Existe una especie de asentimiento, consentimiento o complicidad tácita en admitir que los valores que propugna la Izquierda son superiores a los de la Derecha.
Hay una connivencia para admitir como bueno o satisfactorio todo lo que preconiza la Izquierda, especialmente el Comunismo.
Por ello considero necesario y saludable analizar, aunque sea someramente, cuáles son los “beneficios” que nos aporta éste a los demócratas.
En primer lugar esta doctrina política no admite otra tendencia que no sea la suya, de manera que, allí donde consigue el Gobierno y se implanta, lo hace de forma totalitaria y elimina todos los partidos que puedan discutirle el poder o siquiera hacerle sombra.
Buen ejemplo lo tenemos en España con Podemos y sus múltiples cabezuelas y denominaciones. No sería la primera vez que Pablo Iglesias manifestase que su deseo es acabar con la democracia e implantar un régimen comunista autoritario en España.
La democracia es tan complaciente y tolerante que admite al Comunismo en su seno, aún a sabiendas de que intenta destruirla.
Pero se dan las circunstancias de que en los países en los que, casi siempre, después de una sangrienta revolución los perjuicios que han causado al pueblo han superado a los beneficios. Eso sí, sus dirigentes bien que han vivido en la opulencia mientras el pueblo ha carecido de lo mas elemental.
Buen ejemplo de ello tenemos en la pasión por el lujo y megalomanía de Ceausescu en Rumanía, su afán de protagonismo, así como el control férreo de todos los medios de comunicación. La vida política estaba prohibida y vigilada por la Securitate, una policía implacable. No se admitía ninguna crítica ni difusión de noticias que no fuesen elogiosas para el gobierno, Ceausescu y su esposa.
Esa pasión por el lujo que hemos mencionado contrasta fuertemente con el régimen de austeridad y privación al que se vio sometido el pueblo rumano durante su mandato.
En la Rusia zarista donde no fue abolida la servidumbre feudal hasta 1861, el terror, la delación, acicateada por una policía política omnipresente, y las ejecuciones de los oponentes, su encarcelamiento o deportación, estaban presentes en todo momento.
No vino la revolución rusa a cambiar este régimen de horror, sólo cambió de signo político, ya que, tras la revolución rusa de 1917, se le dio el nombre de Gran terror a la serie de campañas de represión y persecución llevadas a cabo, tras la rebelión.
Los bolcheviques practicaron el “terror rojo” en oposición al ”terror blanco”.
Esta campaña represiva fue publicada con el título de “llamamiento a la clase obrera”, el tres de septiembre de 1918 en la que se decía los trabajadores:
“Aplastad la hidra de la contrarrevolución con el terror masivo. Cualquiera que se atreva a difundir el rumor más leve contra el régimen soviético será detenido de inmediato y enviado a un campo de concentración”.
La purga se realizó sobre miembros del Partido Comunista Soviético, socialistas, anarquistas y sobre cualquier opositor. Se efectuaron juicios públicos sumarísimos y miles de ciudadanos sin responsabilidades políticas fueron enviados a campos de concentración o gulags.
El terror llevado a cabo por Stalin sólo puede compararse con el que su coetáneo Adolf Hitler aterró no sólo al pueblo alemán sino a los habitantes de los países que cayeron bajo el dominio nazi. Hoy se sigue hablando más de la represión hitleriana que de la estalinista.
Es la complacencia con la Izquierda que antes hemos mencionado.
En oposición al Comunismo tenemos el Capitalismo que propugna e impulsa la Empresa privada integrada por el capital y el trabajo, como factores de producción con fines lucrativos.
Es obvio reconocer que toda compañía privada busca conseguir unos beneficios para sus accionistas que han invertido y arriesgado su capital para obtener una rentabilidad que a veces consiguen, pero también en ocasiones pierden.
Si pensamos quién ha proporcionado más beneficios a los seres humanos de estas dos formar de entender la economía, posiblemente concluyamos que la segunda ya que, por su interés en obtener beneficios, ha facilitado las compras de bienes, mediante los pagos aplazados, a personas que, de otra forma, no hubiesen tenido la posibilidad de acceder a ellos.
Son dos sistemas políticos frontalmente opuestos, pero, si hacemos un balance de los beneficios
que han proporcionado a los ciudadanos, posiblemente el segundo aventaje al primero.
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