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El asesino, la infamia y la indignación

La excarcelación de Bolinaga es un escándalo todavía mayor que el provocado por Bárcenas
Carlos Salas González
miércoles, 17 de julio de 2013, 06:58 h (CET)
Estos últimos meses, y muy especialmente de una semana a esta parte, el llamado "caso Bárcenas" está tambaleando al Gobierno, hasta el punto de que ya se habla abiertamente de mociones de censura, dimisiones y hasta elecciones anticipadas. Todo son ataques a Rajoy y su equipo, tanto por las fundadas sospechas acerca de una financiación irregular de su partido como por la caótica e insustancial respuesta que desde éste se viene dando a tan graves acusaciones. A ello han contribuido decididamente las últimas portadas del diario El Mundo, en torno a las que giran estos días todas las tertulias políticas.

Pero fue precisamente al final de una de ellas, ya bien entrada la madrugada del pasado domingo, cuando un tema que parecía olvidado volvió dolorosamente a la palestra. Fue a colación del decimosexto aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco. "El gran debate" aprovechó la trágica efeméride para entrevistar a dos víctimas del terrorismo. Ambas habían perdido a un familiar a manos de ETA. En un caso se trataba del padre. En el otro, de un hermano. Ambos asesinados eran guardias civiles. Los atentados que acabaron con sus vidas fueron perpetrados a mediados de los ochenta. Pero no acaban aquí las desgraciadas coincidencias, ya que los dos fueron víctimas directas de un mismo hombre: Bolinaga.

En efecto, el mismo tipejo al que el Gobierno de Rajoy, a través de su ministro del Interior, concedió hace un año el permiso de excarcelación por enfermedad terminal. La infamia es mayúscula. En primer lugar porque, a diferencia de lo que argumentaba el ministro, no hay ninguna ley que obligue al Gobierno a conceder permiso de tal naturaleza a reo alguno. En segundo lugar porque, existiendo esa posibilidad, que no obligación, lo que sí deja claro la ley es que, para que se pueda dar tal medida de gracia, el condenado por terrorismo debe mostrar arrepentimiento, extremo no contemplado, ni de lejos, en este caso. Y en tercer lugar porque, a tenor de lo visto, el despreciable sujeto tiene fuerzas suficientes para frecuentar alegremente las tascas de su pueblo, lo que hace pensar que muy terminal no debe estar. De modo que el Gobierno ya no es que haya prospectado en el subsuelo de la ley para beneficiar al preso etarra, sino que, directamente, se la ha saltado a la torera para la consecución de tal fin.

Pues bien, si todo ello indigna a cualquier persona de bien, imagínense a los dos familiares de los asesinados a los que se realizó la mencionada entrevista. Piensen ahora en Rajoy, en su ministro y en el resto de su partido. ¿Creen que están más preocupados por esto o por los papeles y los mensajitos de Bárcenas? Piensen ahora en Rubalcaba y su PSOE. Seguramente no recordarán haberles oído pedir la dimisión de Rajoy por el escándalo de Bolinaga. No lo recuerdan sencillamente porque ni lo han hecho ni lo van a hacer. Más bien todo lo contrario, pues en este asqueroso asunto de la excarcelación del asesino han dado desde el principio todo su apoyo al Ejecutivo, demostrando, aunque sólo sea por una vez, una recta coherencia, pues cuando ellos gobernaron también excarcelaron al sanguinario De Juana Chaos tras el bochornoso chantaje de una huelga de hambre. ¿Y otras fuerzas políticas minoritarias como Izquierda Unida, el PNV, ERC o el BNG? Pues éstas ya no sólo es que hayan aplaudido ambas infamias -la del gobierno de Zapatero con De Juana y la del gobierno de Rajoy con Bolinaga-, sino que en numerosas ocasiones se manifiestan, votan y pactan con BILDU, última marca de los filoetarras. Por desgracia, en el ámbito político, ya sólo Rosa Díez y los suyos conservan intactos la dignidad y el compromiso que otros han decidido dejarse por el camino.

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Es propio de estas fechas hacer balance del año. Pero, entreviendo conclusiones poco gratas, opto por emprender una cavilación breve y escrita sobre la noción, más genérica, de cambio o transformación, ese “leitmotiv” recurrente del progresismo contemporáneo cuando medimos cualquier mutación en términos de avance social.

Cuando las jerigonzas se extienden en los ambientes modernos, las habladurías altisonantes no pasan de generar unas algarabías sin sentido. Los hechos repercuten en cada ciudadano, sin guardar relación con lo que se dice. Se consolida una distorsión de graves consecuencias, lejos de ser una rareza, se generaliza en la práctica diaria.

Como la lluvia fina que parece que no, pero cala hasta los huesos: el mensaje es claro, quieren que acabemos pensando que “lo que nos viene encima es irremediable”, que los recortes que van a dar en el Estado del bienestar de aquellos que todavía tienen la suerte de tener una nómina, son absolutamente necesarios.

 
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