Imaginemos que a las próximas elecciones generales concurre el PEIA, Partido Español de Inteligencia Artificial. Supongamos que su líder fuera un dispositivo, humanoide o no, dotado de una inteligencia artificial probadamente eficaz. ¿Por qué no? Apostantes, empresas y hasta médicos acuden a software de toma de decisiones. Funcionan; son matemáticas. Seguramente por ello, según un estudio de la prestigiosa lE University, uno de cada cuatro europeos estaría a favor de que una inteligencia artificial tomara decisiones importantes relativas a la administración de su país. Esto supone que el PEIA obtendría el 25% de los votos, más o menos los resultados del PSOE en los comicios de 2016 (22,63%).
Sin embargo, no parece que el PEIA pueda existir en un futuro cercano. A las máquinas nos gusta verlas aspirando nuestro salón, o nos divierte “hablar” con Siri o que Netflix nos sugiera qué series nos pueden gustar, pero de ahí a permitir que decidan sobre nuestra vida va un trecho que es justamente el que no queremos recorrer. No desconfiamos de los robots ni de los dispositivos de inteligencia artificial con los que hoy convivimos por una razón bien sencilla: están bajo nuestro mando.
Ahora bien, ¿qué ocurrirá cuando las máquinas tomen sus propias decisiones?; es decir, ¿cuándo queden desligadas de un humano que las controle? En lo referente a los robots, este es el gran miedo al que nos enfrentamos y, por ello, ha sido tratado de manera recurrente en la ciencia ficción.
En Blade Runner, los replicantes Nexus 6 son “retirados” porque se han rebelado contra sus dueños; “más humanos que los humanos” es el lema de la Tyrell Corporation, empresa que los fabrica. En Inteligencia Artificial, una masa enfervorecida disfruta con una suerte de auto de fe inquisitorial en el que se despedazan robots. En Yo, Robot, un androide es el principal sospechoso de un asesinato, contraviniendo las famosas leyes de la robótica de Asimov. Tememos que los robots tomen sus propias decisiones, que dejen de estar bajo nuestro control, y nuestro temor nace de la convicción de que, tarde o temprano, de un modo u otro, se acabarían rebelando contra nosotros, como ocurre en Matrix o en Terminator. Lo decía Ernesto Sábato: “la novela es la hermana nocturna y delirante de la historia”; esto es: la ficción expresa el alma de su tiempo. La ciencia ficción, pues, no hace otra cosa que mostrar inquietudes contemporáneas.
Acaso sin reparar en ello, damos por hecho que seríamos injustos y crueles con los robots y que, por ende, se rebelarían en busca de su libertad. Imaginamos que esto sería así por una razón muy sencilla: es lo que hemos hecho los humanos a lo largo de la historia; desde la revuelta de esclavos de Espartaco a la Primavera Árabe contamos con ejemplos innumerables. La Historia Sagrada del pueblo de Israel se asienta en buena medida en una liberación de la esclavitud. El cristianismo proclama “la verdad os hará libres”. Nuestro Miguel de Cervantes dice en el Quijote: “por la libertad […] se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”.
Por eso, la cuestión ética que late en el desarrollo de la inteligencia artificial no atañe a las máquinas, sino al hombre. De quien debemos defendernos no es de ellas, sino de nosotros, de nuestro impulso a dominar a otros y a usarlos a nuestro antojo. Recordemos que a los antiguos griegos la esclavitud les parecía la cosa más normal del mundo, que en Estados Unidos se abolió en 1865 y que hoy es posible comprar órganos humanos. Es curioso: al tiempo que el miedo a nuestros impulsos tiránicos nos lleva a temer a los robots, proyectamos sobre ellos anhelos tan nobles como el de la libertad. Así, todos los dilemas morales que tienen que ver con el desarrollo de la inteligencia artificial responden a un conflicto arraigado en la esencia de lo humano: el ansia de poder frente al deseo de libertad, la certeza de que somos tan crueles como idealistas; y viceversa.
Puede ocurrir que se lleguen a crear robots autoconscientes. Puede suceder que algún día el PEIA concurra a unas elecciones. Como se suele decir, veremos qué pasa. O no; o no lo veremos. Porque también puede ocurrir que el día en que los androides sean “más humanos que los humanos”, nosotros, simplemente, ya no estemos aquí. Además de mortales, seremos prescindibles.
|