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Claudio Rodríguez, fedatario de hondas topográficas

Se cumplen XX años del fallecimiento del grandísimo poeta Claudio Rodríguez
Diego Vadillo López
lunes, 8 de julio de 2019, 13:52 h (CET)


Dedico este artículo a la memoria del profesor Isidro Díaz-Maroto (DEP)

Claudio Rodríguez es uno de nuestros poetas más significados allende corrientes, tenden-cias y estilos, y lo es porque estableció una honda conversación con el entorno, una con-versación sin palabras de cuyas resoluciones levantaría unas actas las, a la sazón, plasma-das en alucinados poemarios para gloria de nuestras letras.

Nuestro bardo aprehende una topografía espiritual, preso de ese don al que él mismo otorgó un feliz apellido mediante el sintagma preposicional “de la ebriedad”; inmejorable fórmula para referir el estadio al que accede el poeta cuando ingresa en ese trance tras-cendental que lo conecta con lo inusitado.

Se cumplen veinte años del fallecimiento de un vate que supo trasladar con simpar pericia el petrarquismo métrico hacia el dulce románico castellano que conforman sus estructuras versales; sí, del óbito de aquel versificador que en su discurso de ingreso en la RAE refi-riese la poesía como participación, una participación que “el poeta establece entre las cosas y su experiencia de ellas dentro del lenguaje” (1).

Pedraza Jiménez y Rodríguez Cáceres en su manual apuntaban cómo la segunda genera-ción de postguerra, a la que pertenecía nuestro poeta, sin desprenderse de la atención a los problemas sociales, dirigirían más esta hacia lo subjetivo, suponiendo la poesía para ellos más un modo de conocimiento, lo que impregnaría de un cariz reflexivo a sus res-pectivas obras. Y de entre estos poetas, continuaban, siempre se vino señalando a Clau-dio Rodríguez como una excepción dentro del antiesteticismo imperante en la aludida generación (2). No en vano, la poética de Rodríguez era, paradójicamente, sencilla e in-trincada. Así la formulaba él mismo en una tertulia en el Canal Norte TV junto a Benito de Lucas y a Manuel López Azorín: “Existe en el proceso creador una distancia y un acer-camiento, porque el poeta huye y al mismo tiempo se adentra en la realidad, y, sobre to-do, en la palabra, en la expresión”. Y hablaba del “entusiasmo” que tal cosa le producía, término que identificaba con el “rapto platónico” (3). Luis García Jambrina escribía: “Pa-recía, incluso, que vivía en un total olvido de sí, volcado al exterior, como si él hubiera nacido no para tener una biografía propia o una identidad, como cualquiera de nosotros, sino para dar sentido a los demás, así como a todas aquellas cosas que lo rodeaban” (4). Tales apreciaciones vendrían a poner de manifiesto que el poeta desarrolló vívidamente sus premisas. De hecho, Sergio García García se refería a Claudio Rodríguez como “poeta andariego” que “caminaba por las calles, por el campo, en busca de cualquier substancia abstracta o material para nutrir sus poemas”, que “caminaba por la realidad y reflexionaba sobre ella”, y por eso continuaba aseverando que su vida se adivina en su poesía (5). Ching Yu Lin anotaba un “provincianismo poético de Claudio Rodríguez” mediante el cual este establecería “su intimidad con el mundo” (6), nosotros atisbaríamos más en las premisas claudianas una universalización de lo inmediato-provinciano a través de su lírica sublimación. Todo hombre, al fin, es una intrínseca provincia en conexión con lo incon-mensurable, y Claudio Rodríguez concebía el “proceso creador” como algo “imaginativo y emocionante y sabio” (7). Y en dicho proceso creador, él, gran estudioso de la métrica, elaboró un reconocible sistema poético-sonoro, pues la eufonía de sus versos emparenta con el sentido de la armonía de tradición castellana que ya reivindicara Fray Luis de León cuando, entre otros pareceres, apuntase lo siguiente en el “Prólogo” a “Los nombres de Cristo”: “El poeta pone ‘concierto’ en las palabras […] y ese ‘concierto’ se logra, como diría San Agustín, a través del número. La poesía, incluso en su nivel más material, es número. Y el poeta, a través de su obra, reproduce la divina armonía que sostiene el uni-verso” (8). En efecto, Rodríguez selecciona a la perfección los vocablos y medidas insti-tuyendo un personalísimo sistema métrico por el que fluyen los hallazgos poéticos, coa-duyuvando incluso los encabalgamientos a hacer fluida la traslación que de las alucinadas imágenes lleva a término el poeta. Fernando Yubero llega a apuntar, por ejemplo, que “‘Casi una leyenda’ es una configuración simbólica total, de carácter narrativo-musical, todo un sistema simbólico sabiamente organizado” (9). Sin duda es un libro de consolida-ción de un bien cimentado universo poético, dechado de coherencia y limpidez. Claudio instauró unas infraestructuras por las que hizo circular los más sugerentes frutos de su poética indagación, la de un buscador de la inspiración, un paseante en pos de la faz más edificante de lo anodino.

Solo así fenómenos como la noche, el viento o la lluvia pueden adquirir rasgos humanos, siendo esta última su “enemiga serena” que lava su recuerdo. Gracias a su fe receptora-engendradora podemos, asimismo, asistir, sinestesia mediante, a la “palpitación oscura del destino” y ser sus cómplices cuando, en un alarde sensorial, nos apunta lo siguiente: “Oi-go la claridad nocturna y la astucia del viento/ como sediento y fugitivo siempre/ese nido secreto de alas amanecidas”. Acompañándolo en sus líricas disquisiciones nos podemos percatar de “el canto vivo en forja/ del contorno del hierro en los balcones” (10), verbi-gracia.


Otorgaron a Claudio los elementos paisajísticos, en definitiva, inusitados mimbres con los que tejió el sillón sobre el que se aposenta una poesía sutilmente sólida, con un intrincado andamiaje que deviene en sugerente e inefable sencillez al cabo. Elevó a estadios de sacra cotidianeidad nuestro poeta el entorno transitado, así como cuanto en derredor acaeciera, mediante su interiorización, una vez acometido un previo filtrado espiritual.

Vaya nuestro recuerdo y nuestro homenaje.

NOTAS


(1) Rodríguez, C. (1992): “Poesía como participación: hacia Miguel Hernández”, RAE, Madrid.

(2) Cfr. Pedraza Jiménez, F.B.; Rodríguez Cáceres, M. (2002): “Las épocas de la literatura española”, Ariel Barce-lona, p. 371.

(3) Miguel Ángel Muro escribe que “esa relación subjetivo-objetiva se sustancia en Claudio Rodríguez en un lugar o espacio que el poeta denominará como ‘sutura’”, cfr. en Muro, M.A. (2014): “Consideraciones sobre la poética de Claudio Rodríguez”, “Revista de Literatura”, vol. LXXVI, nº 151, pp. 267-293, p. 270.

(4) García Jambrina, L. (2006): “Claudio Rodríguez, casi una leyenda”, “Zurgai”, nº 7, pp. 96-100, p. 96.

(5) Cfr. García García, S. (2016): “‘La vida se adivina’: el poso de la experiencia vital en la poesía de Claudio Ro-dríguez, “Philobiblias”, nº 3, pp. 53-70, p. 68.

(6) Yu Lin, Ching (enero de 2013): “Cuerpo y lugar en el provincianismo de Claudio Rodríguez”, “Revista de Filología”, nº 31, pp. 95-110, p. 96.

(7) Rodríguez, C. (1992): “Op. cit”, p. 18.

(8) Cfr. en el estudio introductorio de Juan Francisco Alcina a León, F.L. de (2015): “Poesía”, Madrid, Cátedra, pp. 44-45.

(9) Cfr. en “Entre aleluya y réquiem: sobre ‘Balada de un treinta de enero’, de Claudio Rodríguez”, en VV.AA. (2017): “Cantos para el viento. Recreación de diez poetas del siglo XX”, Madrid, Poesía eres tú, p. 91.

(10) Cfr. los pasajes referidos en Rodríguez, C. (2006): “Casi una leyenda”, Barcelona, Tusquets, pp. 11-12.


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