Conforme han ido pasando los siglos, en nuestro mundo se han ido realizando asambleas cada vez mayores, con fines también cada vez más amplios y generales. Antiguamente se reunían las familias, luego tribus, pueblos, naciones y conforme esas relaciones se iban consolidando las reuniones eran más importantes, más generales, universales. Se ha llegado a las Naciones Unidas, a la Unesco…
Nos es posible imaginar, generalizando aún más, que llegase un día en que se reunieran, como sea, todos los seres vivos. Quizás la primera de esas grandes asambleas fuera solo de los animales.
Todos reunidos allí, elegantes, cada uno con su aspecto típico. Como no me es posible nombrarlos a todos, sólo citaré a algunos, a los más conocidos. Cada cual que imagine y añada a los que se le ocurran.
Estarían allí la hormiga y la cigarra, el alacrán y la rana, la araña, la mosca y el mosquito; el gallo y la gallina, el pato y la pata, el pavo real; el perro y el gato, el caballo, el mulo y el buey, la cabra y el cordero; pumas, tigres, leones, jirafas, elefantes, camellos y también aves, colibrís, gorriones, golondrinas, halcones, águilas, buitres; así mismo reptiles y peces de todo tipo desde los pequeñitos a las ballenas inmensas y, claro está, también nosotros los humanos.
Sigamos imaginando que esa gran asamblea tuvo lugar y que hemos conocido los temas sobre los que reflexionó y algunas de sus conclusiones.
Podemos imaginar que se habló de la existencia de Dios y que todos lo aceptaron. Nadie dudó, se admitió que “existía y que habían sido creados por Él”.
Se miraban unos a otros y seguían de acuerdo en eso. Dios había sido su creador, el de todos, todos y cada uno de ellos.
Y algo aún más sorprendente, la unanimidad con que se aceptó: “Que Dios los había creado a su imagen y semejanza”. A todos, a cada uno, tan distintos, en tamaños, costumbres, origen, aspecto exterior, tipos de desarrollo y de reproducción; unos grandísimos, otros pequeñísimos, unos longevos, otros de vida muy breve.
Todos lo aceptaron sin dudar. Todos. Todos. Todos.
Puestos a imaginar pensemos que Dios conoció esa gran asamblea y que sus conclusiones no le sorprendieron, ni siquiera la última, la de que a todos los había creado “a su imagen y semejanza”.
Quizás si nos lo hubiera aclarado Él, nos habría dicho que sí, que había sido así, que era lo conveniente para pudiesen intentar comprenderlo. Que ninguno de los seres creados hubiese podido llegar a entender, aceptar, creer o querer a algo que no fuese su reflejo, su propia imagen. Que a lo más que cada uno puede llegar es a aspirar a que Él, Dios, sea “como él mismo”. Y pudo añadir: “Todos fuisteis mis criaturas”.
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