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Etiquetas | Política | Andalucía | VOX | PSOE

Digerir la derrota

haya tenido que aceptar que las urnas les hayan sido adversas
Marcos Carrascal Castillo
miércoles, 5 de diciembre de 2018, 00:02 h (CET)

La noche del domingo fue agria para los votantes progresistas. He de reconocer que me henchí de rabia, y me cogí una pataleta, cual niño pequeño. He necesitado varias horas para sosegarme y asumir que Santiago Abascal y su lugarteniente en Andalucía no han sido quienes mejor han hecho la campaña. Sin duda, el sistema y la situación asfixiante son los mejores actores en esta campaña. Aunque no lo quiera advertir Pablo Iglesias, que, abrumado por un aura guerracivilista, llamó a la militancia antifascista.


Señor Iglesias, no hay tal fascismo en Andalucía. Ni en España, pese a que VOX amague con irrumpir en el resto de las instituciones del Estado. Mucha gente que ha votado papeletas de izquierdas y progresistas han creído que su mejor forma de participar en el plebiscito era no acudir a los colegios electorales. Sin embargo, hay un 10% de nuevos electores de VOX que vienen de la izquierda progresista. O Iglesias y Sánchez se lo replantean, en vez de llamarles fachas o abogar por irnos al monte, o la izquierda en España será borrada.


Las calles son anegadas por centenas de sujetos que exigen que VOX no entre en las instituciones, y Pablo Iglesias los secunda muy orgulloso. Y la pregunta que brota acto seguido es la siguiente: ¿eso es democracia? Es obvio que no; y esto solo vierte más barro sobre el lodazal en el que se ahoga Podemos. La victoria ha de ser en las urnas, siempre y cuando el adversario tolere la democracia. Y, de momento, VOX ha elegido la vía democrática para desplegar su programa. El problema, tal vez, es que solo es democrático lo que según quién dice que es democrático.


Ser facha es acoger con recelo —o rechazar— que el gobierno nacional esté en manos de los que quieren romper la nación. Ser facha es querer que España no sea un reino de taifas y que la izquierda se sienta orgullosa de ser española; y no que la censuren. Ser facha es antojársele ridículo que los esfuerzos de la izquierda no se estriben tanto en el discurso económico y social, y sí en barnices que ideológicos que no dan de comer. Ser facha es que dé alergia que haya banderas comunistas en las concentraciones de Podemos, aquel partido que creíamos transversal. Ser facha es no retorcer la gramática española. Ser facha es comprender que tiene que haber una regulación seria de la inmigración (como ha señalado Julio Anguita). Ser facha es no compartir cuán barato puede salir la contradicción de Pablo Iglesias al criticar a Luis de Guindos por su residencia y comprar un chalet por más de medio millón de euros. Ser facha es ser proteccionista y pretender que el Estado proteja los intereses comerciales patrios (como propone Verstrynge). Ser facha es admirar a los Cuerpos de Seguridad del Estado. Ser facha es identificar al PSOE como el partido de la corrupción en Andalucía, igual que lo es el PP en Madrid y Valencia o CiU en Cataluña. Quizás, hay demasiados fachas; y, muchos de ellos, más de izquierdas que lo prebostes líderes de la izquierda española.


Los valores progresistas, feministas, republicanos, laicos y demócratas creo que son mayoritarios en España. No obstante, a estos valores no puede agregársele una ristra de elementos artificiales que no tengan que ver con los anhelos del común de los españoles. Si lo agregan, la izquierda se tornará insignificante.

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