Produce verdadera desazón lo que está ocurriendo en España estos días, en el inicio de un nuevo e inquietante curso. Tendremos que transitar una fechas verdaderamente complicadas por su carga simbólica, y el discurso que nos ha ofrecido el president de la Generalitat Quim Torra al conjunto de les españoles no augura nada bueno; sus continuas apelaciones al respeto de los derechos democráticos, a la comprensión de las diferentes sensibilidades, al diálogo, no casan bien con su llamamiento a la movilización ciudadana independentista el próximo 11 de septiembre; no, al menos, cuando, al tiempo, anuncia que no piensa rebajar sus aspiraciones independentistas. No es el momento ni el lugar ni las formas de presionar al juez Llarena y al gobierno de España. Porque si el hecho que desencadenó la escalada del independentismo en Catalunya, como el propio Torra reconoce, fue la modificación por el TC de unos cuantos artículos del Estatut aprobado por el Parlament, las Cortes Generales, refrendado por el pueblo catalán y subscrito por el Jefe del Estado en 2006, ¿no sería lo más razonable intentar revertir la situación, intentar subsanar los errores que se hayan podido cometer y modificar de nuevo los artículos que fueran necesarios para confeccionar un nuevo Estatut que fuera refrendado por la mayoría de los catalanes sin reproche institucional alguno, en lugar de afirmar que no hay otro camino que la declaración de la república independiente de Catalunya? Yo creo que, si verdaderamente es sincera la voluntad de diálogo del señor Torra, al menos no debería descartar taxativamente esta posible solución o, como parece que ha propuesto el presidente Sánchez, convocar un referéndum sobre la modificación del autogobierno del que actualmente disfruta Catalunya como el resto de las CCAA españolas. Pero me temo que por medio está la suerte de los políticos que se encuentran en prisión preventiva (situación injusta y lamentable, desde mi punto de vista y, probablemente, del de la mayoría de los catalanes, pero que no se debe utilizar torticeramente por los partidarios del independentismo).
El llamamiento a la masiva movilización del independentismo el próximo día 11, en el estado de división en el que se encuentra actualmente la sociedad catalana, no puede producir otra cosa que una movilización de igual masa y dirección, pero de sentido contrario; pura física, que parece que es en lo que estamos. Si bien es cierto que un problema político no se debe dejar en manos de la justicia, aún menos se debe abandonar a las leyes de la física. El problema que a partir de ahora se plantea es grave. El balón está en el tejado del gobierno de España; a él le corresponde, por mediación de su presidente, el ponerlo en el terreno de juego.
Pedro Sánchez ha de dar una respuesta convincente, lo más inmediata posible, al discurso de Quim Torra. No lo tiene fácil, pero su cargo le obliga a rebajar sensiblemente la tensión y hacer lo posible para que la próxima Diada vuelva a ser una fiesta unitaria del pueblo catalán y no una ocasión para provocar un enfrentamiento social de consecuencias impredecibles. Ya habrá tiempo para hablar de lo divino y lo humano, pero lo que toca ahora es evitar a toda costa el incendio catalán. Claro, que es complicado cuando todos hablan de encontrar el mínimo común denominador, una sandez. O buscamos el máximo común denominador o el mínimo común múltiplo, pero el mínimo denominador común no hay que buscarlo, ya está encontrado. En fin, como dicen por Asturias, “sentío ven a los pies que a la cabeza no quies”.
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