Llegamos hace tres décadas al Centro de Salud, a uno antiguo, a la primera planta, nos fue asignado un médico y no le conocíamos. Poco a poco, se fue haciendo de nuestro entorno, ya lo era, pero no todos los pacientes se dieron cuenta de que era un gran aliado de nuestra salud, con su buen hacer, su especial dedicación a los pacientes, su decidida valentía por manejar la medicina en grado óptimo. Con su peculiar y sorprendente lenguaje de joven malhablado nos hacía reír. Nos prestaba los minutos necesarios, como un deportista saludable, midiendo y sopesando necesidades de la patología pasajera que sufríamos. Creo que lo primero fue una gastroenteritis viajera, le siguieron las pesadas faringitis del invierno, y otras historias médicas más leves. Un par de esguinces de rodilla, la fractura del brazo, y más recientemente, algo grave de lo que hemos salido en unos días y en un mes de cuidados. Y siempre ha estado ahí el doctor Ros.
Los hijos se apuntaban al cupo de los padres al cumplir los catorce años, ¡y cómo no aceptarlos! Si es así como se llama, médico de familia, debía estar con toda la familia. El problema era que se multiplicaban sus pacientes, había una larga lista de espera para entrar a su cuidado. La lista se alargaba y no el tiempo, aunque el reloj parecía estirarse con el médico. Veíamos cómo otros profesionales se marchaban del Centro, cerraban sus despachos al mediodía, y él se quedaba atendiendo aún a ocho o diez pacientes residuales. Si se te pasaba la vez, él te la daba, asomándose a través de la puerta, nos regañaba si íbamos sin cita, con palabrota y risa, y a reír que es muy sano. Debíamos acostumbrarnos, y que el nombre apareciera en lista, aunque fuera para ser fiel a las exageradas estadísticas. Era normal, ¡que se sepa el número de pacientes!, si atendía a más de equis personas, que se sepa la jornada intensiva y el número real de pacientes.
Doctor Ros, doctor Ros, no ha habido despedida, pero te recordamos, te esperamos en planta, para decirte que muchísimas gracias por el excelente trato recibido durante nuestra vida de adultos. Queremos que te jubiles bien, que disfrutes del ocio, de los viajes que tanto te gusta hacer y a veces comentamos; nunca pierdas el aspecto juvenil y descansado que has mostrado en consulta, aunque estuvieras, a veces, tan estresado.
Doctor Pedro Ros, se te quiere y aprecia, entre los pacientes se comenta tu manera de ser en el trabajo. Sabes que esperábamos la consulta con la seguridad de que nos dabas el tiempo necesario, la dedicación necesaria, respondiendo dudas, disipando miedos hipocondriacos. Habrá otros profesionales y buenos, no dudamos, pero siempre serás el gran profesional de la salud y el amigo de confianza. Doctor Ros, nos ha faltado darte en planta un gran y sonoro aplauso de despedida profesional, recíbelo de nuestra parte. ¡Gracias!
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