Todo es cuestión de decencia y docencia, de esfuerzo y de lucha por un empleo decente para poder vivir con decencia; y, también, de una preparación previa a través de un responsable cuerpo docente, algo verdaderamente vital para reconducirnos como especie pensante a un efectivo y creciente avance humano, tanto espiritual como material. En efecto, necesitamos ascender para dignificarnos; de ahí, la importancia de los enseñantes, que únicamente una personalidad sensata y equilibrada puede asumir.
Me alegra, en consecuencia, que, con motivo de la celebración del Día Mundial de los Docentes (5 de octubre), este año se aproveche la ocasión para recordar a la comunidad internacional que “el derecho a la educación implica el derecho a docentes cualificados”, o sea vocacionales, dispuestos a dar lo mejor de sí, que no es otra que ofrecerlo con amor. Desde luego, hemos de enseñar más allá de unos meros contenidos o programas. Hace falta imprimir en los educandos los valores realmente de la vida, que son aquellos que crean armonía en la sociedad. Sin duda, la mejor didáctica, la más motivadora, germina de una relación profesor-alumno, donde todos han de sentirse fusionados con la tarea educativa, sin obviar la potestad del maestro y el respeto del discípulo, con la colaboración de la familia.
Hoy más que nunca, precisamente, hace falta activar modelos éticos razonables, que nos ayuden a convivir, a ser piña, promoviendo valores y principios a través de la vida hogareña. Sin duda, es menester que la decencia pública proteja los valores esenciales de toda vida. A propósito, con la aprobación del Objetivo de Desarrollo Sostenible 4 sobre educación, y de la meta 4.c (ODS 4.c) que reconoce que los docentes son esenciales para la consecución de la Agenda 2030 de Educación, la onomástica de los Docentes se ha convertido, a mi juicio, en la ocasión idónea para hacer un balance de los logros y reflexionar acerca de la manera de hacer frente a los desafíos que perduran en la promoción de la docencia, como puede ser la pérdida de autoridad. Los datos hablan por sí mismos. Se estima que, en total, 264 millones de niños y jóvenes no están escolarizados y, según el Instituto de Estadística de la UNESCO, se necesita contratar a unos 69 millones de nuevos docentes para alcanzar los objetivos de impartir educación universal primaria y secundaria de aquí a 2030. Esta carencia de personal docente se acentúa más entre los sectores vulnerables de la población, es decir, entre las niñas, los niños con discapacidad, los refugiados y los migrantes, y los niños pobres que viven en zonas rurales y remotas del planeta.
Por ello, si los docentes formados y cualificados son esenciales para el derecho a la educación, también los líderes políticos honestos y las instituciones ejemplarizantes, máxime las del Estado social y democrático de Derecho, han de trabajar conjuntamente por esa vocación de servicio a toda la ciudadanía, con especial hincapié hacia esos moradores que tienen poca esperanza de seguir viviendo, al encontrarse por debajo de cualquier definición racional de la decencia humana. Contar historias inspiradoras para promocionar los derechos humanos, puede contribuir a ese impulso moral, tan necesario en el momento presente, al menos para estar en paz con nosotros mismos. Ese es el objetivo de una iniciativa que se lanzó recientemente en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, en una época en que estos principios fundamentales están bajo ataque en muchas partes del mundo.
Ciertamente, la iniciativa, “Buenas historias de derechos humanos”, coincide con la celebración este 2018 de tres efemérides ligadas a los derechos humanos: el 70º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos; el 25º aniversario de la Declaración y Programa de Acción de Viena; y el 20º aniversario de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Defensores de los Derechos Humanos. Ojalá esto nos sirva para repensar y ser más coherentes con nuestras acciones, puesto que la persistencia de tal pobreza nos deshumaniza y degrada. Por otra parte, la Declaración Universal de los Derechos Humanos ha de ser el documento guía. No lo dejemos arrinconar y, en cualquier caso, jamás olvidemos que intenta delimitar qué cosas son indecentes, o si quieren inaceptables, para cualquier cultura e individuo. Está visto que necesitamos corregirnos cada amanecer. Acostumbrémonos, pues, a que la regla de los hábitos avive en nosotros las honestas costumbres.
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