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La mafia como tema literario ha generado siempre mucha fascinación. Quizás, cuando pensamos en este tipo de argumento, nos viene más a la mente la gran pantalla, a causa de obras como El padrino, que se encuentra en estos momentos entre las películas de culto que, muchas listas, dicen que tienes que ver al menos una vez en la vida.
¿Qué le queda a un poeta que nombrar a sus amigos protagonistas de algunas experiencias? ¿Qué puede hacer sino llevarlos al poema para contrarrestar el olvido creciente? La ausencia de amigos en cualquier circunstancia de vida es como “una amargura gris que te llena la boca”. Es como si necesitáramos montar una galería de amigos ciertos e inciertos, aparecidos y desaparecidos, fieles a la amistad vertida.
Dentro de los pedidos, encomiendas que en ciertas ocasiones me expresó en vida mi gran amigo Ruy Téllez Solís, imaginariamente hacíamos un recorrido cultural por varias partes del mundo y eran tan maravillosos esos viajes que desbordaba los límites de la imaginación. Entonces, ahí nos decíamos sentados en una banca de concreto ubicada en la calle del calvario, en el parque central, en mi casa, lo interminable de las culturas del mundo.
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