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Banderas a media asta

¿Cómo debe recordarse la pasión de Jesús?
Octavi Pereña
sábado, 14 de abril de 2018, 11:05 h (CET)

La ministra de defensa María Dolores de Cospedal ha anunciado que en todas las instalaciones militares la bandera ondeará a media asta desde las catorce horas del jueves santo hasta las 00,01horas del domingo de resurrección. Esta decisión es una barbaridad no solamente porque en un Estado aconfesional esta orden confunde la gimnasia con la magnesia, sino porque también es una cuestión teológica.


La bandera a media asta en el contexto de la Semana Santa implica que Jesús ha muerto. A pesar de que Jesús previamente había anunciado que tenía que resucitar de entre los muertos al tercer día, sus seguidores tenían sus mentes ofuscadas para entenderlo y estaban tristes porque creían que su Señor había muerto. Las mujeres que fueron al sepulcro con las especies aromáticas para preparar el cuerpo de Jesús, perplejas porque vieron el sepulcro vacío. Los dos ángeles que se les aparecieron les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” (Lucas 24:5).


A pesar de que el Credo enseña que Jesús murió y resucitó, la Iglesia católica pasa de refilón su resurrección. El plato fuerte de su doctrina es la muerte de Jesús. Este aspecto le ha permitido atraer a multitudes que se deleitan viendo las imágenes que quieren describir del dolor del vía crucis original. Cuando se iniciaron las procesiones de Semana Santa, quizás la intención fue buena. Se pretendía instruir a las masas analfabetas, incapaces de leer los evangelios, pero se equivocaron. La manera de enseñar el camino de la salvación es la predicación. Eso requiere personas verdaderamente convertidas a Cristo que no se apartan de la verdad bíblica.


Quienes iniciaron las procesiones de semana Santa, si es que lo hicieron con buena intención, se olvidaron del mandamiento que dice: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás, porque yo soy el Señor tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Éxodo 20: 4-6).


A la Iglesia católica la cosa se le ha ido de las manos y una riada de corrupción corre por sus entrañas. <b>Jesús Bastante</b> escribiendo sobre una reunión que más de 300 chicos y chicas de todo el mundo mantuvieron con el papa Francisco, dice “Los jóvenes católicos se plantan y exigen cambios, transparencia y credibilidad en la Iglesia”. Estos jóvenes quieren reformar a la Iglesia católica, las consecuencias pero no la causa de sus corrupciones. Hace quinientos años que Martín Lutero lo intentó, pero fracasó. El profeta Oseas ante la situación desesperada en que se encontraba Israel debido a su infidelidad a Dios, escribió: “¿Quién es sabio para que entienda esto, y prudente para que lo sepa? Porque los caminos del señor son rectos, y los justos andarán por ellos, mas los rebeldes caerán en ellos” (14:9).

¡Iglesia católica si te tienes que convertir conviértete al Señor!


La muerte de Jesús debe recordarse y tenerse presente porque es el precio que se tuvo que pagar para el perdón de los pecados. Hasta la muerte de Jesús en la cruz el sacrificio se hacía simbólicamente con la muerte de animales cuya sangre no borraba los pecados. Por ello se precisaba repetir los sacrificios diariamente. “Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio, se ha sentado a la diestra de Dios…porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10: 12,14). ¿Cómo debe recordarse esta única ofrenda? Si la sangre de los corderos sacrificados simbolizaba un sacrificio que se tenía que ofrecer, ¿cómo debe recordarse un sacrificio que ya es cosa del pasado? Con sangre no. Entonces, ¿cómo?


Transportándonos el apóstol Pablo al cenáculo en donde Jesús con sus discípulos celebró su última cena pascual, el Señor simbólicamente identifica el pan con su cuerpo que dentro de poco daría por el perdón de los pecados y su sangre que los limpia todos, con el vino. El apóstol transmite las instrucciones recibidas directamente del Señor. Cada vez que la iglesia local se reúne para comer el pan, “este es mi cuerpo que por vosotros es partido, haced esto en memoria de mí”. “Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, haced esto todas las veces que la bebiereis en memoria de mí. Así pues, todas las veces que comáis este pan, y bebáis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que Él venga”. Participar en la Cena del Señor recuerda al creyente que Jesús vendrá en su gloria a instaurar el Reino eterno de Dios. Señor instituido por el mismo Jesús tiene que hacerlo de manera muy concreta: “De manera que cualquiera que coma este pan o beba esta copa del Señor indignamente, será culpable del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí…” (1 Corintios 11: 23-34).


Los participantes en las procesiones de Semana Santa, ¿lo hacen con el cuidado que el apóstol pide en Nombre de Jesús a que lo hagan quienes se reúnen para comer el pan y beber el vino que simbolizan el cuerpo y la sangre que Jesús derramó para salvación del pueblo de Dios?

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