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Hoy quiero invitarlos a reflexionar sobre un asunto que, si bien es evidente, se discute y analiza precariamente desde los medios masivos de comunicación: la pérdida de representatividad popular de la izquierda en occidente. Esta disociación con la realidad del pueblo pone de manifiesto el cambio profundo en las prioridades y estrategias de un espectro político que, históricamente, había sido el portavoz de las clases trabajadoras.
Como todo el mundo sabe y reconoce, la alianza de la OTAN se creó tras el final de la Segunda Guerra Mundial para prevenir de un ataque de la Unión Soviética (que no se materializó). Como respuesta a la alianza de la OTAN, en 1955 se creó el Pacto de Varsovia como contrapeso.
Están cayéndose algunos velos en Occidente pero reformulándose otras, distintas puestas en escena… El tema no es qué semblantes han cumplido su fecha de caducidad sino observar qué nuevas máscaras se nos muestran a los ciudadanos de a pie. De la sociedad todos formamos parte, los hipócritas y los transparentes; los mentirosos, los responsables y los tontos.
La relación entre Occidente y los países de Oriente próximo y medio ha sido conflictiva, de modo parecido a lo que durante la Guerra Fría fue entre la OTAN y la URSS. Ahora que el conflicto con la nueva Rusia de Putin con pretensiones expansionistas ha quedado limitado a un 'impasse', reaparece el conflicto con algunos países islámicos, a partir del problema de Gaza.
Palestina viene de “país de los filisteos”, enemigos del pueblo de Israel durante mucho tiempo. Cuando fueron expulsados los judíos, a lo largo de estos 20 siglos han convivido allí tanto musulmanes como cristianos y judíos, aunque no ha dejado de haber guerras.
Se habla de un “choque de civilizaciones” entre Islam y Occidente. Desde finales del siglo pasado, hemos visto crecer los conflictos con países islámicos: Irak, Libia, pero no nos mostraban los motivos económicos que estaban detrás de esas guerras: ¿no serían guerras que tenían oscuros motivos financieros? Ahora mismo hay más de 40 guerras activas en el mundo, pero en sitios donde no hay esos grandes intereses económicos, no se nos presenta como una injusticia.
En nuestra sociedad pluricultural estamos asistiendo a una avalancha inmigratoria y junto al hecho multirracial, indudablemente positivo, nos encontramos con problemas importantes, como la diversidad religiosa que connota elementos a veces discordantes con nuestro modo de ser.
Por desgracia, Islam y Occidente han estado en conflicto desde el inicio, en el siglo VII. Pero incluso en la ocupación de España, hubo interacción pacífica entre las culturas. Si estamos en Europa, lógicamente tendremos una visión eurocéntrica, y nos puede costar ver la perspectiva de los países de otras culturas; quizá no recordamos la historia que no sólo ha tenido episodios tipo invasiones árabes o batallas como Lepanto, sino también colonialismo europeo invasivo hacia las culturas de países islámicos.
Occidente se enfrenta en la actualidad a una de las más graves crisis de su historia. Tanto las instancias que detentan el poder, como una buena parte de su sociedad, se están dejando impregnar por un viejo modelo de la concepción del ser humano, y de su existencia sobre el planeta que habita. Un insólito patrón que perturba la propia concepción de sí mismo, e ignora deliberadamente su propia evolución antropológica y cultural en el transcurso de los tiempos.
En 1900, Joaquín Costa, uno de los grandes intelectuales españoles, en el contexto gubernamental de un proceso regenerador de la sociedad española, consideró que para lograr esa transformación de España, la misma habría de asentarse sobre dos pilares, sin los cuales el proyecto estaría condenado al fracaso: la escuela y la despensa.
El actual sistema dominante o establishment de las sociedades occidentales utilizaría la dictadura invisible del consumismo compulsivo de bienes materiales para anular los ideales del individuo primigenio y transformarlo en un ser acrítico, miedoso y conformista que pasará a engrosar ineludiblemente las filas de una sociedad homogénea, uniforme y fácilmente manipulable mediante las técnicas de manipulación de masas.
La estimulación constante que produce el sistema capitalista en la sociedad de la satisfacción sin límites, está causando saturación y saciedad en las personas. No son capaces de disfrutar todo lo que podrían, ya que existen otras necesidades y acciones que es preciso atender. Lo expresa de forma muy clara Baudrillard al escribir que «La satisfacción inmediata supera con creces la capacidad de disfrute de un ser humano normal».
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