículas minúsculas, masas indetectables, energías potentes y avizoramos nuevas dimensiones en el Universo; los podíamos resumir en la actividad de unos átomos inquietos de interminables reacciones en ámbitos inalcanzables para nuestro entendimiento.
Es fascinante ese manantial interminable de ideas, acogotan a la misma medida del tiempo, no importa cual hay sido su destino, fluyen con rapidez en una dispersa emanación. El fenómeno en sí es subyugante. Provocan sensaciones dispares, relaciones congruentes e incongruentes a la vez.
La ignorancia no tiene porqué ser perniciosa, son muchas sus modalidades, de consideraciones diversas a tener en cuenta. Estamos afincados en ámbitos rodeados de misterios inescrutables. El interés puesto en la adquisición de mejores conocimientos es desigual, así como las diferentes capacidades para las investigaciones.
No siempre son las cosas tan complicadas como pudieran parecer, suceden con toda naturalidad, aunque nos empeñemos con frecuencia en obstaculizar su fluidez. Es un fenómeno habitual, que con frecuencia pasa desapercibido. Nos encandilan las complejidades, aunque sean una acumulación de falsedades; llegamos a menospreciar la sencilla espontaneidad de ciertos conocimientos.
En las actividades cotidianas nos vemos sometidos a un sinfín de exigencias de variados calibres; junto a numerosas banalidades, afrontamos disyuntivas inquietantes, ni los conocimientos ni las fuerzas nos permiten resoluciones plenamente satisfactorias. En esta vida somos menesterosos por naturaleza, la lógica apuntaría a un decidido afán de colaboración en busca de las satisfacciones oportunas.
No es infrecuente encontrarnos con personas que alardean de una determinada fijación en torno a sus convicciones o maneras de actuar. Si esa postura está basada en serios razonamientos pueden albergar un buen talante e incluso tratarse de la mejor solución. Sin embargo, los ambientes evolucionan y las circunstancias se mantienen en una constante efervescencia.
La deformación de las palabras o de los conceptos, suele hacerse realidad en la medida de su manoseo. Quizá por aquello de tantas idas y venidas, en un determinado momento ya no podemos precisar de qué estábamos tratando; desgajamos la idea por el camino y ya no somos capaces de recoger las migajas para volver a configurarla.
La excesiva tranquilidad es un señuelo para el cual no estamos preparados, ni las circunstancias permitirán nunca su arraigo duradero. Los cambios son incesantes y los desconocimientos inmensos. Ante esa tesitura movidita, como nunca controlamos la totalidad de los factores involucrados, nos incordian, inclementes, las insatisfacciones, sean cualesquiera las veredas transitadas.
Ser conscientes es al final muy relativo. De qué, cómo y en qué momento, modifican sin remedio los matices; barruntamos el devenir de divagaciones incesantes entre placenteras e insatisfactorias. Versiones y visiones se contraponen sin reparo en un alarde vertiginoso y libertario. La alegoría de esa existencia habla de conceptos y sensaciones con un dominio preocupante, por el grado de presunción implícito en su firmeza.
Se haga uso de ella o no, en mayor medida o sólo de manera eventual según los arrestos individuales; esa potencialidad racional nos define, es un activo de encendido variable para los seres humanos. Lejos de tratarse de una entidad con dimensiones fijas, la razón es susceptible de manifestarse a través de manifestaciones inesperadas, cuyas intensidades escapan a la perspicacia de los individuos.
Es evidente que cuando a pleno sol europeo del siglo XXI surgen brotes racistas escandalosos, cuando buen número de gente se llena hasta las cartolas de tóxicos, los más jóvenes se sienten embravecidos y engullidos a la vez con acosos descontrolados y las variadas algaradas avasallan diversos sectores ante la pasividad comunitaria; si todo esto, no sólo ocurre, sino que predomina, las alarmas debieran sonar con furor ante unos fenómenos bien visibles.
Cuando valoramos conceptos importantes u organizaciones, cometemos con frecuencia deslices desorientadores, al no situar a cada uno de sus elementos en el lugar adecuado. Sobre todo por detenernos en la visión de conjunto, desdeñando los pormenores de cada caso. Entramos en una especie de surrealismo, agrandamos la presencia rumbosa de las entidades y al tiempo, aminoramos el testimonio de las figuras humanas concretas.
En cualquier época de la Historia, esa que nos incluye a todos, las incógnitas han sido abrumadoras, a pesar de los descubrimientos sucesivos, mantuvieron la supremacía. Los conocimientos nunca se acercaron a la meta final; cada nuevo dato, cada hallazgo, sacó a relucir una gran cantidad de interrogantes novedosos.
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