Es un suspiro, un parpadeo, una brizna de tiempo el instante que separa el pensamiento de la acción, y, sin embargo, en tan breve espacio, caben mil vidas. Porque a veces da miedo decidir. Decidir supone descartar vidas que ya nunca serán pero que quedarán ahí, abortos de existencias que tal vez nos pedirán cuentas en nuestras pesadillas. Por eso, puede ocurrir que ese instante previo a la decisión, ese momento que aún no es alumbramiento ni aborto, se haga espeso y que caigamos en la tela de araña de la indecisión, en las arenas movedizas de la incertidumbre. Asusta pensar que uno podría quedarse ahí, atrapado, viendo la vida como a través de un cristal, escondido tras unos ojos que miran los días con expresión anodina y estúpida; sin más ilusión que la de seguir en pie.
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