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Las numerosas incógnitas nos abruman desde las primeras edades, con los años parecen incrementarse, las cosas se complican. Nos centramos en las inquietudes personales, apenas tenemos arrestos para enfrentarnos a los desarreglos colectivos. Hemos de funcionar con todos los recursos disponibles, los naturales y cuantas aportaciones se produjeron en las sucesivas generaciones.
Nos hemos globalizado, pero no humanizado; sólo hay que adentrarse por los caminos del orbe y divisar los horizontes de todos los continentes y culturas, para observar un mundo desgarrado y atormentado por la violencia, en el que prolifera el hambre y la pobreza. La sociedad tiene, pues, que despertar.
Ansiamos saber de todo, y en cierto modo es natural, porque de cada cosa apenas sabemos nada; montamos los andamiajes para funcionar en los quehaceres diarios a base arreglos esporádicos. En algunos casos, hasta nos dejan boquiabiertos esas soluciones momentáneas. Estamos enraizados en una curiosa madeja de difícil enjuiciamiento global.
Para que la humanidad avance, hay que contar con todas las gentes, no dejar a nadie sin hogar, habiten donde habiten y sean quienes sean, con toda su pluralidad de cultos y cultivos, que han de dirigirse hacia el bienestar de las personas y hacia el bien colectivo. Seguramente, tengamos que comprometernos mucho más, si en verdad queremos no dejar a nadie atrás.
El mañana está ahí, abierto a todos y todos somos responsables de lo que nos depare, tanto para las personas como para el planeta. En consecuencia, no se trata únicamente de prever el futuro, sino de ejecutarlo hermanados, a través de un buen obrar armónico y conjunto, crecido de entusiasmo y desarrollado, en base a lo vivido.
La referencia de hoy rastrea los matices creadores de aires enigmáticos y asombros incesantes. Desprovistos de guías protocolarias, la incertidumbre de los razonamientos multiplica las posibilidades interpretativas. El dinamismo de los procedimientos configura la imagen de cuanto acontece; cabe la posibilidad de quedarse absorto en la contemplación de las estrellas en el firmamento oscuro.
Amor, amor al prójimo, amor pasión, amor a los padres y a la familia; amor a la patria, amor a la tierra y al planeta, amor entre humanos y por la flora y la fauna, amor por esto y aquello. En definitiva, amor. El amor (y el desamor) se lleva bien con la poesía, el tango, la narrativa; con el arte en general, el psicoanálisis y la buena política.
La escalada de conflictos que no cesan, las tensiones geopolíticas y el creciente caos climático; nos están dejando en la cuneta de los desatinos, lo que debe hacernos repensar, para mantener viva la llama del espíritu. Caer en la desolación tampoco es el recurso para renovarse, crecer y compartir.
Según Nietzsche, la responsabilidad es fundamental en nuestras decisiones libres, ya que lo que sucede es por nuestras decisiones. Se trata de asumir las consecuencias de nuestras acciones, en todo momento. Lo que plantea también la obligación de responder de ellas, como corresponda.
Al prestar atención a cuanto se dice por ahí, es llamativa una contraposición que saca a relucir muchas deficiencias subyacentes. Me refiero a esa rotundidad que intenta suplir la falta de buenos argumentos, como si el tono de los pronunciamientos realzara la consistencia de las propuestas.
Cada despertar es el inicio de un principiante recomenzar, de una nueva vida que se hace a través de pequeñas acciones conjuntas, eso sí, con grandes sueños siempre. Luego hay que procurar no endiosarse, para ello la aureola hemos de beberla en ínfimas dosis, para no caer en absurdos embobamientos o en sobredosis de soberbia.
Por regla general, recorremos unos trayectos curiosos en las diferentes edades y situaciones. Los matices abundan, con rasgos de intensidad desiguales, sin que los ritmos comunitarios o personales se mantengan inmutables; con numerosas modificaciones en cuanto a las metas proyectadas.
La vida por sí misma está cuajada de dimensiones, tanto cósmicas como históricas, que nos encienden el soplo creativo, ante el cúmulo de realidades sorprendentes y el conjunto de fisonomías distintivas, anímicas y materiales, intelectuales y afectivas, que caracterizan a una sociedad y que abarca, los diversos cultivos, ya sea de la ciencia, el arte o las letras, las tradiciones, creencias, principios y valores.
Todos tenemos tras de sí una historia que no se contempla, sino que se vive realizándola cada cual consigo mismo, con un ojo puesto en el pasado y otro en el futuro, para tener siempre las manos en el presente, que es nuestro y de nadie más, el cual también nos interroga cada aurora.
En la maravillosa diversidad que nos constituye, hemos de añadir el conglomerado de los sentires y actuaciones de los humanos. Si esto nos provoca algún incordio por desaveniencias, convendremos en su oportunidad; quién sabe a dónde nos conduciría el aburrimiento con su aplanamiento progresivo.
Dejémonos estimular por los signos del verso, activemos la voluntad y la mente para repoblar el planeta de menos poder y más poesía, para que en las noches oscuras puedan sobrellevarse las diversas sintonías de andares, con activos sueños colectivos, renunciando a los intereses personales.
Hablar es fácil, hacerlo con algo de sustancia es algo más complicado. No digamos, si pretendemos catalogar la realidad, lo virtual, ficciones, o las peculiares perspectivas de los individuos. Al intentarlo, penetramos en sectores resbaladizos, donde la precisión de las definiciones se derrite al menor contacto. La espontaneidad se dispersa sin control.
Aquí nadie se libra de la batalla del buen hacer y mejor obrar de los productos alimenticios, tanto si cultivas, transportas, almacenas, distribuyes, vendes, sirves o incluso como mero consumidor; absolutamente todos tenemos un rol significativo que desempeñar, al menos para mantenerlos en buen estado. Ojalá fuésemos más responsables al respecto.
Las especulaciones del pensamiento, sean de gente común o de egregios pensadores, cotizan a la baja frente a los requerimientos prácticos; generan una serie de abstracciones teóricas, difíciles de amoldar en la encarnadura de lo que son el ser humano concreto, el individuo, y el sujeto colectivo.
Necesitamos vencer a la desconfianza con una lluvia de buenos deseos, que son los que nos hacen florecer por dentro y por fuera. También los caminos existenciales deben desarrollarse, poniéndonos en movimiento para injertarnos savia. Nuestro tránsito es para transformarnos, para que se abran en nuestra vida los caminos del verso, como aliento y continuidad.
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