Hermanos: ya hemos cambiado. El que más y el que menos lleva en el bolsillo un aparato que va a cambiar nuestras vidas para siempre muy dentro de poco, sino lo ha hecho ya.
Hasta hace pocos años (unos 20 años como mucho) cuando necesitabas ir a un sitio, y no sabías cómo llegar, preguntabas a un vecino o a un policía. Hoy miras el Google Maps, pones la dirección y te dirige mediante una flechita hasta tu destino.
Con este simple gesto hay una interacción buena y otra mala. La buena es que tienes una información que te ofrece el trayecto más eficiente y te permite llegar más rápido o por donde el tráfico es menos denso. La mala es que le estás dando información a alguien que no sabes para qué la puede utilizar.
Pero si no eres un conspiranoico como yo, y crees que todo el mundo es bueno, esto puede entenderse como un instrumento de primer orden para gestionar los municipios. Por ejemplo, los semáforos se pueden regular de otra forma.
Ya no estarán programados por órdenes temporales (cada dos minutos se pone en ámbar y rojo) sino que será algo más vivo y orgánico. El tiempo que un semáforo estará en rojo o verde será aquel que en ese momento exija el programa de tráfico para que este sea más fluido. Eso puede exigir que todos los que lleven el Smartphone lo tengan activo. Es decir, que sin nuestro permiso las autoridades puedan meter la mano en nuestro bolsillo o en nuestro coche para regular mejor el tráfico y disminuir con ello las emisiones de CO2 y ayudarnos a llegar antes a casa o al trabajo.
Hay que elegir: sostenibilidad integral o privacidad. Pero creo que ya no vamos a poder elegir.
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