"La libertad, en todos sus aspectos, debe de estar basada en la verdad. Deseo repetir aquí las palabras de Jesús: "Y la verdad os hará libres” (Jn 8:32). Es, pues, mi deseo que vuestro sentido de la libertad pueda siempre ir de la mano con un profundo sentido de verdad y honestidad acerca de vosotros mismos y de las realidades de vuestra sociedad".
Sabias palabras de Juan Pablo II, un santo contemporáneo y que dan la oportunidad de reflexionar sobre dos conceptos que él supo conjugar con su habitual maestría y clarividencia: la íntima relación entre libertad y verdad.
En nuestra sociedad actual se está produciendo un alarmante fenómeno que, de no corregirse, puede conducirnos a un peligroso vacío de principios y valores sobre los que se ha construido toda una civilización asentada en el respeto a la libertad de la persona en la búsqueda de su propia verdad, se encuentre ésta o no en su entorno religioso, social o político.
Y es precisamente el sentido de la verdad y honestidad el que hoy parece encontrarse en serio riesgo de extinción cuando el mentir se ha convertido ya en un habitual estilo de conducta, que incluso se ha oficializado con las llamadas “noticias falsas (“fake news) que, por cierto, preocupan a un 70% de los españoles encuestados, según un estudio internacional llevado a cabo por el Reuters Institute en un reciente informe anual sobre la información digital.
Pero siendo esto grave, lo es aún más cuando el mentir se ha instalado vergonzantemente en el discurso de hombres y mujeres dedicados a la vida pública y que sin pudor alguno, se desdicen o retractan de sus compromisos o pronunciamientos para justificar decisiones que lejos de buscar el bien común, solo pretenden la consecución de fines o intereses personales, deformando así la realidad de la sociedad a la que dicen servir.
El caso reciente de la Vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, que ha tenido que ser corregida por la propia Santa Sede como consecuencia de las inusuales declaraciones que realizó después de su encuentro con el Secretario de Estado Vaticano monseñor Pietro Parolini y que resultaron ser falsas, es un ejemplo muy ilustrativo del nivel de desprecio a la verdad que se ha instalado en la clase política y de la grave irresponsabilidad que supone recibir un varapalo internacional de ese calibre.
Distorsionar la verdad o mentir por sistema conduce inexorablemente al descrédito de la persona, pone en peligro la confianza que pueden merecer sus palabras o acciones y contribuye al deterioro de las instituciones que se ven afectadas por ese proceder.
Desde los casos de pedofilia en la Iglesia, ocultando la verdad de los hechos por algunos miembros de su jerarquía o el sorprendente debate sobre la certeza y veracidad de los másteres y currículums de los actuales dirigentes políticos hasta el propio giro copernicano de aquellos que se desdicen de sus propias palabras y compromisos cuando asumen responsabilidades de gobierno, representa todo un abanico de ejemplos sobre los perniciosos efectos que la mentira y el desprecio a la verdad tienen sobre una comunidad.
Decía el poeta y pensador estadounidense Emerson que “toda violación de la verdad no es solamente una especie de suicidio del embustero, sino una puñalada en la salud de la sociedad humana”. Los efectos de la mentira no pueden estar mejor descritos, el que miente se suicida o fracasa y además inocula un virus en los ciudadanos que los convierte en descreídos, apáticos y reticentes a participar en la cosa pública.
La consecuencia más grave de todo ello es apelar a la “apariencia de la verdad” o posverdad para terminar manipulando las mentes y las conductas de las personas, lo que atenta gravemente contra su dignidad y libertad para poder expresarse, pensar o elegir entre uno u otro estilo de vida o modelo de sociedad.
El hombre anhela la libertad para poder elegir su destino en la sociedad en la que se desarrolla como persona y se empeña en buscar la verdad para comunicarse y descubrir sus metas u objetivos. Negarle o impedirle el conocimiento de la verdad le conduce inexorablemente a una pérdida de su libertad para poder realizarse y contribuir al desarrollo pacífico y ordenado de la sociedad en la que convive y esto es precisamente lo que hoy nos inquieta y preocupa a la mayoría de españoles.
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