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La hermosa Lota (Carlota Vega) llegó primero a Villa Maravilla. Pensaba: “Esta vez, mi jefe, ese memo de Lito, no se enterará del trabajo que tengo entre manos”. Llevaba a su fiero bulldog Satán de la correa. Abrió el portón con una ganzúa, tal como había quedado con la señorita Samara Faltó. No saltaron las alarmas.
Hace mucho tiempo que no venía a este lugar, donde tantos artistas y escritores debutamos, con nuestros primeros recitales, bajo la complicidad de los amantes de la cultura. Era un desfile interminable de personas que llenaban los pasillos. Murmullos, música, pisadas, el ir y venir, todos los días se intercambiaban los rostros en un marasmo de sensaciones.
Era costumbre inveterada, queen varias ocasiones por las noches durante pernoctaron, los hermanos Fernando y Edmundo, se iban a conversar a la orilla del río, cuando los demás dormían, en un sitio denominado "El Pelón", lo disfrutaban al son de una hermosa sinfonía, que orquestaban: los pájaros, grillos, ranas, sapos, garrobos, toda clase de bichos, los notables silbidos del ulular del viento...
Eran las seis de la mañana, el oscurecer de aquel mismo día desaparecido. La mañana estaba hermosa y sorprendida, esperaba el sol del día, que no duraría mucho. Doña Francisca bajaba el café negro del fogón y se movía sin cesar del lavandero a la cocina, el día para ella venía apretado, como todos los días.
Éxito a la desesperada, pues para subir una alta montaña, basta una danza africana feliz, así subirás, sin pensar en la mañana siempre cruel, siempre insulta que te insulta, siempre falso a mis espaldas, en que bailo sola y me gusta la playa.
Se iba viajando en tren eléctrico a la ciudad de Oranienburg, la noche había decendido. En esa época, las calles de Alemania la “Ex RDA”, allá por los años 1984 en el mes de octubre e inicios del primer mes del año 1985, se encontraban repletas de abundante nieve, los vehículos en parte atascados por la nieve, las personas transeúntes muy bien abrigadas.
Tuvieron la virtud de hacerse varios ofrecimientos, mientras tanto el tiempo examinaba su libro de apuntes cotidianos, y resultaba que diario se dan cosas distintas, que dan a algunos sabor y a otros sinsabores editando su propia versión de cultura, y que maquillan al día y, aunque el tiempo no hace siesta, su alimento es la misma realidad dentro del tiempo, ese es su plácido plato.
El día estaba desértico, y esa tarde en el cielo inmaculado se avecinaba una inmensa tempestad, y entre truenos y relámpagos apareció un crepúsculo precioso que daba ganas de dormir a su lado. La tierra poco a poco iba quedando noctámbula, y en el filo de su oscuridad, se escuchaban algunos silbidos y aullidos de perros, y uno que otro sonido de un claxon.
Su nombre real no importa, la llamaremos Rosa. Vestía una blusa roja de rayas blancas bien arrugada, descolorida y sucia; se acercó hasta mi mesa pidiéndome un peso. Yo se lo di y al instante advertí su demencia que muchos del pueblo conocían, decían que era a causa de una desbocada ansiedad, de un sentimiento no correspondido, quizás la horrorizaba la soledad.
El varón argentino del presente relato se llama Amancio. Intentaré estructurar un friso (acaso lo será para algunos lectores) crudo y fidedigno. Quien esto escribe, también varón y argentino, se apropiará del transcurrir de una jornada de su amigo del alma. El que lo es desde que cursáramos el colegio secundario en un barrio al que no pertenecíamos: Mataderos. Tenemos la misma edad y parecida conformación física.
Alquilé un piso a un hermano y nada hice, sólo abrí la puerta para que lo viesen y se lo quedaron. Con la crisis encima, acepté su invitación a comer para agradecerme mi éxito en el alquiler, nos bajaron el sueldo y la paga de diciembre será un 30% menor. Esta es la cometa de arena contra la que no se puede luchar.
En bombacha hace flexiones en la barra (un metro y setenta y siete centímetros de muy buena madera) engrampada en la pared lila. Hoy es viernes feriado nacional y nuestra kinesióloga no trabaja ni concurre al seminario de posgrado. Pudo haber ido a un picnic con gente del hospital, en Virreyes. No se suspendía por lluvia y garúa desde el amanecer. Pudo haber presenciado el ensayo de “Los Húsares” en el Centro Dramático Buenos Aires.
Supo de mi romance veraniego con mi co-terapeuta. Y del affaire con la acompañante psiquiátrica que trabajó en la Clínica pocos meses, durante la temporada que tuvimos completo el cupo de internados, y en la que llevamos adelante el Congreso sobre psicosis en el auditorio de Johnson y Johnson. Cuando la doctora Julieta W. me dio calce, no especulaba en ligar con ella.
En medio del infierno, las llamas devoraban las almas de los impuros, de aquellos que en la tierra dañaron a otros. Desde mi perspectiva el paisaje era hermoso, los gritos de aquellas almas eran un sonido grandioso con aroma a justicia, lástima que las victimas de sus maldades no pudieran ver que su mundo era injusto pero el mío era implacable.
El hecho, milagro, prodigio, ¿quién lo sabe?, ocurrió allá por el año mil ciento y pico en un pueblecito del Norte de Francia, de no más de cincuenta habitantes ubicado en un ameno valle al pie de unas montañas. Sus casas se encontraban junto a un alegre y cantarín riachuelo de no mucha profundidad en el que abundaban los lucios, las percas y las truchas de las que los pacíficos habitantes disfrutaban pescando en sus ratos de ocio.
Caminaba sin rumbo fijo. Iba con la cabeza agachada. Si alguien hubiese reparado en él hubiera observado en sus ojos una tristeza y amargura infinitas. Juanito no sabía a dónde ir. Llevaba por lo menos tres horas andando. Era una mañana fría de invierno. El aire frígido le calaba hasta la médula de los pobres huesos de su cuerpecillo de nueve años.
El vecino Filiberto esa noche sonó y se despertó gritando, te amo, te amo, y era tan fuerte el grito, que él mismo logró sacarse de su sueño profundo y mágico y una vez despierto pensó: si alguien, escuchó mis gritos de seguro estará pensando está loco ese. Pero, que importa lo que piensen de notable imaginación.
Microrrelatos: 'Relaciones de dolor y alegría', 'La realidad de la ventana' y 'El libro cansado y viejo'.
Una joven dama argentina casada se halla con un mexicano licenciado en abogacía. Tienen un hijito y una mansión en ciudad de México. Ella era cancionista de tangos hasta que se produjo su enlace, sin lo que se dice amor-amor, para acceder así, legalmente (por la puerta grande, principal), a la suprema misión a la que una mujer muy mujer está destinada: dar a luz y consagrarse al retoño.
Mis sentidos comenzaron a salir del letargo en el que sin saber cómo se habían sumergido. Mis ojos no se abrieron, pero mi cuerpo se sintió flotar al igual que mi larga y rizada melena rubia, mi paz fue sustituida por una agitación extraña y la mente me jugó una mala pasada rebobinando mis recuerdos hasta las últimas imágenes en las que únicamente veía sangre.
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