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Una fiesta muy especial que no sabría calificar. Una mezcla de ritos ancestrales, una especie de liturgia, una demostración de valor o de inconsciencia o, simplemente, la culminación de una fiesta constante llena de alcohol, de comida y… de algunas otras cosas.
Un año más, Pamplona se prepara a celebrar sus fiestas, que en buena medida se sustentan publicitariamente en la agresión brutal a seres inocentes (toros), en sus dos versiones escenográficas principales: corridas y encierros. En dicho sentido, deseamos hacer llegar a la opinión pública nuestro firme rechazo a cualquier manifestación lúdica que implique sufrimiento gratuito a inocentes (como desde luego es el caso).
Las personas que viven la Fiesta de San Fermín adoptan una vestimenta propia, prendas blancas y fajín y pañuelo rojo. Este complemento, antes del inicio de la fiesta con el tradicional discurso y chupinazo se lleva en la mano. Y cuando en la plaza del ayuntamiento se oye «Viva San Fermín. Gora San Fermín», los pañuelos ondean al viento y de ahí al cuello hasta el Pobre de mí.
A finales del Siglo XIX el fisiólogo Charles-Édouard Brown-Séquard afirmó haber dado con un elixir que, entre otros efectos, aumentaba su hombría.
El Ayuntamiento de Pamplona concede el Pañuelo de Honor, una distinción cuya descripción, concesión y entrega está recogida en su Reglamento de protocolo, ceremonial, honores y distinciones aprobado definitivamente en septiembre del año 2016.
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