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El tardío pacto de Estado para salir de la crisis

El pacto está bien, aunque tarde, pero en el momento actual ¿para qué?
Domingo Delgado
lunes, 6 de mayo de 2013, 11:00 h (CET)
El líder de la Oposición, Pérez Rubalcaba, está demandando y ofreciendo al tiempo, la celebración de un Pacto de Estado para facilitar salidas de la crisis económica, algo parecido a lo que crípticamente parece postularse también desde Zarzuela, y que no pocas personas y medios de comunicación –entre ellos, modestamente, nosotros- lo pedimos sin el menor caso, ni antes con el PSOE, ni ahora con el PP.

Entonces, ¿qué ha cambiado para que el PSOE salga con lo del Pacto?. Realmente no lo sabemos, ya que en política hay grandes dosis de hipocresía, y una cosa es lo que se dice, y otra lo que se piensa y se hace.

Probablemente venga del aciago dato de los más de seis millones de parados, ante los que nadie cabal y honrado puede quedarse inerme. Pero otra cuestión sería, si estamos aún a tiempo de maniobrar por medios propios (ante la sumisión a Bruselas y Berlín), y por otra parte, ¿cuál sería la estrategia para el logro del objetivo de salida de la crisis?. Algo en lo que parece no están de acuerdo las mismas fuerzas políticas con representación en el Estado.

Por tanto lo del pacto está bien, aunque tarde, pero en el momento actual ¿para qué?. Diseñando un itinerario, una metodología, más allá del objetivo que todos ansían.

De entrada habría que decir, para el caso que no tengamos autonomía de acción (dadas las bisoñas y entusiastas entregas de soberanía que se hicieron a la UE), que el Pacto habría de hacerse más que en Madrid con los representantes de los españoles (depositarios de la soberanía nacional no cedida), en Bruselas o Berlín con los mandatarios de la UE y la conformidad de Berlín (a modo de “nihil obstat” de la potencia neocolonial de facto en que se ha erigido Alemania en la UE). Ya que sin la aprobación de estas estancias exteriores cualquier pacto sería “papel mojado”. Consecuentemente, dado que nos tememos que sea tal la situación, sólo cabe esa actuación, en los cánones ordinarios.

El Pacto en España tendría sentido, es más, sería más que necesario, para otra cosa, cuál sería el sereno y realista análisis de la situación española (de sus finanzas públicas y privadas), estudiando las alternativas posibles, sus respectivos alcances y costes directos y colaterales o indirectos, para finalmente tomar la decisión racional, serena y fría que más convenga a los intereses españoles, con un “total cierre de filas” en la decisión que razonablemente se adoptara a tenor de la situación las cuentas del Estado y su previsible evolución. Ya que Japón ha estado sumido en este tipo de crisis más de 10 años (y ello contando con la soberanía monetaria). ¿Está el pueblo español dispuesto a aguantar otros 6, 7, 8 o más años así?.

En realidad, tal es la situación, que el único Pacto pertinente en la actualidad pasaría por esa seria y profunda reflexión, que conllevaría decidir entre mantenerse o salirse del euro, de la propia UE (salvo el mercado, que es lo único que ha demostrado funcionar), y negociar una quita y espera de la deuda, a medida de razonables posiciones (sin hundir el país y sacrificar al pueblo).

Pero para eso, hay que cambiar la mentalidad de gran parte de la clase política que, al parecer convencidos de no existir más salida que los rigores de los recortes impuestos por los acreedores exteriores, tienen que empezar a vislumbrar el plante y la negociación de quita y espera de la deuda española, cogiéndose de la mano de Portugal, Grecia, Italia e Irlanda (ante lo que probablemente se uniría Francia) para formar un bloque de respuesta política a la deuda económica. La respuesta económica ya la conocemos (¡caña al deudor!), y no parece que sea soportable por mucho más tiempo. ¡Nos jugamos mucho!.

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Es propio de estas fechas hacer balance del año. Pero, entreviendo conclusiones poco gratas, opto por emprender una cavilación breve y escrita sobre la noción, más genérica, de cambio o transformación, ese “leitmotiv” recurrente del progresismo contemporáneo cuando medimos cualquier mutación en términos de avance social.

Cuando las jerigonzas se extienden en los ambientes modernos, las habladurías altisonantes no pasan de generar unas algarabías sin sentido. Los hechos repercuten en cada ciudadano, sin guardar relación con lo que se dice. Se consolida una distorsión de graves consecuencias, lejos de ser una rareza, se generaliza en la práctica diaria.

Como la lluvia fina que parece que no, pero cala hasta los huesos: el mensaje es claro, quieren que acabemos pensando que “lo que nos viene encima es irremediable”, que los recortes que van a dar en el Estado del bienestar de aquellos que todavía tienen la suerte de tener una nómina, son absolutamente necesarios.

 
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