Estamos muy cerca de las rebajas de enero.
Hay establecimientos que, adelantándose a ellas, se valen de un subterfugio para saldar existencias
y las ofrecen con grandes descuentos y, en ocasiones, hasta por debajo del costo, para darles salida a fin
de conseguir espacio para nuevas mercaderías.
Pedro Sánchez, bueno sólo para crear problemas y desdecirse cada vez que habla, con buena vista
comercial, ha decidido unirse a estos comerciantes avispados y poner en venta el Estado español y,
consecuentemente a quienes lo habitamos, sin querer que le entreguen dinero a cambio, sino que vuelvan
a satisfacer su afán de poder y su deseo exacerbado de mantenerse en la Moncloa.
Para ello no ha dudado en someternos a todos los españoles pues, queramos o no, nos representa, a
la mayor humillación nunca vista, salvo con la cobarde traición de Fernando VII, cuando regaló el trono
español a Napoleón.
A España, Estado soberano, la ha degradado colocándola a la altura de una zapatilla al reunirse de
igual a igual con Torra, presidente de una comunidad subordinada a la soberanía de todos los españoles.
Con el protocolo y la deferencia que se le debe a cualquier Jefe de Estado de otro país.
Esaú vendió su primogeniotura por un plato de lentejas. Pedro nos ha vendido a los españoles no
por comida sino por su insaciable deseo de alargar, cuanto más pueda, su poder, que está en
tenguerenge, mendigando el apoyo de estos independentistas, deseosos de destruir a España, que son los
que lo mantienen en el machito.
Para satisfacer su desmesurado ego, no ha sentido vergüenza de pasar por las horcas caudinas a
las que lo ha sometido Quim Torra.
Se ha sentado con ese individuo en trato de Jefes de Estado, aguantando la vileza de verlo luciendo
un lazo amarillo, símbolo de los presos políticos, cuando son políticos presos por su intento de dar un
golpe de estado.
No se le cae la cara de vergüenza? ¿A tan gran humillación se ha atrevido a someter a los
españoles?
Como centro de mesa, había una flor navideña de color amarillo, otra forma de humillarlo al igual
que con el lazo, además de su deseo de rebajarnos por parte del presidente de la Generalidad.
Menos mal que el Protocolo de Moncloa colocó una maceta de color rojo. Deberían haber sido dos
para componer la bandera española, tan humillada por los independentistas e indeseables que su fin y
propósito es destruir España. ¡Bien está! Dejémoslo así!
¿Tan grande es su prepotencia y tan huera tiene la sesera que no se da cuenta de la bajeza a la que
nos somete con tal de satisfacer su desmesurado deseo de poder?
¿Es tan corto de entendederas que no se percata del alcance de sus acciones?
¿Qué se va a esperar de él, cuando hasta su tesis doctoral, lo más sagrado y sublime para un
doctor está llena de plagios?
Este hombre no comprende o no es c
apaz de entender que los independentistas mientras más se les
da más quieren.
Son como cerdos en la cochinera que mientras tanto más comida se les da más gruñen.
No se sacian con nada y ¡claro! Por más que reciben más aprietan el dogal con el que tienen atado
por el cuello a Sánchez.
Ellos saben que la independencia no la van a conseguir jamás, ¡De sobra que lo conocen! Tendrían
que contar con la aquiescencia del resto de los españoles, cosa que jamás lograrán.
Pero no por ello dejan de exigir y reclamar a costa del resto de las demás autonomías.
Los independentistas tienen agarrado a Sánchez por salva sea la parte y mientras más aprietan él
más cede, pues si pusiese pies en pared y dijese hasta aquí hemos llegado, al retirarle su apoyo, caería
como fruta madura, pues el pedúnculo se habría roto.
Este hombre inconsecuente, desnortado e inseguro lo único que tiene claro y le importa es su
permanencia en el poder, los españoles y el bien del país somos menos que un ardite en sus prioridades.
Bien, que siga así. Ya ha recibido un fuerte aviso y aldabonazo con el resultado de las elecciones
andaluzas.
A mi juicio los andaluces no han votado contra Susana Díaz, ni contra el PSOE
sino contra la política errática de Pedro Sánchez y su apoyo y connivencia con los separatistas que son
los que le han aupado al poder y gobierno de España.
Si de verdad le preocupase el bien de los españoles, debería de haber hecho, tiempo ha, lo que en
el mismo momento en el que defenestró a Rajoy prometió, o sea, convocar elecciones.
Aznar se hizo famoso con aquella frase: ¡Sr. González, váyase ya!
Esta debería de ser, al igual que Catón terminaba sus intervenciones en el Senado romano con:
“Delenda est Carthago” (Cartago ha de ser destruida), la frase con la que todos los portavoces y diputados
de la oposición habrían de pronunciar cuando terminasen de hablar: ¡Sánchez márchese ya!.
¡Que cumpla su palabra, convoque elecciones, se vaya, nos deje tranquilos y nos nos humille
más!.
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