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Etiquetas | Política | PP | Pablo Casado

El cambio de caras

Los anhelos de regeneración no son otros que la historia de nuestros fracasos en los procesos de desvertebración
César Valdeolmillos
miércoles, 25 de julio de 2018, 06:56 h (CET)

“Desconcierta que en vez de clamar por reajustar el funcionamiento del sistema, se opte por insistir en que cambiando de caras ya está todo solucionado. Porque parece ser que los nuevos, por nacer en otro año zodiacal, lograron la bendición de los astros"

Ibiza Melian

Escritora española


Con independencia de la ideología personal de cada uno de los españoles, existe un deseo generalizado de regeneración sin restricciones. No es nuevo este sentimiento, Viene de muy atrás. Los anhelos de regeneración España, no son otros que la historia de nuestros fracasos en los procesos de desvertebración moral, territorial, económica y social sufridos.


En más de una ocasión, el Rey Felipe VI, ha señalado muy acertadamente la necesidad que España tiene de un “impulso moral colectivo”, o dicho de otro modo, ha apelado a la urgente necesidad de abordar un proceso de regeneracionismo que nos saque del envenenado marasmo en el que desde hace muchos años, nos encontramos inmersos.


Claro que no sé si el concepto de regeneración significa lo mismo para todos, o en nuestro caso y dado el número de veces que se ha intentado llevar a la práctica, se trata de un imposible.


El cónclave del PP por fin despejó la incógnita de quién habría de ser el nuevo práctico encargado de hacer que la nave pueda volver a atracar en el puerto de la Moncloa.


La elección ha sido muy disputada. Como en cualquier otro partido, había muchos intereses particulares en juego.

Un bloque lo formaban aquellos que a pesar de los fracasos cosechados en el transcurso de su dilatada actuación política llevaban una gran parte de su vida —algunos más de treinta años— viviendo bajo el paraguas del aparato. Constituían el grupo de estómagos agradecidos, que siendo responsables de la pérdida de credibilidad entre los votantes y militantes del propio partido, no tienen otra ideología que la de su propio beneficio, y que naturalmente, dadas las circunstancias, no tenían más remedio que transigir con que algo cambiara, sí, pero para que todo siguiese igual. Tan igual, que su lideresa, Soraya Saénz de Santamaría, la todopoderosa vicepresidenta del Gobierno, no solo se negó a mantener un debate ideológico con su oponente, sino que ni siquiera se molestó en presentar un bosquejo de lo que habría de ser la futura actuación del PP bajo su mando.


El otro grupo contendiente, lo encabezaba Pablo Casado Blanco, 37 años, una joven promesa sin experiencia de gobierno, pero que representaba la corriente reformadora y los valores de los que tanto militantes como electores del PP, hacía años que se sentían huérfanos.


Soraya Saénz de Santamaría, con el apoyo de la izquierda mediática y del propio PSOE a través del expresidente Zapatero, representaba el continuismo de la forma de no hacer política de Mariano Rajoy.


Pablo Casado, el ya presidente del PP más joven de nuestra democracia, encarnaba el regeneracionismo de derechas, que diría Paco Umbral y al que la izquierda ya ha comenzado a calificar de retroceso ideológico del partido, fundamentalista, homófobo y prueba del avance de la extrema derecha.


Estos ataques demuestran el nerviosismo que el triunfo del joven político ha causado en las izquierdas ¿españolas?, lo que demuestra, que en principio, con su elección, el PP podría recuperar el rumbo perdido y con él, su electorado natural.


Ya sabemos que en el lenguaje políticamente correcto que se ha impuesto, las tesis de la izquierda están investidas de una legitimidad moral que nadie le ha conferido, mientras todo lo que germine en los campos de la derecha, por principio, es lo execrable, lo aborrecible, lo nocivo para el pueblo. Lo maldito.


No hay por qué extrañarse de que la izquierda se manifieste en estos términos. Es más, creo que son la demostración evidente de que el PP ha elegido el camino correcto.


El regeneracionismo no tiene por qué ser necesariamente rompedor del sistema en el que se produce. En el caso del PP, su objetivo es devolverle la fuerza que la falta de liderazgo político y la inseguridad acerca de la integridad territorial de España le había hecho perder.


No serán las descalificaciones de las izquierdas las que más puedan perjudicar a Pablo Casado. El fuego graneado, el más peligroso de todos, será el fuego “amigo”, el que procede de sus propias filas. Será el más sucio, el más bajo, el de la sonrisa en los labios y la puñalada en la espalda. Uno de los más sonoros fracasados del partido, pero que impúdicamente le hacia la ola a un presidente y sin el menor rubor, 30 segundos después se la hacía al que le sustituía, seguía con cara demudada el recuento de votos de estas primarias. Si se producía una reforma regenerativa en las estructuras del partido, se estaba jugando su supervivencia. Una supervivencia que dura ya 35 años. Este campeón está nervioso y tiene miedo. Ya ha afirmado que Pablo Casado tendrá que contar con el equipo de Soraya, porque representa el 42%, y con arrogante soberbia, a modo de amenaza, ha añadido, que de todos modos, esta elección puede resultar como la de Hernández Mancha.


Estas permanencias viciadas, estos poderes fácticos en los órganos internos del PP, son las que han provocado la deserción progresiva de militantes y votantes hacia otros partidos.


Soraya cometió un error de cálculo. Subestimó a su adversario. El hecho de haber acumulado tanto poder durante los mandatos de Mariano Rajoy, la llevó a creer que era su legítima y natural heredera política. Y lo expresó gráficamente la famosa tarde de la moción de censura en la que el Presidente dejó su escaño vacío y ella ocupó con su bolso.


Pablo Casado reivindicó los valores tradicionales que representó el PP, con los que se identificaron tanto los compromisarios participantes en el congreso, que puestos en pie, llegaron a interrumpirle con aclamaciones y vítores por cinco veces, finalizando su discurso con un enérgico y sonoro “¡Viva España!” acompañado de un “¡Viva el PP!” que entre aclamaciones hizo ponerse en pie a la casi a la totalidad de los presentes.


El desenlace de la deriva de la última etapa del PP, ha servido para dejar tocadas muchas de las vacas sagradas del partido. Pablo Casado tendrá que sacrificarlas para que no contaminen su proyecto. Los militantes y votantes han contemplado la progresiva desintegración del partido, y ya reina bastante desolación y desconcierto en sus filas como para poder ver, a través de las grietas abiertas en su estructura, cuáles son los deberes de sus integrantes.


El Partido Popular está atravesando un momento en el que si quiere sobrevivir, debe tener claro que es necesaria una nueva síntesis. Quienes de entre sus filas no comprendan esta necesidad, no podrán comprender en profundidad, y mucho menos resolver los graves problemas que el país tiene planteados.


El nuevo presidente del Partido Popular, debe tener muy claro que un simple cambio de caras, no soluciona los problemas del partido. O cruza el Rubicón o al final, como hiciera Julio César al ver cómo también le apuñalaba Bruto, su ahijado, terminará por exclamar:

  • ¿Tú también, Bruto, hijo mío?

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