Entre lo que percibimos y la realidad de los quebrantos sufridos provocados por agentes conocidos o no; surgen abismos CONTROVERTIDOS que dificultan su comprensión. Bien sea por la falta de datos congruentes sobre lo acaecido, por informaciones tendenciosas, por la escasa atención prestada o por la complejidad de los asuntos; con frecuencia se reúnen todos esos condicionantes. Si la realidad perturba la existencia, los silenciamientos también lo hacen, ambos plantean dificultades de cara al análisis de los agravios reiterativos sobre la población que no conseguimos evitar.
Se han escrito numerosos tratados sobre la delincuencia, sus variados delitos, las consecuencias derivadas y las respuestas comunitarias. No son suficientes, el temario nunca se completa; dicho de otra forma, está sometido a una renovación constante, por lo que requiere sucesivas maniobras de adaptación a sus variantes. También en esto, las apariencias nos confunden en las ocasiones más insospechadas; los rasgos imprecisos abundan, en gran parte porque los ocultamientos forman parte de la práctica habitual. La COMPLEJIDAD de los análisis sobre dichos comportamientos no esconde la rotundidad de los desmanes. Se vean o no contempladas por una valoración adecuada por parte de la sociedad; las sorpresas no faltan.
La modalidad de presentación de unas transgresiones, las apariencias, no siempre logran el disimulo del delito. Hemos vivido muy de cerca episodios recientes con muchos intervinientes en los delitos. En torno al independentismo catalán se creó todo un canto ÉPICO como desencadenante justificativo de las actuaciones ilegítimas posteriores. Las falsificaciones ensucian e invalidan el relato poético del asunto, que sustenta delitos graves, que afectan al conjunto de la sociedad. Los sentimientos, los dineros, las instituciones, la pluralidad, sufrieron un asalto inclemente; los perjuicios ocasionados alteran la convivencia y los proyectos vitales. La coherencia o la estupidez de la respuesta social marcará la dirección elegida.
En otras ocasiones los despropósitos transcurren alejados de los grandes montajes, de la publicidad, desperdigados entre los funcionamientos considerados como normales. Surgen desde unos comportamientos que no sobresalen del resto, se requiere una atención refinada para la detección de sus rasgos malévolos, que no por disimulados están exentos de repercusiones graves. Se desenvuelven en plena MEDIOCRIDAD ambiental, poco diferenciados por sus detalles, que al fin serán decisivos. Digamos que el escudo de la mediocridad les mantiene como agentes dedicados a otras cuestiones ajenas a los delitos.
Pequeñas acciones u omisiones que originan trágicas consecuencias. La mediocridad evoluciona pronto de anécdota al desencadenamiento de serios problemas, sufrimientos innecesarios, tragedias, con RESPONSABILIDADES de diverso grado en el curso de una ligereza mal gestionada. Destrozan grupos familiares o comunitarios, desquician pesquisas judiciales importantes, desvirtúan tareas profesionales; todo ello con gran número de personas afectadas y por actividades solapadas de apariencia poco relevante. Deberíamos fijarnos más en el poder penetrante de la gente mediocre con aires arrogantes y desconsiderados con el prójimo.
Los enigmas interiores de cada sujeto son algo más que ocultamientos, desde su profunda localización influencian la voluntad de esa persona; pero también sus ensamblajes con la comunidad. El rompimiento del equilibrio personal, añadido a la subversión de las normativas sociales, pone de manifiesto la dificultad para delimitar responsabilidades. En ciertos casos es evidente el carácter UNITARIO de la gestación del delito, cuando las deficiencias sociales inciden en la decisión rompedora del individuo. Por agobios, por abandonos manifiestos, frivolidad educativa o la profusión de conductas corruptas; las transgresiones individuales son inevitables, muy previsibles, dadas las circunstancias acechantes.
De ahí el que convenga plantearnos, con mayor interés del que le dedicamos ahora, la clase de estructura utilizada para la organización de la sociedad; porque desde ella se fraguan una serie de DISTORSIONES relacionadas por activa o por pasiva con los delitos. Desencadenan algunos de ellos, los permiten, los dejan impunes, los agravan u obstaculizan las posibles soluciones. Son distorsiones apreciables en los acontecimientos cotidianos, ¿Cómo no se ha redactado una ley para el paso de los patrimonios familiares de los grandes corruptos al uso público? ¿Por qué no se cumplen las penas impuestas a los delincuentes?
Pero la sociedad no radica sólo en el Estado, leyes o autoridades, estadísticas o encuestas. ¿Qué hacer si la misma ciudadanía practica las crispaciones violentas? Si la conducta de los ciudadanos se aferra a la valoración mediocre de los asuntos, a la indiferencia conceptual, al oportunismo ciego de sacar tajada a costa de quien sea, a la indolencia correctora; con esos entorchados ejerceremos de agentes DIABÓLICOS, dispuestos para cualquier acometida sin pensar en mejores justificaciones. La vorágine ambiental favorece estas andanzas.
La delimitación del grado mental de rresponsabilidad en el momento de la comisión del delito es una pregunta habitual dirigida a la psiquiatría forense; una tarea ímproba, por los engaños y por el tiempo transcurrido. A las SIMULACIONES del interfecto se añaden las triquiñuelas legales de sus defensores. Caso curioso, pero repetido, sin ninguna tara previa que justificara medidas de control, aunque a posteriori todo son eximentes por enajenación. Nos dejan dubitativos, si el quebranto radica en la mentalidad del acusado o bien en los enredos del sistema. Si el trastorno fuera previo hubiera exigido atenciones que no existieron.
El que uno tenga la azotea mal amueblada, DESTARTALADA, por adiestramientos nefastos, negligencia, voluntad aviesa, desconocimiento, o por el contrario, conocimientos de aplicación malsana; no lleva aparejado el forzamiento de su voluntad, porque a pesar de los enredos aducidos, la práctica del bien o de las maldades, no exige por lo general grandes razonamientos distintivos. Los defectos del aprendizaje propio, las carencias educativas del carácter, las maquinaciones individuales, exigirían mayor atención por parte de la gente circundante relacionada con aquellas pésimas semillas, generadoras de discordias trágicas.
Por mucho que desdeñemos a Kant, introdujo dos conceptos señeros de la mejor humanidad. El carácter universal de los criterios básicos del buen hacer y la ausencia de dogmatismos, porque aboga por la convicción razonada de los implicados. Como contraste, a diario comprobamos a donde nos conducen las valoraciones sectarias, cada uno con su ética, decisiones unilaterales, diálogos necios en los cuales nadie escucha, en una divergencia extremosa de las actitudes. ¡Menudo reto existencial! El CONVENCIMIENTO como tarea de muchos, de unos pocos y de uno mismo en su pequeñez grandiosa. A la vez suministradores y receptores de eso que usamos tan poco, los buenos razonamientos, sin irnos por la nubes, adaptados al terreno.
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