El anuncio del Vaticano de que todas las diócesis tienen que tener un exorcista oficial ha renovado el interés por el tema y se ha escrito mucho sobre él. Creo que Pere Espinet i Coll de Anglès, con motivo de la elección de mosén Puig como exorcista de Girona, define muy bien la filosofía católica sobre el tema. El redactor de una carta al director de La Vanguardia, expone. “El mosén exorcista es escogido por el obispo de la diócesis, cuando éste ve en él un hombre de Dios, fuerte de espíritu, sano, de una formación teológica y espiritual sólida, y sobre todo que tenga bien presente que el poder de expulsar el diablo no viene de él, sino que es un transmisor de la Iglesia católica”. Cuando la Iglesia es grande se empequeñece a Dios. Según Espinet, ya que el exorcista tiene que ser “un hombre de Dios”, solamente puede ejercer su oficio si es “un transmisor de la Iglesia católica”, es decir, que el poder de expulsar demonios depende si uno está sujeto a la autoridad de la Iglesia. Nos encontramos con el problema de siempre. La Iglesia quiere tenerlo todo atado y bien atado. Los fieles antes que siervos de Dios deben serlo de la Iglesia. Ésta intenta que nadie se desligue de sus tentáculos. La Iglesia católica se convierte poseedora del poder de Dios para expulsar demonios para distribuirlo entre sus súbditos fieles, a su antojo.
Según la Iglesia católica se dan cuatro evidencias de que nos encontramos ante un caso de posesión satánica: La blasfemia y la aversión de los símbolos religiosos, que es bastante normal entre las personas blasfemas, que son muchas. La facultad de descubrir el secreto de las cosas a distancia. Posesión de una fuerza física extraordinaria e inexplicable. Hablar o entender una lengua desconocida sin haberla estudiado. La manera de expulsar demonios de estas personas que manifiestan señales de estar poseídas es utilizando reliquias de santos, exposición de crucifijos, esparciendo agua bendita y siguiendo las instrucciones del Manual de exorcismos.
Limitar la posesión satánica teniendo en cuenta los aspectos externos indicados reduce mucho el número de los poseídos. Por engendramiento natural los recién concebidos llevan el sello del pecado original, pecado que no se borra con el agua bendita derramada sobre la cabeza del recién nacido. El pecado únicamente puede borrarlo la sangre de Jesús (1 Juan 1: 7). Por ello es tan importante tener en cuenta la orden que Jesús resucitado dio a sus discípulos poco antes de ascender a cielo para sentarse a la diestra del Padre desde donde intercede por su pueblo aquí en la Tierra: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la Tierra. Por tanto, id, y haced discípulos en todas las naciones, bautizándolos en el Nombre del padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado, y he aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Amén” (Mateo 28: 18-20).
En la conversación que Jesús mantuvo con Nicodemo, un dirigente de los judíos, le dijo que para ser un hijo de Dios no basta con ser un erudito en las Sagradas Escrituras. Jesús le dijo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no nace de nuevo, no puede ver el Reino de Dios” (Juan 3: 3). De momento el erudito judío no entiende el significado de “nacer de nuevo”. ¿Cómo puedo regresar al vientre de mi madre para volver a n hacer?, se pregunta el sabio. No hombre, no, le dice Jesús, con la paciencia que le caracteriza lo coge de la mano y lo transporta al pasado cuando por el pecado del pueblo una plaga de serpientes hacía estragos entre ellos. Ante tan terrorífica situación “el pueblo vino a Moisés y dijo. Hemos pecado por haber hablado contra el Señor y contra ti, ruega al Señor que quite de nosotros estas serpientes. Y Moisés oró por el pueblo” (números 21:7). En respuesta a la plegaria intercesora de Moisés, el Señor le dijo: “Hazte una serpiente de bronce, y ponla sobre una asta, y cualquiera que fuere mordido y mirase a ella, vivirá” (v.8). Y así fue. Habiendo Nicodemo refrescado la memoria al recordar este episodio del éxodo de Egipto, Jesús le explica el significado que tenía la serpiente de bronce que curaba los efectos de las mordidas de las serpientes en quienes la miraban: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3: 14,15). Estas palabras condensan el Evangelio, las buenas noticias de salvación. La Gran Comisión que Jesús encargó a sus discípulos poco antes de ascender a los cielos contiene el poder de Dios para expulsar los demonios de las personas poseídas.
El apóstol Pablo escribiendo a su discípulo Timoteo le hace esta reflexión: “Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido, que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizás Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo en que están cautivos a la voluntad de él”(2 Timoteo 2: 24-26). Cualquier cristiano que anuncia que Jesús es el Salvador se convierte en un exorcista en las manos de Dios que expulsa demonios de las personas que creen en Él. No es necesario que la Iglesia le autorice a predicar el Evangelio. El encargo de hacerlo lo recibe directamente de Jesús que lo envía a hacer discípulos en el lugar en que se encuentra.
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