Un rescate, una incursión al comunismo extremo, un enfrentamiento con las instituciones de la UE, un Varoufakis que se creyó invencible y… unos años de tragar bilis, pasar peripecias y soportar miseria bajo el dominio de la coalición comunista Sirisa, para terminar en el mismo refugio de donde nunca deberían de haberse alejado: el regreso a la derecha.
Puede que haya habido momentos de la historia de Grecia en los que el resto de naciones de la UE hayamos creído que Grecia no estaba a la altura de lo que, en la antigüedad, fuera el mayor emporio de la cultura del mundo entero. El comunismo, como suele hacer en cualquier lugar en el que consigue instalarse, se ocupó de hacernos olvidar aquella primitiva civilización en la que, por raro que pudiera parecer en aquellas épocas de tiranos, reyezuelos, bárbaros e incultos dirigentes, supieron entender que, para el gobierno de un país no bastaba la fuerza ni la decisión de una sola persona o la arbitrariedad de lo que pudiera entenderse como una oligarquía, económica o militar. Grecia y, en particular, su actual capital la ciudad de Atenas, supieron encontrar en el estudio, la filosofía, las artes, la literatura y la historia lo que en otros pueblos se centraba, básicamente, en el arte de la guerra y las conquistas territoriales.
Los atenienses decidieron que su nación debía ser dirigida por una asamblea de sabios, de personas cultas que supieran ocuparse de las necesidades cotidianas de los ciudadanos y, a la vez, de la defensa de la ciudad en contra de los posibles ataques de enemigos que pudieran intentar asaltarla. El siglo V a. J. el llamado siglo de Pericles, durante el cual se introdujo el sufragio universal de los ciudadanos, el sorteo para ostentar cargos públicos, con el fin de evitar la corrupción, que como es obvio resulta ser tan antigua como la misma humanidad, y el equilibrio de todas las clases sociales en la gestión de los asuntos de la polis. Se acabó así con la restricción de que para poder ejercer un cargo público hubiera que pertenecer a una clase noble o tener determinado nivel de renta el derecho al voto de los ciudadanos. Lo que fue definido como el siglo de Oro de Atenas, puede considerarse como la verdadera madre de todas las demás democracias que, con más o menos éxito, fueron implantadas en diversos países a lo largo de los años hasta nuestros días.
Ahora, después de unos años en los que los ciudadanos griegos han tenido que pasar por un doble calvario, tanto desde el punto de vista económico, como social, político y laboral que, aparte de haber sufrido, como el resto de países la crisis del 2008, han debido de soportar el gobierno comunista de Sirisa dirigido por Alexis Tsipras, líder de la Coalición de Izquierda Radical, que ha estado al frente de la nación precisamente en el momento menos adecuado para un país que tuvo que enfrentarse a un “rescate”, debido a que no estaba en condiciones de enfrentarse a una situación económica que lo abocaba directamente a la quiebra soberana. Después de un intento de Tsipras de enfrentarse a la CE, amenazando con negarse a pagar las renovaciones de la deuda externa y sus intereses, con una participación estelar de su ministro de economía Varoufakis que, como era de esperar, fracasó rotundamente y tuvieron que aceptar las duras condiciones a las que le sometió la Comisión Europea, el BCE y el FMI, lo que resultó ser mucho peor que si hubieran aceptado, de buen grado, las condiciones para renovar los créditos que, al principio, se les habían ofrecido.
Conviene recordar las visitas del, por aquel entonces, eufórico líder de Podemos, señor Pablo Iglesias, al señor Tsipras; los abrazos que se dieron y el optimismo reflejada en la cara de ambos, convencidos de que aquella victoria en Grecia no era más que el primer paso para la reconquista de Europa por las izquierdas. Iglesias estaba persuadido de que aquella victoria del comunismo griego, le serviría como trampolín para hacerse con el gobierno de España, en la creencia de que, su explosiva entrada en la política española iba a cristalizar en una expansión nunca vista de su política soviética, en toda la nación española. La verdad es que estuvo a punto de conseguirlo si la sensatez de los votantes españoles y sus propios errores, no hubieran desinflado la burbuja de ilusión que su presencia había creado, en contraste con lo que se consideraba una nefasta política de los partidos tradicionales españoles, fundada principalmente en los sacrificios que se les impusieron a los españoles como consecuencia de que, Rodríguez Zapatero, se tomó a broma la crisis hasta que ya fue demasiado tarde para reaccionar y evitar que se descargara sobre nosotros con toda la virulencia de un verdadero tsunami. En cualquier caso, el regreso de un gobierno de derechas a Grecia, con la posibilidad de darle un vuelco a la política económica del anterior gobernante, la pujanza con la que Kiriakos Miktsotakis, el líder de Nueva Democracia, elegido el nuevo presidente del gobierno griego, haya conseguido la mayoría absoluta para su partido y, la normalidad, la forma civilizada, la caballerosidad, la urgencia y diligencia con la que se ha hecho el traspaso de poderes de un gobierno al otro y el hecho inusual de que, a los escasos días de conocerse los resultados de los comicios griegos, hoy mismo ya haya tenido lugar el primer consejo de ministros; nos hace reflexionar sobre el hecho de que una nación como Grecia, en la que apenas se la tiene en cuenta, haya dado una lección magistral de lo que es una verdadera democracia y de que sus ciudadanos, al revés de lo que sucede en España, hayan aceptado con tanto fair play, espíritu democrático y ordenadamente, el cambio radical de un partido de izquierdas a uno de signo contrario, sin que las calles se hayan convertido, como ha sucedido en nuestra nación, en un verdadero pandemonium de protestas, inconformismo, algaradas, enfrentamientos y delincuencia organizada, pretendiendo imponer que, la Ley de las minorías callejeras, enturbie los derechos de los partidos políticos a usar de todos los derechos que la legislación española les ofrece para la defensa de las minorías, misión que le corresponde por completo a los miembros de la oposición al Gobierno aunque, para los socialistas, estos derechos debieran ceder ante lo que es su conveniencia.
En una semana los griegos han sustituido a los antiguos gobernantes por los que han resultado elegidos en las votaciones. En España llevamos más de dos meses menando la perdiz porque, el señor Pedro Sánchez, presidente del Gobierno en funciones, haya decidido que son el resto de partidos los que deben mover ficha y no él, el que recibió el encargo del Rey de buscar apoyo para su investidura, el tuviera que tomar la iniciativa, ofreciendo compensaciones políticas a aquellas formaciones con las que tenía interés en poder formar gobierno o bien, en concretar aquellos pactos de legislatura o apoyos sobre determinadas cuestiones de interés nacional, que se considerase que debían tratarse conjuntamente.
Envidia sana, señores, es la que sentimos hacia la diligencia con la que los griegos han sabido solucionar el traspaso de funciones debido al cambio motivado por el resultado de las urnas. Tenemos la impresión, que ya hemos manifestado en nuestros comentarios habituales, de que esta fragmentación de partidos que la Ley D’Hont y nuestros políticos se han empeñado en provocar es, sin duda alguna, lo peor que le hubiera podido pasar a nuestro país, ahora en una situación evidente de ingobernabilidad debida a que nadie, ninguna de las formaciones políticas del arco parlamentario, está dispuesta a reconocer que los resultados electorales no las favorecieron, algo que le sucede al propio PSOE del señor Sánchez, que todavía no se ha percatado de que, aunque sea cierto que el PSOE ha resultado ser el partido más votado, también lo es el que, con 123 escaños de 350, no se tiene los suficiente apoyos para poder gobernar en solitario (aunque puedan intentarlo) y, en consecuencia, si quieren conseguir una mayoría suficiente deberían hacer concesiones a aquellas formaciones con las que pretendan gobernar o, al menos, conseguir los apoyos precisos para conseguir sacar las leyes que les permitan poner en marcha sus proyectos de gobernación.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, vamos teniendo la impresión de que, el señor Sánchez, está más preocupado en que los partidos considerados de derechas se vayan desgastando discutiendo entre ellos que en asumir, de una vez, las responsabilidades de gobierno. Es muy posible que Sánchez, un buen estratega, un pillo redomado, un hábil manipulador y un tenaz defensor de sus intereses políticos, sin embargo, es muy posible que no se sienta tan cómodo ante la idea de tener que hacer frente a los problemas cotidianos de los ciudadanos, a las decisiones que puedan indisponerle con parte del electorado y que, no obstante, va a tener que afrontar; y el hecho de no tener prisa, de no importarle que asuntos de Estado se retrasen, debido a la falta de un gobierno o que no le preocupe de que pueda llegar el periodo vacacional sin que, todavía, se haya podido convocar la investidura con posibilidades de que, algún candidato, pudiera salir elegido. Es posible que la solución de toda esta panoplia de posibilidades, tanto a nivel del Estado como de las autonomías o municipios requiera que se acuda a nuevas elecciones. No todos están de acuerdo con esta posibilidad pero, si no son capaces de ponerse de acuerdo ¿Qué otra posibilidad nos va a quedar? ¡Al fin y al cabo sólo sería la cuarta vez en cuatro años!
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