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Cuando la mitad de la sociedad se hunde en la pobreza y la indigencia, sospecha de todo aquello que no sea resultado de las “ciencias duras” y considera que la cultura es una suerte de adorno suntuario (por atrevido y molesto), señoras y señoritas, algunas afeadas por el bisturí y otras benditas en su rostro y cuerpo por naturaleza, imitan, repiten tonteras y hasta se dan aires de experimentada sapiencia.
La mezquindad y la mediocridad no son simples defectos morales individuales, sino que son fuerzas corrosivas que pueden fragmentar severamente el tejido social, minar el potencial colectivo y fomentar la alienación de las personas. Estas actitudes, al arraigarse en las relaciones humanas, bloquean todo tipo de cooperación puesto que desconfían del mérito de quienes puedan llegar a tener algún talento real que no sea chupar medias.
Es un adagio que ya se utilizaba en la Edad Media, y que en español quiere decir “Los honores cambian las costumbres, pero rara vez a mejor". Lo podemos hacer corresponder con nuestro dicho: “Si quieres saber quién es fulanillo, dale un encarguillo”.
El título no deja de ser curioso, pero tiene su razón de ser. Es el procedimiento cualitativo, el que permite descifrar lo que no se alcanza a comprender y para ello recurrimos habitualmente a la comparación y a la metáfora, herramientas especialmente eficaces en la educación. En el concepto religioso serían las parábolas y en el mundo literario los cuentos con moraleja.
No es depresión lo que siente cualquier persona de a pie, ante tanta mediocridad política, no, es un sentimiento de degradación. El Presidente, la cabeza, no piensa, sólo quiere el sombrero para presumir. España, su seguridad, su estabilidad, su prosperidad, su historia, su influencia…, eso no interesa.
Solo he hablado una vez en mi vida con Pablo Casado. Fue el 30 de noviembre de 2014 en el plató donde se emitía el programa La Sexta Noche. Me habían invitado para debatir sobre el documento que, junto a Vicenç Navarro, habíamos entregado a Podemos para que le sirviera de referencia en la elaboración de su programa electoral.
Vivimos en una sociedad carente de valores por mínimos que sean. Ni nuestros representantes políticos, que solo buscan tener poder para imponer su voluntad a cualquier coste y llenarse los bolsillos lo más posible y rapidito por si no encuentran otro sitio mejor, ni la justicia demuestran tener dignidad en sus cargos (siempre con honrosas excepciones).
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