Lucía fue una de esas españolas que en aquel lejano verano de 2014 se entusiasmó con el nuevo y flamante secretario general del PSOE. Su verbo afilado y su contundencia lograron que un arrollador Pablo Iglesias no hegemonizara a la izquierda española. Lucía le dio su confianza en las urnas tantas veces se lo pidió el secretario general socialista. Sin embargo, aunque las encuestas le auguren una firme victoria, Lucía tiene claro que no votará a Pedro Sánchez.
Hay muchos argumentos para canonizar o demonizar a Pedro Sánchez, a tenor de la ideología de cada uno. E, incluso, dentro de la misma ideología, hay debate: ¿es la subida del salario mínimo un mérito del PSOE o de Podemos? Lucía no entra en esta disyuntiva; quizás tampoco lo tiene claro. Tampoco va a entrar a valorar el uso que el jefe del ejecutivo hace del avión presidencial, ése que le llevó a eventos tan institucionales como es la boda de su cuñado o un concierto en Castellón. Lo que a Lucía le pesa es un símbolo que nos cuesta muchos millones de euros a los ciudadanos, y que demuestra que a Sánchez le importa más el cálculo electoral que el país.
Lucía coincide en que los otros candidatos harán lo posible por imponer sus propios cálculos electorales. No obstante, nunca había visto tamaña indiscreción. Pedro Sánchez decidió duplicar gastos electorales y arrancarnos del bolsillo a los españoles alrededor 180 millones de euros (la media entre el gasto de las elecciones generales de 2015 y 2016). Luego lustrará los viernes sociales; pero Lucía opina que “¿qué hay más social que recortar en estas zarandajas y juntar la fecha de las elecciones generales a las municipales, autonómicas (en la mayor parte del Estado) y europeas?” ¿De veras no podía seguir gobernando menos de un mes sin los presupuestos generales, y así ahorrarnos una cascada de dinero público? Por poder, podía; lo que no podía consentir era que se le escapara el tren de ver cómo sus dos oponentes directos inician su caída libre, Ciudadanos por el centro contaminándose por la foto de Colón y Podemos por la izquierda en su particular liza por el GPS del partido, y cómo los independentistas catalanes se devoran entre reproches y hostilidad.
Lucía advierte que la extrema derecha avanza, que la derecha clásica está cada vez más plegada a intereses ultras, que el centro-derecha está empeñado en borrar la palabra “centro” y que el PSOE de Pedro Sánchez intenta postularse como el mejor dique de contención. Empero, la única evidencia es que VOX necesita al PSOE y el PSOE necesita a VOX, como en su día Mitterrand necesitaba a Le Pen y Le Pen a Mitterrand. Sin embargo, Lucía es consciente de que Ferraz posee el mayor aparato de comunicación política del país, y éste tratará de hacer ver que no hay un proyecto más firme contra el trío de Colón que el suyo. Pero la hemeroteca recuerda a Lucía aquella bochornosa imagen cuyos protagonistas eran el radical García Albiol y un sonriente Iceta al frente de una manifestación en Barcelona.
Por último, después de relatar las cavilaciones de Lucía, simplemente quisiera pedir a mis queridos lectores que vayan a votar. A quien sea, pero que voten; porque es un derecho que se logró tras cuarenta años de oscuridad y con la valiente generación de mis abuelos apostándolo todo en las calles. Vienen tiempos convulsos, en los que la España de blanco y negro ensaya regresar a nuestras vidas, en los que los sueños verdes amenazan con despertar, en los que las mujeres tienen que defender los progresos de los últimos años y seguir conquistando derechos, en los que no existe un proyecto nacional allende ciento cincuenta y cinco golpes y algún argumento económico con el que no se construye patria y no ilusiona, en los que las reformas laborales pergeñadas por el POSE y el PP evitan que la recuperación económica llegue a todos los lugares de trabajo… Votemos; y votemos con cabeza. Pero también con conciencia.
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