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Tsunamis

El mundo climático está revuelto, las adolescentes gritan a los dirigentes del mundo lo que deben hacer
Nieves Fernández
sábado, 19 de octubre de 2019, 11:35 h (CET)

Qué tendrá que ver la política con los tsunamis, a no ser que un maremoto se tome en sentido figurado de la palabra, o sea un tsunami que lo inunde todo, totalmente artificial, porque el otro se basa en causas que para más inri son naturales, pero destructivas, devastadoras, catastróficas; es cuando un tsunami se inicia con un terremoto en el mar y crea el caos. La palabra tsunami de origen japonés será una ola gigantesca, y como si tuviera vida se come la tierra, se crece diez o doce metros en las playas y acantilados, o más, y se convierte en una ola empujada por otra vertical y la lía parda.

El agua tras la devastación necesita una estabilidad, una posición natural y horizontal. Y como el efecto mariposa, por poco que se muevan esas aguas, afectarán a otras costas, a otras playas y países. Otras veces será una erupción volcánica, un movimiento marino, un deslizamiento, incluso un meteorito. Es lo que pasó en Indonesia el año pasado o en Japón en 2011.

Ahora queremos relacionar a los tsunamis con la democracia, cuando lo uno no debería ir nunca con lo otro, pero se hace añadiendo el adjetivo democrático, con vocablos como desobediencia y no violencia, aunque sean violentos, los pertenecientes a esos tsunamis como los que los temen y quieren evitarlos.

El mundo climático está revuelto, las adolescentes gritan a los dirigentes del mundo lo que deben hacer, ellos que son los expertos, los formados, los que siempre tienen sentido común… Y así aparecen tsunamis ecologistas, de emergencia climática, acampadas urbanas ecológicas, exigentes con empresas contaminantes, pidiendo justicia climática con mucha razón en movimientos internacionales.

Se diría que quedar con tres o cuatro mil personas en un aeropuerto o en una plaza capital es tan fácil como quedar con amigos en el bar de la esquina. Todo sea por el ecosistema, si hay razón, aunque a veces llama la atención que, esas mismas personas que defienden hasta llorar al planeta, lo ensucian sin conciencia y pasan de reciclar plásticos en sus quedadas con bolsas de alcohol, aunque se reúnan después en acciones de sensibilización pacífica. Sería mejor defender al planeta con pequeños gestos, y eso que sabemos que los hay, que otros jóvenes lo hacen, gestos silenciosos sin ensuciar lugares de botellón, de concierto, de fiesta o cervezada.

Lo que sí hemos de saber es que para levantar un tsunami, democrático o no, hay que estar con la tecnología, en un mundo global donde los tsunamis pueden ser generales, por el efecto mariposa, hay muchas mariposas internacionales que gustan batir sus alas, aplaudiendo el jaleo. Nada como irse virtualmente a un país del Caribe y crear una web donde organizar una aplicación para que los tsunamis comiencen a mover masas.

Luego están los tsunamis personales que llevamos dentro, los familiares, los emocionales, los sociales… Para ellos habría que analizar si somos lo suficientemente activistas. Pero qué tendrán que ver los tsunamis con eso.

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Al referirnos a las expresiones del habla cotidiana, las quejas son las principales protagonistas. Independientemente de cómo se exprese cada cual, somos muy perspicaces en la crítica dirigida a los demás y poco propensos al examen del escaparate propio. Sin embargo, no es tan sencillo pronunciarse al respecto, debido a las imprecisiones propias, las tretas ajenas y los muchos factores implicados.

Los que desde muy pronto y ya sin interrupción hemos tenido un contacto frecuente con los libros sentimos cierta incomodidad al oír consejos y expresiones como “leer es bueno”, “un libro es un amigo” o “lee lo que quieras, pero lee”. Es como si alguien dijera: “¡viva la comida!, da igual qué comas, lo importante es que comas”, o “beber es vivir, sea lo que sea que bebas, bebe”.

Parece tarea ímproba sublimar el grado máximo de curiosidad en un continente que, teórica y realmente, es mágico. Es tan portentoso, que hasta el río más caudaloso del mundo resulta ser un capricho de la naturaleza -según leí y copié literalmente en aquellas tierras- en una de las cordilleras andinas del sur peruano, la sierra de Chila, las nieves perpetuas alumbran centenares de arroyos que se dejan caer hacia occidente, en busca del océano Pacífico.

 
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