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Tsunamis

El mundo climático está revuelto, las adolescentes gritan a los dirigentes del mundo lo que deben hacer
Nieves Fernández
miércoles, 16 de octubre de 2019, 10:12 h (CET)

Qué tendrá que ver la política con los tsunamis, a no ser que un maremoto se tome en sentido figurado de la palabra, o sea un tsunami que lo inunde todo, totalmente artificial, porque el otro se basa en causas que para más inri son naturales, pero destructivas, devastadoras, catastróficas; es cuando un tsunami se inicia con un terremoto en el mar y crea el caos. La palabra tsunami de origen japonés será una ola gigantesca, y como si tuviera vida se come la tierra, se crece diez o doce metros en las playas y acantilados, o más, y se convierte en una ola empujada por otra vertical y la lía parda.

El agua tras la devastación necesita una estabilidad, una posición natural y horizontal. Y como el efecto mariposa, por poco que se muevan esas aguas, afectarán a otras costas, a otras playas y países. Otras veces será una erupción volcánica, un movimiento marino, un deslizamiento, incluso un meteorito. Es lo que pasó en Indonesia el año pasado o en Japón en 2011.

Ahora queremos relacionar a los tsunamis con la democracia, cuando lo uno no debería ir nunca con lo otro, pero se hace añadiendo el adjetivo democrático, con vocablos como desobediencia y no violencia, aunque sean violentos, los pertenecientes a esos tsunamis como los que los temen y quieren evitarlos.

El mundo climático está revuelto, las adolescentes gritan a los dirigentes del mundo lo que deben hacer, ellos que son los expertos, los formados, los que siempre tienen sentido común… Y así aparecen tsunamis ecologistas, de emergencia climática, acampadas urbanas ecológicas, exigentes con empresas contaminantes, pidiendo justicia climática con mucha razón en movimientos internacionales.

Se diría que quedar con tres o cuatro mil personas en un aeropuerto o en una plaza capital es tan fácil como quedar con amigos en el bar de la esquina. Todo sea por el ecosistema, si hay razón, aunque a veces llama la atención que, esas mismas personas que defienden hasta llorar al planeta, lo ensucian sin conciencia y pasan de reciclar plásticos en sus quedadas con bolsas de alcohol, aunque se reúnan después en acciones de sensibilización pacífica. Sería mejor defender al planeta con pequeños gestos, y eso que sabemos que los hay, que otros jóvenes lo hacen, gestos silenciosos sin ensuciar lugares de botellón, de concierto, de fiesta o cervezada.

Lo que sí hemos de saber es que para levantar un tsunami, democrático o no, hay que estar con la tecnología, en un mundo global donde los tsunamis pueden ser generales, por el efecto mariposa, hay muchas mariposas internacionales que gustan batir sus alas, aplaudiendo el jaleo. Nada como irse virtualmente a un país del Caribe y crear una web donde organizar una aplicación para que los tsunamis comiencen a mover masas.

Luego están los tsunamis personales que llevamos dentro, los familiares, los emocionales, los sociales… Para ellos habría que analizar si somos lo suficientemente activistas. Pero qué tendrán que ver los tsunamis con eso.

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Hoy quiero invitarlos a reflexionar sobre la relación entre la obra de George Orwell, titulada “1984” y su relación con nuestro presente puesto que, leer esa pieza hoy en día, es como asomarse a un espejo que refleja los desafíos más acuciantes de nuestra era. El autor, con una perspicacia asombrosa, anticipó muchas de las inquietudes que nos aquejan: la vigilancia constante, la manipulación de la información, la erosión de la privacidad y el peligro del pensamiento único.

Todo mi respeto va a los hermanos españoles que perdieron la vida, a los que perdieron a sus familiares y amigos, a los que perdieron casas, vehículos, cultivos y enseres diversos. ¡Fuerza y honor hermanos míos, estáis dando lecciones de superación! “Después de la tormenta viene la calma”. Esta expresión no surge de la nada, sólo existe porque alguien prestó atención a lo que pasa después de que pasan las aguas, sale el sol, el aire fresco, nuevos brotes de la tierra.

Para mí es de interés público contar con contenidos legibles que sean una contribución a la cultura, la información, el debate y el entretenimiento entre todos los españoles. No creo que la respuesta en este siglo digital sea el canal de televisión cerrado, es decir, el de pago. Es bien cierto que prácticamente todos los hogares cuentan con al menos un televisor, pero ese no es el único instrumento para ver contenidos de toda índole.

 
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