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De Tratados Secretos y Vergüenzas Públicas

Un tratado Secreto de un siglo y medio atrás, acabó como paradigma de vergüenza pública en la historiografía sudamericana, pero algunos estadistas no aprendieron todavía aquella lección
Luis Agüero Wagner
martes, 30 de julio de 2019, 09:47 h (CET)

Dice un célebre aforismo que los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla, algo que al sur de la frontera conocemos muy bien, aunque esa verdad no siempre la tengamos en cuenta.

Hace siglo y medio el Paraguay acabó aplastado moral y materialmente por una guerra inspirada y sufragada por el imperialismo inglés, cuyo brazo ejecutor fueron Argentina, Uruguay y Brasil. Los agentes del imperio británico, en inicuo contubernio con sus agentes argentinos y brasileños, a pesar de sus grandes diferencias que todavía son perceptibles hoy, hicieron de tripas corazón para destruir un mal ejemplo de soberanía en Sudamérica: La República del Paraguay.

El gobierno de Paraguay y su titular, Mario Abdo Benítez, sufrió un gran desgaste por estas fechas al conocerse  un tratado secreto con Brasil sobre cuestiones energéticas. El tratado que permaneció oculto por dos meses, fue calificado de claudicante por los expertos y derivó en protestas ciudadanas que derivaron en la impensable renuncia de altos funcionarios del gobierno, integrantes del círculo más cercano al presidente. el acta se hizo a espaldas de la ciudadanía, sin la participación de técnicos de la ANDE y en condiciones ventajosas para Brasil.

La firma del acta data de meses atrás, pero la ciudadanía conoció de su existencia recién esta semana, en forma simultánea a la renuncia del entonces titular de la Administración Nacional de Energía (Ande), Pedro Ferreira, detractor del acuerdo.

La crisis arrastró al canciller Luis Alberto Castiglioni, quien además de perder su cargo, fue exhortado por el Senado de la Nación a no intentar asumir su banca de Senador luego del gran bochorno.

A la renuncia de Castiglioni se sumaron las de José Alberto Alderete, director paraguayo de la hidroeléctrica de Itaipú; la de Alcides Jiménez, presidente de la Administración Nacional de Energía (ANDE), con menos de una semana en el cargo, y la del embajador en Brasil, Hugo Saguier.

Los cuatro presuntos implicados también deberán dar explicaciones al Parlamento, que los acusa de haber perpetrado una grave traición a los intereses patrios que es evidente a los ojos de la ciudadanía. La eventual resolución de esta crisis ha quedado en terreno brasilero, pues si el “Trump Tropical”, Jair Bolsonaro, hace oídos sordos al pedido de revisar lo firmado, el ejecutivo paraguayo podría acabar y con justa razón expulsado del poder y arrojado al basurero de la historia.

El gran enredo ocasionado por estos funcionarios incompetentes o corruptos, roles que interpretan con frecuencia al mismo tiempo y el mismo día al decir de Woody Allen, me recordó una frase de Chesterton, quien decía que aquel que ha inventado una mentira, no sabe en qué problema se ha metido pues deberá inventar otras cien suplementarias para justificar la primera.

Cuando en 1865, argentinos y brasileños ratificaron una alianza contra el Paraguay que habían firmado bajo inspiración británica en 1857, lo hicieron también en una sesión secreta.

El primer día de Mayo de 1865, inspirados y sufragados por el entonces hegemónico imperio inglés, argentinos y brasileños suscribieron un acuerdo que hoy avergüenza al revisionismo histórico de la región.

Tres semanas más tarde, ese mismo mayo de 1865, el congreso mitrista ratificaría a libro cerrado en sesiones reservadísimas aquel inicuo contubernio. En la Banda Oriental no hubo necesidad de ratificaciones porque el de Venancio Flores, capataz de un estanciero al servicio de ferroviarios británicos, era un gobierno de facto. En el Brasil donde la esclavitud sobrevivía a los derrotados por Lincoln y Grant, bastó con el "estampado en secreto" del sello imperial.

"¡El tratado es secreto, la sesión es secreta, sólo la vergüenza es pública!" diría en 1866, al divulgarse el texto por una indiscreción interesada de Inglaterra, el diario porteño La América, de Miguel Navarro Viola y Carlos Guido Spano. El tratado había sido traducido y divulgado en Europa por el gran pensador tucumano Juan Bautista Alberdi.

Si los personajes que en estos días quedaron fuera del gobierno paraguayo hubieran conocido esta historia, no hubieran tratado de repetirla. Ya lo dijo Alberdi, la historia está para juzgar el pasado e instruir el presente en beneficio del futuro.


Por desgracia, todavía gobiernos iletrados de estas repúblicas sudamericanas, firman tratados secretos que acaban en vergüenzas públicas. LAW

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