Llega un momento en el que la sociedad debe enfrentarse al dilema de intentar averiguar qué es lo que se esconde detrás de las intenciones ocultas de aquel político, hábil en emular a aquel personaje histórico italiano, Leopoldo Frégoli, cantante, actor y gran especialista en el transformismo que vivió entre los años 1867 y 1936 y que gozó de una cierta fama por la velocidad vertiginosa con la que sabía cambiar de atuendo de modo que era capaz de interpretar varios personajes sin apenas solución de continuidad. Esta habilidad que, en cierta manera, se puede comparar con la facultad que tienen algunos políticos de olvidarse de lo que dijeron, prometieron, advirtieron, negaron, defendieron o condenaron en alguna ocasión anterior aprovechándose de dos ventajas que les proporciona los ciudadanos: la primera, la pérdida de memoria, en este caso interesada, de todos aquellos a los que les importa un rábano lo que dijera con anterioridad aquella persona a la que apoyan incondicionalmente y, en segundo lugar, aquellos otros que forman parte de aquella mayoría de ciudadanos que olvidan con facilidad, influidos por la rapidez con la que se van produciendo los hechos y la pereza mental de seguir con atención el discurrir de los acontecimientos limitándose a dejar arrastrar por quienes, llegado el momento, son más hábiles en proponerles lo que cada uno cree que es lo que más les beneficia.
Es España, a falta de lo que en otros tiempos fuero políticos de “raza”, gente preparada, elocuente, conocedora de lo que necesitaban los españoles, de lo que convenía a la nación española y defensores acérrimos del concepto de “patria”, hoy convertido en algo que se considera obsoleto, lo mismo que el respeto por nuestros símbolos y tradiciones cristianas que para nuestra juventud se han convertido en viejas consejas de los viejos y a los que no les conceden el menor valor en una sociedad dominada por el relativismo, el materialismo, el laicismo, el egoísmo integral y lo que podríamos definir acudiendo al vocabulario de nuestra juventud como el “pasotismo” basado esencialmente en trabajar lo menos posible y dedicarle al ocio el máximo de tiempo, dándole a la promiscuidad sexual, la independencia, la libertad y el culto al individuo y el desprecio por la familia tradicional la máxima importancia por encima de cualquier otra forma de entender la vida de una persona.
Y aquí estamos, otra vez enfrentados a unas nuevas elecciones, con los ciudadanos hartos de acudir a las urnas, verdaderamente disgustados por el comportamiento de nuestros políticos, sin ser capaces de entender cómo, una democracia como la española, pueda caer tan bajo de modo que sus políticos, los que debieran ser los que se preocuparan de administrar la voluntad de los ciudadanos, los que antepusieran a sus conveniencias privadas o políticas a lo más conveniente para el país; los que entendieran de lo más urgente para tratar de solucionarlo; los que mejor utilizaran su tiempo para mejorar nuestras relaciones con el resto de naciones de nuestro entorno y, en definitiva, los más aptos para preocuparse, de una manera inteligente, efectiva y desprendida y honrada, de mejorar la calidad de la vida de los ciudadanos españoles.
Por desgracia, no nos encontramos en esta situación y las perspectivas que se abren al pueblo español no parece que sean las más optimistas en cuanto a que, lo que vaya a salir de las urnas el 10 de noviembre, sea precisamente lo que mejor nos cuadra a la mayoría de los españoles; incluso a aquellos que están convencidos de que volviendo a sistemas retrógrados, desprestigiados, totalitarios y, presuntamente, igualitarios; piensan que, acabando con el capitalismo e instaurando un nuevo Frente Popular en España, van a poder terminar con el de los “ricos”; suplido por más Estado, más control de nuestras vidas, más prohibiciones, más dirigismo económico y control monetario. Ninguno de ellos puede garantizar que nuestras pensiones mejoren, que se exporte más, que se reparta mejor la riqueza, que tengamos una mejor Seguridad Social y atención sanitaria, etc. si el sistema se basa en mejoras sociales, subvenciones, creación de un salario básico para todos los españoles, elevaciones de salarios, más gasto público, más funcionarios, más estatalización de la economía, más impuestos y trabas burocráticas y, en consecuencia, menos iniciativa privada, libertad de mercado, más impuestos sobre la producción de las empresas, más cargas sociales para los empresarios e industriales, más obstáculos para la modernización de la producción o, como ya ha ocurrido en nuestra nación, que un juez, seguramente más ignorante que lo que se esperaría de un funcionario, ha decidido que una empresa no puede poner a un robot en sustitución de una empleada. Se trata, como ya se habrán dado cuenta, de poner “puertas” a la modernidad, el avance imparable del progreso que no es el que esta caterva de inútiles, adoctrinados por el comunismo de tipo bolivariano, intentan hacernos creer, cuando hablan de gobiernos “progresistas”.
Y es que, señor Sánchez, por más que siga repitiendo una y mil veces aquello de “gobierno progresista” usted sabe perfectamente que una empresa en la que los cfoste4es no sean competitivos no tiene posibilidad de poder mantenerse en un mundo donde la competencia es la que manda; la cuenta de resultados es la que garantiza la supervivencia de la industria o el comercio del que se trate y si, para ello es preciso abaratar costes y, en beneficio de lo que sería una plantilla más reducida pero mejor dotada de medios, con su producción robotizada, el pretender mantener una plantilla sobredimensionada no es más que un empeño inútil que las leyes del comercio más temprano que tarde van a llevar a su quiebra.
Pero el señor Sánchez que hace unos pocos meses presumía de su intención de hacer un gobierno “progresista” con el apoyo de Podemos, ha dado un giro de 180º grados, para convertir al señor Pablo Iglesias en su “bestia negra”, con la que no quiere pactar ni en pintura. El mismo líder socialista que mantenía entre algodones a los separatistas de Cataluña, mimándolos para que no tuvieran tentaciones de quitarle su apoyo, se ha transformado en uno de sus principales adversarios a los que ya amenaza con la Ley, aquella misma ley que él posponía a lo que para él era esencial: “ el diálogo”. Un diálogo que no le ha servido para nada ni ha tenido el menor fruto para conseguir la paz ni, tampoco, la renuncia de ninguno de aquellos partidos separatistas con los que antes se abrazaba, a sus pretensiones separatistas. Ahora repite hasta la saciedad la palabra España, como si fuera en este momento de campaña preelectoral que hubiera descubierto que esta nación, unida y no dividida como estaba dispuesto a conceder a los separatistas catalanes, cuando creía que necesitaba sus votos, es una nación indivisible.
Pero no todo le favorece. Pese a los intentos de la ministra Celaá, de la ministra Montero o de la súper estrella de la economía, señora Calviño (el otro día, en la Cope, la ministra insistía en que nuestra economía seguía estando boyante y que eran, el resto de naciones europeas, las que tenían problemas) estamos ante una preocupante situación económica, al menos en lo que respeta al futuro. Pero ya no puede negar lo evidente, las sombras de un estancamiento económico ya son una realidad; el consumo interno de los españoles ha disminuido en un 2% y los entendidos afirman que, el PIB, crecerá siete décimas menos de lo esperado entre el 2019 y el 2022. Ya no se les puede achacar a los agoreros de derechas el que amenacen con nubarrones durante los próximos meses que, unidos al Brexit de los ingleses (sea con acuerdo o sin él, sabemos que nos va a afectar a nuestro turismo y a los ingleses que viven en España de forma permanente. Pero donde más le ha dolido a la señora ministra de Economía, señora Nadia Calviño, ha sido la dura advertencia del Banco de España al Gobierno, cuando ha señalado un importante frenazo en el mercado de trabajo, mientras la afiliación a la Seguridad Social sólo ha tenido un insignificante aumento. Pero el Banco de España, en su informe, ha metido la daga hasta la empuñadora cuando ha achacado, a la “incertidumbre política”, ser la culpable de constituir un “lastre” para la economía española.
Y es que, señores, por mucho que el señor Pedro Sánchez se haya trasmutado de un agresivo, incontinente, vocinglero e implacable catilinario en contra de la política del señor Rajoy; a un perfecto gentleman , de modales contenidos, de maneras moderadas, en apacible pescador de inocentes que le presten su voto; de gran defensor de la política del diálogo con comunistas o con los propios separatistas catalanes ( los del PNV ya los tiene en el saco porque, aflojando dinero, le van a comer en la mano) en un airado y amenazante presidente en funciones del gobierno de la nación, dispuesto a descargar toda la ira que le autoriza la Ley y la Constitución sobre aquellos que se atrevan a alterar el orden público en Barcelona y el resto de Cataluña.
Tenemos grandes incógnitas que, los señores que con tanta asiduidad hacen aparecer encuestas sobre la intención del voto de los ciudadanos y cuando cada una de la empresas que las preparan las dan a conocer, se esmeran en satisfacer, dentro de lo posible, a quienes pagan la factura; menos las del CIS del señor Tezanos, cuyas facturas, a diferencia a las empresas que trabajan para periódicos u otro tipo de sociedades privadas (que las abonan acosta de su tesorería);las pagamos, con nuestros impuestos, entre todos los españoles; no para que nos diga la verdad, sino para que les haga el juego a los socialistas del señor Pedro Sánchez, presentando unos pronósticos extremadamente favorables a sus intereses como partido político. Es evidente que, una manera efectiva de influir en una gran parte de este votante, presto a dejarse influir por lo que publica la prensa, que no tiene un criterio propio y que se cree a pies juntillas todo lo que lee en un periódico; el hecho de que se publique en un periódico o aparezca en TV una encuesta en la que se da una gran ventaja a un aspirante sobre el resto de competidores, tiende a influir de una manera determinante en el ciudadano, que acaba votando al presunto ganador.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, y observando como la derecha sigue desperdigada, cuando han tenido la ocasión de obtener un resultado mejor si hubieran acudido juntos a las votaciones, pocas esperanzas quedan de que se pueda remontar el mal auspicio que vienen dando las encuestas que favorecen al PSOE. No obstante, quedan dos aspectos que ninguna encuesta ha sido capaza de valorar debidamente. En primer lugar, no sabemos en cuánto se puede valorar la abstención que se anuncia como importante debido al cansancio de los españoles y a su falta de confianza en los actuales políticos y, en segundo lugar, queda por saber el impacto que la candidatura de Errejón pueda tener en los partidos de izquierdas.
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