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Andalucía libre

Susana Diaz confunde estratégicamente Andalucía con el partido que la gobierna
Jorge Hernández Mollar
viernes, 30 de noviembre de 2018, 00:10 h (CET)

Una vez más los andaluces estamos llamados a las urnas el próximo domingo para pronunciarnos sobre quien o quienes deseamos que gestionen nuestros asuntos durante los próximos cuatro años.


En un ambiente de incertidumbre y de escaso interés electoral los candidatos de los cuatro principales partidos en liza han intentado, creo con muy poca fortuna, debatir en horas interminables y especialmente durante dos soporíferos debates televisivos sus nada originales propuestas electorales entremezcladas con un fuego cruzado de acusaciones que han conseguido desconcertar al paciente espectador que haya tenido el indudable mérito de seguirlos.


El preocupante panorama nacional arrastrado por un disparatado gobierno presidido por el personaje más intemporal, vanidoso y peligrosamente terco de nuestra democracia como es Pedro Sánchez, oscurece y oculta en la penumbra del olvido algunos de los efectos perniciosos que ha tenido el gobierno socialista durante estos últimos cuarenta años que ha estado al frente de la Junta de Andalucía.


En este ambiente de crispación nacional, de un mareante vértigo de decisiones contradictorias del gobierno sanchista que remueven como un potente terremoto los cimientos de los poderes del Estado, de nuestras instituciones y de nuestras relaciones internacionales, Andalucía se va a jugar su futuro para los próximos años en las elecciones de este domingo.


Repetir las conocidas cifras del paro, del fracaso escolar, de las listas de espera de la sanidad pública o de la pestilente corrupción de un régimen que ha dilapidado el dinero público de los andaluces en llenar los bolsillos de altos cargos de la Junta, amén de sus juergas y francachelas, no sirve de nada si el votante no reflexiona en que lo que verdaderamente se juega es su libertad y su capacidad de decidir sobre un poder que durante 40 años le ha tenido prisionero de su pobreza intelectual y moral.


Es irritante escuchar machaconamente como la candidata Susana Diaz confunde estratégicamente Andalucía con el partido que la gobierna y presume de un poder que no permite a los ciudadanos actuar libremente en la elección de la opción educativa, sanitaria,cultural o social que desee en función de su libertad y de sus convicciones personales.


Andalucía y Cataluña son dos comunidades que por su extensión, su fuerte componente demográfico ( entre las dos suman cerca de 16 millones de habitantes, un 34% aproximadamente de la población nacional), aportan un número importante de parlamentarios a las Cortes Generales, sede de la soberanía nacional, y el número de escaños que obtienen tiene un peso específico en la composición del gobierno de la nación.


Un mal resultado del centro derecha en Andalucía o una continuidad de la mayoría de esta izquierda que pretende seguir patrimonializando la vida y bienes de los andaluces, unido a la incertidumbre que proporciona el caos en el que está sumida Cataluña, sería letal para una España que en estos cuarenta años de democracia ha alcanzado altas cotas de desarrrollo y prestigio internacional.


Apelo al buen sentido de los ciudadanos para que los socialistas dejen de confundir el todo con la parte, ellos no “son” Andalucía, y apelo también al voto responsable de quienes estamos en la posición de desear una nueva Andalucía que se construya con pilares de libertad, moderación y respeto de nuestras costumbres y convicciones. Estos deben ser los postulados que reflexionemos en las horas que quedan para que el domingo se manifiesten con nuestro voto mayoritario en las urnas.


Decía George Clemanceau que llegó a ser primer ministro de la Tercera República Francesa que “el hombre absurdo es el que no cambia nunca”. Permitir que una vez más Susana Díaz prolongue cuatro años más el retraso cultural, social y económico de Andalucía además de absurdo y pertinaz es cooperar con la vertigionosa carrera que ha tomado Pedro Sánchez para conducir a España hacia el precipicio de su propio fracaso.

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