En nuestra sociedad pluricultural estamos asistiendo a una avalancha inmigratoria y junto al hecho multirracial, indudablemente positivo, nos encontramos con problemas importantes, como la diversidad religiosa que connota elementos a veces discordantes con nuestro modo de ser: al incorporar un fenómeno religioso como es el Islam que no conoce la palabra “persona”, la fuente de los derechos es la comunidad islámica; en los países islámicos, los cristianos son considerados a menudo ciudadanos de segunda categoría, y hemos visto los problemas de algunas mujeres que se han casado con islámicos: la película Not Without My Daughter (“No sin mi hija”, 1991), basada en hechos reales, muestra como un marido islámico se lleva de vacaciones engañados a su esposa y a su hija a Irán para que conozcan a su familia y una vez allí ya no quiere volver a EE.UU y las deja secuestradas en ese país. La difícil integración de los inmigrantes de esos países islámicos (en Alemania y Francia, por citar dos países con desórdenes públicos por ese motivo) se debe a un choque cultural, que está en diversos frentes: a nivel religioso, tienen un manual de instrucciones que es el libro sagrado. A nivel social, el Islam no tiene la idea de Estado laico, y por tanto el Corán no es sólo un código religioso, sino también político. En las mezquitas se recibe sólo una catequesis espiritual, puesto que el Islam es política, economía, cultura y sociedad. Y como las mezquitas son un lugar sagrado en sentido fuerte, no deja de serlo aunque se les deje por un tiempo, pues para ellos una mezquita lo será ya siempre jamás. El derecho familiar islámico es también muy distinto al occidental, su concepción de la mujer, la poligamia, y todo ello provoca que el diálogo sea difícil. Al ver cómo viven en esos países musulmanes, salen a la luz cosas preocupantes. Diversos tipos de fundamentalismo islámico han proliferado en Argelia y otros países, y en muchos lugares de la geografía, como en las islas Molucas, hay procesos de islamización brutal, con miles de muertes y torturas. Estamos asistiendo a una ola de integrismo en muchos países, que están bajo la bandera de un fundamentalismo musulmán. Hemos visto cómo el tesoro artístico de Afganistán se desmoronaba por la fiebre iconoclasta. La intolerancia de algunos países musulmanes es un problema que preocupa cada vez más. La sombra del fundamentalismo islámico aletea sobre Occidente. En los últimos años, hemos visto con pena que en muchos Estados de mayoría islámica, la libertad religiosa no existe, y la conversión al cristianismo es considerada “apostasía”, un delito que en algunos sitios se castiga con la muerte, como en el caso de Sudán, Mauritania y Arabia Saudita. Hemos visto cómo minorías quedan masacradas en sus derechos en Pakistán, con la excusa de que la religión se convierte en régimen del estado. Y en Indonesia abundan los ataques a las personas faltando a la libertad religiosa. Esos días hemos vivido un atentado terrorista con atrocidades nunca vistas, en la muerte indiscriminada de 1400 personas en Israel por parte del grupo Hamas. No hubo nada igual desde aquel 11 de septiembre de comienzos de milenio cuando se nos encogió el estómago viendo por la televisión el ataque terrorista a las torres gemelas del World Trade Center en Nueva York y al Pentágono en Washington. El acto terrorista en Israel ha ido más allá de toda ficción que han publicado en las novelas del género, y Occidente está en alerta pues nos hace ver que somos vulnerables, que no controlamos tantas cosas, que bastan unas personas fanáticas para que todo cambie, que cosas que parecían seguras como los sistemas de inteligencia israelíes, o los rascacielos de Nueva York, queden como estructuras ingenuas, expuestas a cualquier atentado. Sentimos que no estamos seguros, que no podemos controlar todas las posibilidades, esas torres que pensábamos inexpugnables, se demostraron débiles como de papel. Samuel Huntington habló de ese choque de civilizaciones que se avecina, en su libro The Clash of Civilizations sembró la desconfianza. Está claro que Occidente tiene problemas con la cultura islámica, es un hecho. Es más, muchos países islámicos tienen problemas con su cultura: el Corán marca a la sociedad desde el principio hasta el final. Y en los países islámicos es donde hay más víctimas por atentados terroristas islamistas. Además, hay un sometimiento de la mujer al hombre, y muchas cosas de derecho penal que se contraponen a la sociedad moderna. Ellos responden diciendo: "sí, nosotros somos la fuerza esencial de la religión". Y esto incluso fascina a muchos occidentales, les da un momento de vivencia especial. Pero resalta que en muchos países islámicos hay una falta de respeto a la persona, ciertas concepciones de la guerra santa, una estructura social medieval como consecuencia de la falta de interpretación del Corán… El problema de la integración de los islámicos en los países de Occidente no es de fácil solución. Se ha pensado que con la educación y el trabajo esto se arreglaría, pero hoy día muchos jóvenes ni estudian ni trabajan, también islámicos, y esto crea un problema adicional. Especialmente preocupa que se pasó de la presencia de musulmanes a la presencia del Islam, es decir de unos inmigrantes han pasado a ser una cultura. ¿Qué significa esto, que habrá islamización a largo plazo? ¿Hemos de acogerlos o tenerles miedo? ¿Van a conquistarnos con hijos? Son algunas de las preguntas que se hacen en los medios de comunicación. Hay muchos millones de musulmanes en Europa, y hay quienes no esconden su espíritu de conquista a través de los hijos, como decía una mujer señalando el niño que llevaba dentro: “os conquistaremos así”. Pero confío en que esa ola de fundamentalismo vaya desapareciendo cuando esos pueblos tengan más cultura y bienestar económico: la ignorancia y la pobreza son campo abonado para pensamientos fanáticos, y para creencias de un paraíso terrenal que se consigue con revoluciones. Muchas cosas buenas que ya se han hecho en este campo. Conozco musulmanes que están muy integrados en nuestra cultura, que no comparten los métodos violentos, pero queda mucho por hacer. En Europa cada vez hay más integración de musulmanes, con la adopción de aspectos culturales, sociales y económicos del país de acogida, al tiempo que se respetan sus valores y prácticas religiosas. Francia, donde la “minoría” musulmana son ya un 10% de la población (6,77 millones de franceses son musulmanes, inmigrantes, hijos y nietos de inmigrantes), tiene aspectos propios debido a la separación entre la vida pública laicista y la religión que pertenece a la vida privada solamente; y también aparece el problema social del paro. En Alemania el desempleo de esa minoría también es un problema, además de las dificultades de integración por ejemplo de aprendizaje de la lengua alemana. Esa integración exitosa de las comunidades musulmanas en Europa es un proceso complejo y a largo plazo. Pienso que Occidente tiene problemas con su identidad, nuestra cultura está falta de respeto a la dignidad de la persona, estamos cerrados al individualismo en lugar de abrirnos a la solidaridad con el prójimo cercano y lejano como son los países africanos, no hay natalidad con lo que viene muy bien la inmigración de otros países para dar continuidad a todo, etc. Por falta de recursos morales, es una civilización que se tambalea, y que en cierta forma está necesitada de “sangre nueva”. Habría que profundizar en el conocimiento de la historia, y ver que las grandes migraciones a la larga han enriquecido las civilizaciones que tenían síntomas de decadencia, y en esa esperanza abriremos las puertas a los que tienen derecho a ser acogidos, pues todos los problemas citados son menores comparados con el derecho de ser acogidos, las fronteras son un invento humano y las personas que no tienen tierra tienen derecho a ir a las tierras que no tienen pobladores, como los que tienen una familia y carecen de trabajo tienen derecho a ir donde hay empleos que necesitan brazos. El respeto habría de ayudarnos a ir conviviendo con los que van siendo cada día más en nuestra sociedad. Ellos tendrán que conocernos mejor a nosotros, que tenemos una profunda separación entre religión y Estado. Nosotros a ellos. Quizá podamos comenzar una nueva era de relaciones entre todos los pueblos donde impere el amor y tanto egoísmo como ha habido en el siglo XX deje paso a un nuevo orden internacional. Porque la violencia nunca es solución a largo plazo. Al igual que con los inmigrantes se trabaja en una educación inclusiva, es importante a nivel global establecer un diálogo de las civilizaciones.
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