Esta semana comenzó con las elecciones andaluzas y su resultados, alejados de las encuestas, enfadaron a unos y otros, especialmente a la extrema izquierda que se ha lanzado a la acostumbrada siembra de odio en calles y plazas, que esperemos vaya remitiendo, pero la construcción de un gobierno alternativo al que lleva treinta y seis en el poder no será tarea fácil y cuyo desenlace todavía está por ver, incluida la posibilidad de nuevas elecciones.
Después vino la celebración del cuarenta aniversario de la Constitución de 1978 que tuvo los magníficos discursos de la presidenta del Congreso y del Rey Felipe VI, pero con importantes ausencias de representantes autonómicos y delirantes manifestaciones, también de la montaraz extrema izquierda, siempre preparada para el motín y la algarada que se inició el 15-M por los que se llamaron a sí mismos los indignados y hoy en franco retroceso, quieren deslegitimar la transición, la constitución y la monarquía parlamentaria.
Pero después de evocar aquel momento esperanzador en el que un grupo de personas redactaron la constitución para terminar con viejos enfrentamientos, quizás convendría reflexionar sobre la realidad vivida en estos cuarenta años que presenta importantes sombras y problemas.
En primer lugar sobre el desarrollo autonómico que ha servido de caldo de cultivo para el crecimiento de graves desafecciones nacionalistas que han enlazado su vieja aversión a formar parte España con la venta abusiva de sus votos a los partidos nacionales que los necesitaran para alcanzar el poder, sin que estos partidos nacionales cayeran en la cuenta de que estaban cebando al nacionalismo excluyente, que ha estallado en Cataluña y pretende anexionar a su deriva a los que ellos llaman “países catalanes”.
Bajo el dorado marco de la Constitución no podemos ignorar que ha habido y hay corrupción, difícil de erradicar tanto a nivel nacional como autonómico así como las actuaciones de las llamadas cloacas del Estado y su colaboración en los más turbios asuntos. (Los graves atentados del 11-M del 2004, en víspera de unas elecciones nacionales, que dieron el poder a Rodríguez Zapatero, no están, en mi opinión, suficientemente aclarados ni, al parecer, nadie quiere que se aclaren.)
La destrucción de la familia a través del divorcio y las uniones libres, la difusión de la ideología de género y de los llamados nuevos derechos, sobre todo el del aborto que comenzó como una simple despenalización y ha hundido la natalidad, la llamada violencia de género que hace sospechosos de machismo a todos los hombres, el mismo tiempo que se difunde una libertad sexual desde el jardín de infancia, son cosas que se han nacido y crecido en estos cuarenta años bajo el manto del progresísmo o que “estamos en otros tiempos”.
Aunque se hable de libertad de conciencia y de religión, lo que se promociona desde el estado es un laicismo excluyente en el que cualquier idea de Dios o de lo transcendente han sido abolidas. Quizás se aceptan e incluso se promocionan manifestaciones religiosas como atractivo turístico, pero invocar el pensamiento cristiano como elemento configurador de la realidad social y política no parece que haya sido sea aceptado por los partidos políticos que hasta ahora están llevando la voz cantante.
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