La esperanza apostó por la transformación social y cultural del país. Pese a todos los errores que se puedan achacar a la República, fue un gran pulso histórico por lo más granado de nuestros pensadores.
¿Llegamos pronto a Sevilla? Preguntó con voz lastimada la madre de Antonio Machado cuando cruzaba en brazos de Corpus Barga un paso fronterizo para entrar en Francia. Sueño senil, exilio y adioses de una vida que se apaga. Cuerpo que es todo convulsivo cariño y fragilidad, expresando su susurro emocional, sentimiento añorado por una juventud vivida allá en Sevilla. Contemplando la niñez del poeta, niño que juega en el patio del palacio de las Dueñas, alrededor de una fuente y la sombra del limonero bajo un cielo azul perenne, ensueño de la derrota. Cuan distinta a esta otra que le gusta tanto mirar embelesada su propia sombra, se embobaba de tal manera con ella misma, que un día la atropelló un camión cargado de estiércol al cruzar una calle. Esta mujer de una belleza tan perfecta quedó apestada.
Porque tras aquella trágica y dolorosa huida de 1939 de lo mejor de la intelectualidad española, nuestra piel de toro se convirtió en un desierto cultural, campo desolado, mustio collado. La esperanza apostó por la transformación social y cultural del país, pese a todos los errores que se puedan achacar a la República, fue un gran pulso histórico por lo más granado de nuestros pensadores que, tras la derrota, desde la distancia vivió la larga y oscura noche siniestra que oscureció nuestra geografía.
Se puede uno pasar media vida haciendo cálculos para salir delante, engañando al prójimo como a ti mismo, haciendo crucigramas o recitando la Ilíada cuando de pronto, rueda de las alturas una carambola de esas que la vida deja caer de vez en cuando gracias a la despensa de la memoria. Entonces, uno se da cuenta que es ahí donde está la madre del cordero. En la entrada de una casa solariega a orillas del mar leí este texto en mármol tallado: “Prohibida la entrada a obispos, curas, políticos, arquitectos, sastres y demócratas de toda la vida” Terrible experiencia sería la vivida por tan sufrida y anónima víctima. Cuentan, que fue un lector asiduo de Quevedo, Cervantes, Montaigne y Kafka. Un clásico desencantado.
Adentrarse en la múltiple, variada y envolvente obra poética de Francisco Basallote, cuando su haber de creador poético suma en la admirada y respetable galería unos cuarenta títulos publicados, de los cuales veinte han sido premiados con los más diversos galardones, es hacerlo en el propio esfuerzo placentero y en el reconocimiento transparente fruto de todo un logro. Su calidad siempre fue equidistante de componendas o ruegos de elogios. Su perdida, uno de los adioses más sentidos para mi memoria. Aquellas mañanas en la Campana, corazón de la ciudad. Lo oía llegar por la calle San Eloy y el brazo levantado con esa puntualidad insobornable. Fueron mañanas en las que solíamos arreglar el mundo y hablar de poetas y poesía.
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