Desde el asunto del barco Aquarius que Italia se negó acoger en sus puertos, y que España tuvo que salir al quite, llevando a los emigrantes al puerto de Valencia, la cuestión de la entrada en Europa de flujos de población procedentes de otros países se ha convertido en un asunto de rabiosa actualidad.
Por otro lado, no deja de martillear nuestras conciencias las imágenes que últimamente hemos podido ver en los Estados Unidos, donde niños y adolescentes permanecían encerrados en jaulas, separados de sus padres, ilegales sin papeles.
Empecemos por el principio, y por tanto, por lo más importante: estamos hablando de un tema que afecta a la manera en la que los hombres se tratan entre sí. Separar a los niños de sus padres no es algo aceptable. Trasladar migrantes de un lado a otro por el mar, en un barco que no reúne todas las garantías de seguridad, tampoco es propio de la humanidad.
Desde un análisis quizás demasiado simplista, dos posibilidades se abren ante nosotros: el cierre total de las fronteras para que no entre nadie, o la apertura de estas, pero imponiendo cuotas que limiten el flujo migratorio.
La libre circulación de personas no deja de ser un derecho individual, sin embargo, el uso de este derecho viene impuesto por las situaciones de conflicto, económicas, políticas y sociales, existentes en los países de origen. En otro contexto, ¿ocurriría lo mismo? La respuesta es no.
No conviene equivocar el tiro, el problema no lo tiene Europa, sino los países de origen que "expulsan" a sus habitantes para que vayan a buscarse una mejor vida, o simplemente poder sobrevivir, ya que en sus tierras, quedarse les puede costar la vida.
Pero detengámonos ahora en Europa. ¿Qué está haciendo nuestro viejo continente para impulsar el desarrollo de los países que viven situaciones de ahogo a todos los niveles? Y también preguntémonos sobre lo que está haciendo Europa para que los migrantes que nos llegan puedan integrarse dignamente en nuestras sociedades.
Europa está envejeciendo, y la tasa de natalidad no deja de bajar. Hace falta mano de obra y población joven que repueble nuestras sociedades para que sean realmente sostenibles. Europa necesita a los inmigrantes, pero no así.
La llegada a Europa debe ser libre y no impuesta por el yugo de la fatalidad que se vive en África, en América del Sur, o en Siria. Pero la integración en los países europeos debe garantizar una mejor vida, y ser realmente provechosa para todas las partes.
Esto implica otro tipo de políticas, de inversión y de colaboración entre todos los países, los de origen y los de acogida.
Mientras esto no cambie, nos seguiremos viendo confrontados a un problema sin solución, y cuyas consecuencias son, desde todos los puntos de vista, inmorales.
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