Me he autoimpuesto la necesidad de describir la situación política actual limitándome solo a utilizar cinco adjetivos con los que calificarla.
El resultado de este ejercicio de síntesis es el siguiente: “Insoportable, vejatoria, insultante, asfixiante y degradante.
Mientras buscaba dentro de mi registro personal de palabras, me he dado cuenta que podía llegar aún más allá y resumir mi opinión personal sobre la política española en un único calificativo.
¡Vergonzosa!
Lamentablemente, los partidos políticos patrios están sumiendo el panorama político nacional en una suerte de mezcla entre una obra de teatro de quinta categoría y un juego de estrategia cutre en el que los ciudadanos contemplamos, entre la perplejidad y la vergüenza, cada nuevo acto y cada nueva jugada que nos obligan a presenciar.
Tengo mis dudas al respecto de que los políticos, salvo honrosas excepciones, hayan tenido nunca demasiada credibilidad frente a los pueblos a los que decían que representaban y por los que supuestamente se dedicaban a trabajar.
Pero lo poco que de respetabilidad y coherencia que tuviésemos de remanente en España dentro de la clase política, hace tiempo que está agotado y con la cuenta en números de un color rojo muy brillante.
No pienso revelarme yo ahora como una ingenua que alguna vez se haya creído a pies juntillas todas las promesas y afirmaciones que salían por la boca de los políticos, pero la realidad es que nunca llegué a pensar es que viviría un tiempo en el que las declaraciones de la mañana de un líder político llegarían a las noticias de la noche habiendo variado varias veces.
Mi intención inicial era la de hacer un paralelismo entre sus actitudes y las de los buitres posados sobre su presa repartiéndose la carroña y atacándose los unos a los otros para evitar perder parte de su preciado botín.
Pero me parecía un poco feo publicar un artículo equiparando a un político con un carroñero porque al final esta comparación es injusta para los que siguen ejerciendo ese servicio público desde el deseo de mejorar la vida de todos.
No son mayoría, pero me consta que aún existen esos políticos vocacionales a los que me precio en defender.
Así que para evitar jugar a las siete diferencias entre políticos y buitres he decidido que sería mejor comparar a políticos y a los mercachifles, pero ha sido muy aburrido este nuevo juego. Me puse a buscar diferencias y la realidad es que no encontré ninguna.
Los grandes partidos de este país se han olvidado totalmente de los ciudadanos y de sus necesidades. Negocian y acuerdan en función de las aspiraciones de sus partidos y tratan de convencernos de que una vez alcanzadas las mayores cotas de poder posible, estarán en disposición de legislar y gobernar de una forma más beneficiosa para nosotros.
Nosotros.
Nosotros somos ese pueblo que parece no tener memoria cuando defiende a los “suyos” como si esto fuese un partido de fútbol y no la gestión de lo común. Desmemoriados que, una vez más, no recordamos que todos esos políticos que nos prometen medidas salvadoras ya tuvieron en su día el poder de ponerlas en marcha, con muchas menos dificultades que tendrían ahora, y no lo hicieron.
Hacen lo que quieren porque les permitimos que lo hagan.
No necesitan ser coherentes porque les permitimos la incoherencia.
No necesitan ser honrados porque les lavamos las vergüenzas.
Ellos tocan las palmas y mientras los ciudadanos nos ponemos a bailar.
Ellos siguen haciendo su voluntad mientras nosotros hipotecamos las nuestras.
La política española se puede calificar como una vergüenza, pero desgraciadamente el mayor problema está en que la actitud de los españoles frente a estos desmanes es igual de vergonzosa.
Y así andamos todos, quejándonos mucho, pero sin voluntad de cambiar nada.
|