Mira, sé quién eres, porque eres de mi misma pasta. Y voy a decir toda la verdad, nunca he dejado de hacerlo. Por eso he tenido problemas continuos, los tendré siempre, por no evitar nombrar lo que otros callan.
Yo me bajo, ¿ves?, míralo, de la misma palabra. Me levanto de esta ristra de líneas para estar frente a ti. Mirémonos a los ojos. Somos hermanos antiguos. Tu camino, por muy distinto que haya sido al mío, ha tenido las confluencias necesarias, como de río a río y luego ser mar, como para decir, como expresa con toda su sabiduría poética el poeta Enrique Falcón en su “La Marcha de 150.000.000”: Sé de ti.
Pero lo más asombrosamente importante es que tú también sabes de mí, todo, te cojo del hombro, me acerco a tu oído: Escucha mi voz:
Soy tu misma voz, que te convoca. Soy tú, que ha venido a mirarse a un espejo. Has llegado a un rio límpido que te refleja en tu exactitud, en toda la verdad refleja al mundo; has llegado de casualidad. No. Fuiste llamado. Todas, todos, somos llamados cada día a la misión del vivir, a la misión del hablar. El viento mece la ramita, la hoja verde, es tu piel.
Hoy, la llamada de ayer, ya no es susurro como el del paso de una abeja alegre, hoy es grito. Se nos nombra. Tú, yo, estamos leyendo estas líneas como paseantes atrapados unos segundos.
Mira lo que se ve aquí, ambos lo estamos mirando:
Estamos vivos, y somos los llamados. No son otros. Somos los justos y los adecuados.
Cristina Aguilera, en su canción “Hurt”, nos dice: “Parece que fue ayer cuando vi tu cara./ Me dijiste que estabas orgulloso de mí, pero yo me alejé./ Si solo hubiera sabido lo que sé hoy./Te perdono todos tus errores.”
Hoy sabemos tanto, ¿verdad? Pareciera que sabemos todo, porque hemos atravesado todas las habitaciones del amor, y hemos visto alejarse a los más grandes seres amados, desaherrojados, cojos, subiendo nubes amarillas claras. Y ya no podemos tocarlos. No hay aprendizaje mayor, somos Doctoras, Doctores en el dolor. En el vivir. Sigo -ven tú también, que esto lees- a esta hermana voz. Es un canto delicado pero implacable, tal se diría que acabamos de nacer a una verdad, a la verdad por fin, estamos nerviosos. Esto no es un texto, es un fuego, una nube hinchada de agua morada a punto de atronar, andamos a la vez por una noche, todas las noches, y empujando un día, todos los días bellos que han sido. Hemos llegado. Ya estamos. Aquí están todos los que amamos. No hay libro más hermoso que todos estos ojos.
Cuántos quisieran poseer esta condición nuestra que atesoramos, latiéndonos el corazón mientras seguimos este rumor, mírame por encima de las líneas, que estás tú de pie, perfectamente ante ti.
Hay tanto que decir, hay tanto que hacer. Lo primero, derribar la Mentira. Donde no hay amor, hay mentira. Cuidar cada parte de lo frágil, que todo es necesario para esta historia de todos. Dañar, el más mínimo daño a cualquier ser vivo, ¿te lo dijeron?, es lesionarte también a ti mismo. La pequeña ardilla se detiene y nos escucha, el águila indomable que vuela alto, también nos escucha. Las orcas libres están atentas desde el amor del agua, la misma que tocas cuando te mojas las manos en la mañana y tocas a los delfines, que te saludan. Escucha de nuevo este misterio y esta certeza: todo es un mismo tejido. Y repite con su perfecto cuerpo el caballo que no ha sido cruelmente amansado, desde el poema verde donde se sostiene: donde no hay amor no hay verdad.
Yo soy para ti y para mí, y juntos andamos. Así rezan todos los sonidos de lo natural y todo lo que nace y marcha por esta tierra. Tiembla como un suelo resquebrajándose y rompiéndose en piedras este texto, está lleno de amor, de historia de una pasión alterada, encadenada. Y yo te digo llorando de alegría que aún hay esperanza para que el amor en este mundo se alce y levante más alta su cabeza mientras agachan las suyas los claveles mustios en jarrones que son las banderas.
Mientras la orca Kshamenk sigue secuestrada, ya cincuenta años, en el acuario más pequeño del mundo -y da vueltas, vueltas, vueltas, al pequeño espacio de su vida muerta-, en el centro de espectáculos con humillaciones con animales “Mundo Marino”, de Argentina, Aguilera canta: “Te abrazaría en mis brazos./ Te quitaría todo el dolor./ Gracias por todo lo que has hecho.”
Los activistas se reúnen regularmente en lo que llaman “El abrazo”, unidos por las manos rodean la cárcel Mundo Marino, Kshamenk, siéntenos.
Ese agua donde siente toda la pena del mundo la orca es la que toca tus manos en la mañana.
Yo no perderé ni un segundo en comenzar a respetar y reparar las heridas de esta tierra. Me pintaré la cara del alma con colores de guerra y alegría; para alumbrar.
No me creo la falsa falsedad de toda la gran estafa que cubre con una carpa de circo el universo. Creo en ti, en mí, en nosotros. En ese nosotras que se ha congregado en este artículo que no es tal, pues lleva luz y llama de relámpago del primer fuego que encendimos ante el frío. Te amo.
Te amo son las palabras que conforman las estrellas en el cielo este crepúsculo, confiando en nosotras/os. En que salgamos de la palabra, de la impostura, de lo mortalmente rígido; y seamos hacedores verdaderos.
Recuerdos a tu padre y a tu madre, de parte de mis padres. Hola.
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