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Hace muchos años que no voy a los cines. No soporto el volumen con el que se presentan las películas, el frío del aire acondicionado y el consumo de todo tipo de alimentos y bebidas por los espectadores como si no hubiera un mañana.
Unas rachas de aire apartaron la niebla y por entre los jirones de las nubes aparecieron unos rayos de sol que iluminaron el cementerio. Me llamó la atención un destello que salía de una de las galerías, la de los nichos viejos de la pared del fondo. Me acerqué evitando que el rocío de los parterres mojara los bajos de mis pantalones. Era una placa dorada:
Somos gente en camino y, con nuestros andares, hemos de tener el valor de sembrar vida. Cuidado con esos poderes destructivos. Nuestras huellas no fenecen.
Tal vez con la intención de que al lector no le pase desapercibido el título del escrito se publica en letras de gran formato: dos líneas abarcan el ancho de la página. “Aumentan el 30% los médicos con trastornos y adicciones”.
Patricia Martín escribe: “Los médicos como cualquier persona padecen problemas sicológicos y tienen adicción”.
No deja de ser curioso que nos pronunciemos por la salvación del planeta, incluso invocando a la Pachamama, y nos consideremos culpables de que se derrumbe un glaciar o pueda desaparecer alguna especie rara de lagartija o salamandra.
En el marco de la serie Diálogos y Memorias, organizado por la Vicerrectoría de Extensión y Difusión de la Cultura de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), se realizará el próximo miércoles 30 de octubre del año en curso, un justo homenaje por su destacada trayectoria artística a la escritora, comunicadora y pintora mexicana Lilia Rivera.
Mi juventud fue un paso difícil y me costó encontrar la madurez. Tuve muchas dudas y todas se resolvieron con el tiempo y mi cultivada fe en que siempre me pasaría lo mejor. Así que me propuse con firmeza: no llorar, no desmayarse, no desear lo inalcanzable y si lo deseo y lucho por ello, saber retroceder a tiempo, antes de hacerme daños irreversibles que me marquen de por vida.
Déjame hablar, por favor. Ya he tenido bastante con aguantarte todo este tiempo, ahora escúchame tú.
Los moradores de este mundo, con sus gobiernos y nuevas generaciones al frente, han de sosegarse y aminorar tensiones, que lo único que hacen es propiciar atmósferas ya vividas en otro tiempo, y esta es una época que ha de ser activada e instruida en la tolerancia.
Después de los primeros tres meses de experimentar con la respiración, el frío y la meditación de acuerdo a lo que he ido aprendiendo del Método Wim Hof, puedo asegurar que hasta ahora son múltiples y en varias direcciones los beneficios.
Qué tendrá que ver la política con los tsunamis, a no ser que un maremoto se tome en sentido figurado de la palabra, o sea un tsunami que lo inunde todo, totalmente artificial, porque el otro se basa en causas que para más inri son naturales, pero destructivas, devastadoras, catastróficas; es cuando un tsunami se inicia con un terremoto en el mar y crea el caos.
No voy a entrar en discernir de qué parte está la verdad. Ni siquiera voy a dilucidar quién tiene la razón. Lo que me preocupa es que a mí, y a mi familia, nos está involucrando y perjudicando. No estoy preparado para denunciar a los culpables, “Entre todos lo mataron y el solo se murió”. El caso es que estoy siendo invadido por una sensación de alerta precursora de un “canguelo” indescriptible.
Serán aquellas tareas humildes, esforzadas para aclararnos las ideas de entre la madeja indiscriminada de conocimientos en la cual hemos convertido la comunicación social. Para entresacar las mejores cualidades de cara a una convivencia satisfactoria.
En un libro de Bernabé Tierno titulado Optimismo vital esto está desarrollado de una manera extensa y profunda a la vez. Tierno fue psicólogo, pedagogo, psicoterapeuta y escritor. Nos ha dejado numerosos libros divulgativos de psicología y ha desarrollado una extraordinaria labor de conferenciante. También es muy destacable su participación habitual en distintos medios de comunicación.
No es la primera vez –ni será la última, mucho me temo- que utilizo el mismo epígrafe que ahora encabeza estas líneas para titular alguno de mis artículos de opinión. Evidentemente, todos ellos tienen algo en común, de lo contrario no tendría sentido semejante acopio de simpleza y vulgaridad.
Me sorprende sobremanera que, con la que está cayendo en Cataluña, el Gobierno siga mirando al alero y sin ponerse a trabajar. La Constitución se nos va de las manos por la reiterada dejadez de nuestros políticos, muy alejados en su quehacer y preparación de aquellos que dieron ejemplo durante la transición.
No vamos a entrar en la compleja sentencia dada a conocer este lunes por el TS, por aquello de que “Doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabrán responder” cuyo origen se encuentra en la Doctrina Cristiana, nombre del catecismo del padre Astete (1537-1601) y es evidente que, una sentencia de casi 500 folios, puede tener mucho que analizar, poco que rectificar (dada la solvencia de los magistrados del TS que la han redactado) y el grave peligro de tener la intención.
Cuando me dispongo a escribir mi artículo semanal tengo como ruido de fondo una de las variadas y parecidas tertulias de la tele hablando de la sentencia del “proces” que seguramente no han tenido tiempo de leer, salvo las filtraciones interesadas ¡qué vaya usted a saber!
Nos gusta hablar de los ambientes acechantes, pero no tanto de los ambientadores involucrados en su gestación; quizá por la cuota correspondiente a quienes pretendemos pasar desapercibidos. Las responsabilidades se difuminan bajo múltiples maquillajes.
El encuentro entre mundos diversos siempre es un fructífero acontecimiento, puesto que activa la creatividad del diálogo, promoviendo ese abrazo que nos universaliza y hermana. Ese espíritu de caminantes, de exploradores de existencias, es innato a toda vida.
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