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¿Por qué nos cuesta tanto creer que somos inmortales?

No debemos esperar ningún elogio ni agradecimiento
Vida Universal
martes, 15 de mayo de 2018, 07:41 h (CET)

Lo bueno que hagamos aquí en la Tierra será el fruto de nuestra vida, es lo que hemos conseguido en la existencia terrenal, estos son también los bienes que lleva nuestra alma en su equipaje de viaje. La condición es sin embargo que hagamos el bien desinteresadamente y no tengamos ninguna actitud de espera. No debemos esperar ningún elogio ni agradecimiento.



Tenemos que darnos cuenta que mediante la muerte no nos volvemos sabios y que nuestros vicios no se transforman en virtudes, del mismo modo que viajando a un país extranjero tampoco cambian de un día a otro nuestras características, costumbres o inclinaciones, o no nos convertimos en escultores por contemplar una escultura, ni en médicos por observar una clínica.



Quien no ha abierto en sí el Hogar interno, el Reino de Dios, a través de una vida pura, se encontrará como alma en un país extraño y no se sentirá a gusto allí. Sin embargo quien ya como ser humano ha desarrollado el Hogar interno, irá conscientemente como alma a los reinos más allá del mundo de materia densa. Él se encontrará allí en casa pues durante los viajes del alma, es decir de la noche, cuando el cuerpo duerme y el alma deja su morada, ya ha estado de visita allí y ha conocido las condiciones del lugar. Tal como el alma ha vivido en la Tierra, y qué patrimonio espiritual ha ganado, obrará también en el Más allá.



Por ello tiene validez lo siguiente: no es el conocimiento el que nos hace avanzar, sino solo la realización nos conduce a la evolución espiritual-divina, a la iluminación interior y a la transformación de nuestra alma. Nuestra vida terrenal es un campo para la vida en el Más allá. Lo que hemos sembrado aquí en nuestro campo es solo lo que cosecharemos. Por ello tenemos que derribar los muros de nuestro yo humano y la cárcel de nuestra naturaleza animal y liberar a nuestra alma de sus cadenas, para que alcancemos el reconocimiento de nuestra inmortalidad y de nuestro verdadero hogar. Quien no lleva a cabo la resurrección espiritual, permanece entre los muertos espirituales. Él sigue ciertamente viviendo, pero sin estar vivo.

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