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Es un adagio que ya se utilizaba en la Edad Media, y que en español quiere decir “Los honores cambian las costumbres, pero rara vez a mejor". Lo podemos hacer corresponder con nuestro dicho: “Si quieres saber quién es fulanillo, dale un encarguillo”.
El título no deja de ser curioso, pero tiene su razón de ser. Es el procedimiento cualitativo, el que permite descifrar lo que no se alcanza a comprender y para ello recurrimos habitualmente a la comparación y a la metáfora, herramientas especialmente eficaces en la educación. En el concepto religioso serían las parábolas y en el mundo literario los cuentos con moraleja.
No es depresión lo que siente cualquier persona de a pie, ante tanta mediocridad política, no, es un sentimiento de degradación. El Presidente, la cabeza, no piensa, sólo quiere el sombrero para presumir. España, su seguridad, su estabilidad, su prosperidad, su historia, su influencia…, eso no interesa.
Solo he hablado una vez en mi vida con Pablo Casado. Fue el 30 de noviembre de 2014 en el plató donde se emitía el programa La Sexta Noche. Me habían invitado para debatir sobre el documento que, junto a Vicenç Navarro, habíamos entregado a Podemos para que le sirviera de referencia en la elaboración de su programa electoral.
Vivimos en una sociedad carente de valores por mínimos que sean. Ni nuestros representantes políticos, que solo buscan tener poder para imponer su voluntad a cualquier coste y llenarse los bolsillos lo más posible y rapidito por si no encuentran otro sitio mejor, ni la justicia demuestran tener dignidad en sus cargos (siempre con honrosas excepciones).
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