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Llegó Septiembre y comenzó el curso político

El otoño despierta los problemas latentes
Rafa Esteve-Casanova
jueves, 6 de septiembre de 2018, 06:34 h (CET)

En aquellos, ya lejano años, en los que comenzaba a decirme adiós la adolescencia Bobby DarIn, cantaba una canción llamada “Cuando llegue Setiembre”, Gelu, una cantante de aquí, castellanizó la letra y en una de sus frases nos hacía saber que “cuando llegue Septiembre todo será maravilloso”. Todo eso pasaba el siglo pasado, ahora en el año 18 de este siglo XXI ha llegado septiembre pero, mucho me temo, que no será tan maravilloso como nos pronosticaban en aquella vieja canción. Poco antes de comenzar oficialmente el verano España vivió un cambio que, para algunos, era un horizonte de esperanza. Una moción de censura lanzó al cómodo espacio de los Registradores de la Propiedad a Mariano Rajoy, tal vez el peor presidente que ha tenido España. Y el PSOE, de la mano de Pedro Sánchez, llegó de nuevo al poder cumpliendo así con la bendita alternancia diseñada durante la Transición, cuando todo se pactó para que siguiendo las tesis lampedusianas pareciera que algo se cambiaba para que todo siguiera igual.


El PSOE, cada día menos obrero y menos socialista, llegó al banco azul del Gobierno también gracias a los votos de los partidos nacionalistas vascos y catalanes. Con los vascos Pedro Sánchez ya sabía que no iba a tener ningún problema, simplemente tenía que pactar con el PNB un aumento económico añadido al fabuloso sistema fiscal del que gozan en Euskadi y el acercamiento de presos a su tierra, para esto tan sólo tenía que cumplir la legislación penitenciaria. Con el PDCAT y ERC, los partidos catalanes con presos políticos y exiliados, lo iba a tener más difícil, ambos partidos votaron favorablemente la moción de censura para echar fuera al PP y a Mariano Rajoy, pero nunca sus votos fueron un cheque en blanco para que el PSOE siguiera tratando a Catalunya como lo había hecho el PP. La dificultad de llegar a acuerdos con el soberanismo catalán se acrecentaba ante el nacionalismo españolista del PP, Ciudadanos y una gran parte de los “barones” del PSOE, que, con la excusa de la defensa de la unidad de España, lo único que defienden son sus privilegios y que la distribución de los impuestos sigan siendo favorables a sus CC.AA. aunque sea a costa del déficit que en las balanzas fiscales, incluso reconocidas por el mismo Ministerio de Hacienda, padecen los catalanes y Catalunya. En la liquidación del financiamiento económico del año 2016, hecha pública dos años más tarde, el Ministerio reconoce que cada catalán aportó a las arcas del Estado 2.663 y recibió 2.380, es decir 282 euros menos, mientras que cada andaluz aportó 1.731 euros y recibió 2.273, es decir 542 euros más de lo aportado, Extremadura aportó 1.630 euros y recibió 2.821 euros, es decir 1.191 euros por habitante más de lo aportado. Todo ello demuestra una infrafinanciación de Catalunya resultado también de no haber renovado el sistema de financiamiento de las CC.AA que debía haberse hecho ya en el año 2014. Solidarios si, tontos no. En Extremadura el Gobierno autónomo financiaba el cambio de mobiliario y cortinas con 1.000 euros, mientras que en Catalunya pensionistas con la pensión mínima se lo han de financiar ellos mismos.

Supongo que en la Comisión Bilateral entre Catalunya y el Gobierno de España se tratará también el tema de la infrafinanciación de Catalunya, pero el escollo más duro que tiene Pedro Sánchez es atravesar el metafórico mar de los sargazos en que, desde España, el PSOE, PP, y C’s, especialmente los dos últimos, han convertido el llamado “problema catalán”. La solución es difícil mientras por una de las partes, la de España, no exista la voluntad democrática de aceptar un referéndum vinculante en el que la ciudadanía catalana, la que está a favor de la independencia y la que está en contra, pueda ejercer el democrático derecho al voto y optar por una u otra opción. Canadá e Inglaterra ya dejaron que Quebec y Escocia votaran, y no se hundió el mundo. Contarnos los partidarios de una u otra política es la única y mejor solución para saber quienes representan a la mayoría. De momento, y así lo ha reconocido el Gobierno español, el independentismo tiene la mayoría parlamentaria pero no la social. Votando sabremos cuales son las mayorías.

De momento Pedro Sánchez ofrece a Catalunya votar un nuevo Estatut con un “referéndum sobre el autogobierno”. Llega tarde, y además somos muchos los votantes que en Catalunya estamos hartos de que nos quieran hacer trampas. ¿Para qué votar un nuevo Estatut? ¿Para que una vez aprobado en referéndum por la mayoría de votantes y por los dos Parlamentos, el de Catalunya y el de España llegue un émulo de Alfonso Guerra y ordene al Tribunal Constitucional que “lo cepille”? Pedro Sánchez se hace trampas al solitario, él es consciente que su propuesta es inviable, y que votar un Estatut que, para pasar la criba del TC, sea un Estatut disminuido y de tercera división no será aceptado por la mayoría de la sociedad catalana. En política hay que ser valiente en las propuestas y mesurado en las respuestas, es la única manera de poder dialogar, y eso es lo único que es necesario en estos momentos. El PSOE, si quiere resolver el problema debe dejar sus miedos a perder votantes al pactar con Catalunya, ya sabemos que ir contra Catalunya abre un amplio caladero de votos en España, pero hay que optar por la política sin miedos a los votantes.

En estos momentos el llamado “problema catalán” tiene diversos frentes abiertos en España donde la independencia de Catalunya para muchos españoles supone una afrenta, y para muchos políticos españoles supone una pérdida de ingresos, lo han reconocido gallegos y extremeños, y aunque el refrán diga que son los catalanes los de “la pela es la pela” es en otros lugares de España donde una parte de los impuestos pagados en Catalunya y otras CC.AA. sirven para tapar agujeros o pagar un sinfín de funcionarios como pasa en Extremadura donde hay 4.273 empleados públicos por cada 100.000 habitantes según datos el think tank Institución Futuro.

Además del problema económico el que, tal vez, más preocupa a los políticos españoles y por ende a muchos españoles es la unidad de España consagrada en el artículo 2 de la Constitución de 1.978. Un artículo que fue redactado por el Alto Estado Mayor del Ejército y que los ponentes de la norma tuvieron que comerse con patatas mientras un oficial ponía su pistola sobre la mesa de los redactores. No me cansaré de decirlo, la Transición fue una absoluta bajada de pantalones de los representantes de los dos principales partidos de la izquierda ante el poder de los militares. Leyendo detenidamente su sacrosanta Constitución está claro que si no es con el dialogo, mientras esté en vigor, los políticos españoles tienen las manos atadas. Es una constitución cerrada, difícil de cambiar en sus artículos más importantes, y fácil de hacerlo cuando se trata de supeditar las leyes de España a los tratados internacionales. Es una norma legislativa que otorga a la Corona la potestad de que si algún gobierno de una CC.AA. trata de independizarse si el Gobierno de la nación no lo hace habilita al Rey para suspender el Parlamento autonómico.

Y el tercer problema es que el 1-0 Catalunya decidió, contra las porras y la violencia policial y estatal, constituirse en República. Y eso no lo quieren permitir ni los poderes políticos ni los fácticos y armados. A la muerte de Franco. Suarez no permitió un referéndum para optar entre Monarquía o República, tenía miedo de perderlo y miedo a los militares para quienes Juan Carlos era el sucesor de Franco y, como ahora, máximo Jefe de las Fuerzas Armadas. En el texto de la Constitución nos colaron de matute la Monarquía como forma de Gobierno por los siglos de los siglos, y ahora cuarenta años después vemos como el “trio” del 155” PSOE, PP y C’S defienden a capa y espada una monarquía con las sábanas no demasiado limpias. Se niegan a que el Parlamento en una Comisión de Investigación investigue lo que hay de cierto en las afirmaciones de una antigua “amiga íntima” del Rey Juan Carlos, vamos, lo que antes se llamaba una “amante”, institución a la que los Borbones a lo largo de la historia han sido muy aficionados.

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