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50 aniversario del nombramiento de Juan Carlos I como sucesor de Franco

El 22 de julio del año 1969 el rey honorífico Don Juan Carlos I fue nombrado sucesor en la jefatura del Estado y proclamado príncipe de España
María del Carmen Portugal Bueno
martes, 23 de julio de 2019, 09:44 h (CET)

Hace cincuenta años Francisco Franco como Jefe del Estado español, y con la autoridad que le otorgaba la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, propone a Don Juan Carlos de Borbón y Borbón como su sucesor ante las Cortes españolas y cuya posibilidad ya recogía dicha Ley de 1945 en su artículo sexto: «En cualquier momento el Jefe del Estado podrá proponer a las Cortes a la persona que estime debe ser llamado en su día a sucederle, a título de Rey o de Regente». Así mismo, se establecían los requisitos a cumplir por el candidato: «Para ejercer la Jefatura del Estado como Rey o Regente se requerirá ser varón y español, haber cumplido la edad de treinta años, profesar la religión católica, poseer las cualidades necesarias para el desempeño de su alta misión y jurar las leyes fundamentales, así como lealtad a los principios que informan el Movimiento Nacional».

Este nombramiento fue recogido en la Ley 62/1969 y aprobado en una sesión que los medios de comunicación de la época definen como histórica: «La noticia corrió vertiginosamente por los pasillos, la calle, la ciudad entera, y llegó a los últimos rincones de la geografía nacional. El Príncipe Don Juan Carlos de Borbón, de treinta y un años, hijo de Don Juan, nieto de Alfonso XIII, casado con la Princesa Doña Sofía, padre de los Infantes Don Felipe, Doña Elena y Doña Cristina, había sido designado para en su día suceder a Franco en la Jefatura del Estado a título de Rey. Empezaba un nuevo capítulo de la Historia de España», (ABC, 23 de julio de 1969).

Junto al nombramiento, la Ley del 69 también marcaba la fórmula del juramento y el tratamiento que recibiría el nominado tras jurar su designación. Esta acción se realizó el día siguiente de su proclamación en las Cortes.

El acto de investidura

Según cuentan las crónicas de la época, Don Juan Carlos acepta y firma su nombramiento el 23 de julio en el palacio de la Zarzuela y en presencia de Doña Sofía, los infantes, el presidente de las Cortes, el vicepresidente del Gobierno, el arzobispo de Madrid, altos mandos militares y otras primeras autoridades.

Ya en las Cortes, se procede al acto de proclamación y a la jura. En el acto de investidura actúo como Notario Mayor del Reino el ministro de Justicia y Don Juan Carlos juró lealtad a Franco y fidelidad a los principios del Movimiento Nacional ante el presidente de las Cortes, quien siguiendo el protocolo le contestó: «Si así lo hiciereis que Dios os lo premie, y si no, os lo demande».

Tras prestar el juramento, Don Juan Carlos pasa a ostentar el título de Príncipe de Asturias con tratamiento de Alteza Real.

Esta designación también le otorga a Juan Carlos I, por Decreto 1586/1969, de 23 de julio, otros honores, en este caso militares. Concretamente los establecidos para los capitanes generales de los ejércitos de Tierra, Mar o Aire en el Decreto 895/1963, de 25 de abril, por el que se aprueba el nuevo Reglamento de Actos y Honores Militares.

Y en referencia a su precedencia, esta se recoge en el Decreto 1483/1968, en donde se sitúa al heredero de la Corona tras el jefe del Estado y antes del presidente del Gobierno.

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Es propio de estas fechas hacer balance del año. Pero, entreviendo conclusiones poco gratas, opto por emprender una cavilación breve y escrita sobre la noción, más genérica, de cambio o transformación, ese “leitmotiv” recurrente del progresismo contemporáneo cuando medimos cualquier mutación en términos de avance social.

Cuando las jerigonzas se extienden en los ambientes modernos, las habladurías altisonantes no pasan de generar unas algarabías sin sentido. Los hechos repercuten en cada ciudadano, sin guardar relación con lo que se dice. Se consolida una distorsión de graves consecuencias, lejos de ser una rareza, se generaliza en la práctica diaria.

Como la lluvia fina que parece que no, pero cala hasta los huesos: el mensaje es claro, quieren que acabemos pensando que “lo que nos viene encima es irremediable”, que los recortes que van a dar en el Estado del bienestar de aquellos que todavía tienen la suerte de tener una nómina, son absolutamente necesarios.

 
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