Esta semana nos hemos visto sobresaltados por dos noticias tremendamente dolorosas, la muerte en diferentes circunstancias de dos niños de 6 y 7 años de edad.
En el devenir diario de informaciones políticas y de catástrofes naturales, que abren de manera reiterativa los telediarios y nos inundan tanto verbal como visualmente de imágenes y comentarios, vemos las distintas formas de reaccionar de las personas afectadas.
En el caso de la familia del niño víctima de un malvado depredador sexual, esta guarda un prudente silencio, imagino que su dolor es tan grande que les impiden manifestarse. En el de la niña atropellada accidentalmente en el colegio Monte Alto, la madre que presenció tan terrible suceso tuvo tiempo de abrazar a su hija y decirle lo mucho que la quería antes de que dejara de oírla. Luego se abrazó a la causante del hecho y se fundieron en un profundo y doloroso llanto. Ese acto demuestra una exquisita sensibilidad, una grandeza de espíritu, un acto de caridad y amor que solamente se puede comprender si tu vida está llena de Dios, si tienes fe y pones todo en sus manos.
Esas dos madres posiblemente se conocieran o no, pues ambas iban a recoger a sus respectivos hijos al colegio, y ambas llevaran durante toda su vida el peso del dolor ocasionado, esa cruz que dependiendo de la religiosidad de cada una, les será más o menos soportable.
En la Palma, los afectados por el volcán, cuando hacen públicos los desastres que a cada uno les ha ocasionado, también demuestran más o menos la aceptación por lo ocurrido.
Con todo esto quiero decir, y con ello me reitero una y otra vez y no me cansaré de repetirlo, que eliminar la religión del sistema educativo es un craso error. Debía ser obligatoria, ni siquiera optativa, junto a la ética y la moral que configuran la esencia del ser, la dignidad de la persona, enseñan valores como el respeto, la constancia, el esfuerzo, el bien común etc. lo que conlleva a tener una sociedad más libre y respetuosa, menos agresiva, con una mayor y mejor convivencia.
Los creyentes tenemos suerte de serlo, pues cuando nos aqueja una gran pena tenemos donde agarrarnos y soportar mejor los contratiempos de la vida. La fe es creer lo que no se ve, evidentemente a Dios no le vemos como tal pero si podemos sentirlo en personas de nuestro entorno con su comportamiento. Él se vale de personas físicas para llevar a cabo su proyecto, está en nosotros el querer verlo o no, nos da libertad para elegir, no impone nada, ahí está la grandeza de saber escoger lo que nos conviene o no.
Vivimos en una sociedad carente de valores por mínimos que sean, ni nuestros representantes políticos que solo buscan tener poder para imponer su voluntad a cualquier coste y llenarse los bolsillos lo más posible y rapidito por si no encuentran otro sitio mejor, ni la justicia demuestran tener dignidad en sus cargos (siempre con honrosas excepciones).
Yo me hago esta reflexión: los creyentes (generalizando el término) no nos oponemos a que haya ateos y agnósticos, que cada uno haga de su capa un sayo, pero… ¿Por qué nos tienen que privar a nosotros de nuestras creencias de forma obligatoria empezando por los colegios, ninguneando las asignaturas que sirven para aumentar la cultura (y no me meto en religión) sino en pensamiento? ¿Por qué coartan la libertad de una manera impositiva? ¿Porqué las teorías de esta “izquierda progre” son siempre la prohibición, la imposición, el no consenso? ¿A esto llaman progreso? Yo lo calificaría de prevaricación, revanchismo, rencor, envidia, explotación, abuso de poder, etc.
En definitiva tenemos unos políticos y una sociedad que son una exaltación de la mediocridad, donde en los primeros prima el orgullo, la vanidad y el super ego y en los segundos una ignorancia supina.
|